Jerusalén: los porqués y la gravedad de la decisión de Trump

Las consecuencias de la decisión de Trump son imprevisibles. Y peligrosas. El presidente de Estados Unidos ha roto un consenso internacional en torno al estatus de la ciudad de Jerusalén y ha ido en contra de la doctrina de Naciones Unidas.

Jerusalén el día que Trump la ha reconocido como paital de Israel

Enrique Campo

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La ciudad de Jerusalén ha sido objeto de disputas a lo largo de toda su historia. Para entender la gravedad de lo ocurrido ahora tenemos que remontarnos al nacimiento de Israel como Estado. Ocurrió en 1948, tras la Segunda Guerra Mundial y en un mundo que ajustaba cuentas con su historia más reciente. El pueblo judío logró el respaldo de Naciones Unidas para su reivindicación histórica. Los agraviados fueron los países árabes. De hecho la guerra estalló al poco de reconocerse la creación del Estado de Israel. Fueron Egipto, Irak, Siria, Líbano y la actual Cisjordania quienes se lanzaron juntos a la invasión del nuevo Estado. La respuesta israelí sorprendió al mundo: no solo conservaron su territorio sino que duplicaron su extensión tras la anexión de las zonas que lograron ocupar y que hasta ese momento habían pertenecido a sus vecinos.

¿Qué pasa concretamente con la ciudad de Jerusalén? Pieza en disputa, cuando en 1948 se proclama el Estado de Israel, se decide que la ciudad quede bajo la administración de la Organización de Naciones Unidas. Ese mismo año, tras la guerra, Israel se anexiona la parte occidental de Jerusalén ante la impotencia de sus adversarios...y de la propia ONU. Las guerras seguirán a lo largo del siglo. Tras la de los Seis Días, en 1967, Israel ocupa también Jerusalén Este y la anexión se convierte en definitiva en 1980. En Jerusalén Este se encuentran los principales lugares sagrados de la ciudad, tres lugares históricos para cristianos, judíos y musulmanes: el Santo Sepulcro, el Muro de las Lamentaciones, la Explanada de las Mezquitas.

Tras este episodio, en el mismo 1980, la ONU llama a los diferentes países a sacar sus embajadas de Jerusalén y trasladarlas de lo que desde entonces -y hasta hoy-, califica de "territorio ocupado". Todos lo hacen. En Jerusalén no hay desde entonces ninguna embajada como muestra del rechazo a una ocupación jamás avalada por la comunidad internacional. Las delegaciones diplomáticas se instalan en Tel Aviv, donde permanecen desde entonces. Allí está la de Estados Unidos. Y la de España. Desde entonces han continuado las reclamaciones de los palestinos y el mundo árabe para que Jerusalén se convierta en la capital de un futuro Estado de Palestina independiente. Israel se niega y reclama la ciudad como su propia capital. El debate sobre cómo salir de este laberinto ha ocupado miles de horas a la diplomacia internacional. Sin solución. 

Con este anuncio Donald Trump ha cruzado la línea marcada por Naciones Unidas haciendo lo que ningún país había hecho antes: reconocer de forma explícita a Jerusalén como capital de Israel y, por tanto, reconocer la soberanía de Israel sobre la ciudad. Ya había prometido que lo haría durante su campaña electoral. Y además se apoya en la ley aprobada en Washington en 1995 y que indica que Estados Unidos debe trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén...salvo que el presidente lo decida mediante la firma de prórrogas a la aplicación de la ley. Eso es lo que han hecho durante estos 22 años los predecesores de Trump alegando los "intereses nacionales de Estados Unidos". El propio Donald Trump postergó la aplicación de esta ley el pasado mes de junio, cuando se cumplía el primer plazo dentro de su mandato. Seis meses después se cumple el segundo y Trump opta por el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y el traslado de la embajada estadounidense a la Ciudad Santa. Este traslado no será efectivo hasta dentro de unos años, pero la mecha ya está prendida