Xi Jinping, el nuevo “emperador rojo” de China
Eliminando el límite constitucional de dos mandatos, el presidente se perpetúa en el poder para erigir al gigante asiático en la superpotencia del siglo XXI
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En un cambio histórico, el presidente Xi Jinping ha roto el liderazgo colectivo que venía caracterizando al régimen chino desde la muerte hace cuatro décadas del “padre de la patria”, Mao Zedong, y ha conseguido perpetuarse en el poder. A sus 64 años, y con un horizonte de vida que le asegura al menos una década y media en la presidencia, Xi Jinping podrá seguir ocupando el cargo más allá de 2023, cuando debería retirarse. Por 2.958 votos a favor frente a dos en contra y tres abstenciones, así lo aprobó el domingo la Asamblea Nacional Popular, el Parlamento orgánico del régimen, al eliminar el límite de dos mandatos presidenciales de cinco años que marcaba la Constitución de 1982. Impuesto precisamente para evitar los desmanes personalistas de la época de Mao, que costaron millones de vidas en el “Gran Salto Adelante” (1958-62) y la “Revolución Cultural” (1966-76), dicho tope era la base de gobierno del autoritario régimen chino, que pasa de ser una dictadura colectiva del Partido Comunista a una de carácter personalista.
En el cargo desde 2013, Xi Jinping se ha convertido en el dirigente chino más poderoso desde Mao. Así lo demuestran su acumulación de cargos y el culto a la personalidad construido por la propaganda oficial, que lo ha bautizado como “Xi Dada” (“Papá Xi”). Además de ser secretario general del Partido Comunista desde 2012 y presidente de la Comisión Militar Central, que controla al Ejército, Xi Jinping se ha erigido en el “núcleo” del régimen y su pensamiento político ha sido incluido hasta en la Constitución del país, una distinción que le equipara con Mao.
Pero nadie en China espera, ni mucho menos desea, una vuelta a los oscuros tiempos del “Gran Timonel”, marcados por un comunismo a ultranza que el régimen abandonó tras su muerte en 1976 en aras del extraordinario crecimiento que ha traído su apertura al capitalismo. Reforzando este sistema híbrido, que compagina una economía de libre mercado aún protegida por los monopolios estatales con un férreo control político y bastante libertad social, Xi Jinping aspira a elevar a China como superpotencia a mediados de este siglo.
Como ya ha bautizado su “sueño”, es “el rejuvenecimiento de la gran nación china” después de más de dos siglos tumultuosos de humillaciones por parte de las potencias coloniales de Occidente y de agravios como la larga invasión de Japón y el caos de la era de Mao. Para lograr este objetivo, Xi Jinping no ha dudado en eliminar a sus rivales dentro del régimen con una campaña anticorrupción que ha purgado a un millón y medio de funcionarios y cuadros del Partido, algunos de ellos altos cargos y mandos militares. Además, ha endurecido la represión contra los disidentes y activistas sociales y ha reforzado la censura en internet para silenciar las críticas contra su autoritarismo.
Todo ello con tal de que nadie le dispute el poder y siga cultivando para la Historia su imagen como el líder fuerte que devolvió a China el lugar que le corresponde en el mundo, donde su “diplomacia suave” sigue extendiendo sus tentáculos en forma de inversiones multimillonarias con iniciativas como las “Nuevas Rutas de la Seda” y sus bancos de desarrollo.
Labrada con el tiempo, esta consolidación de su figura era impensable cuando llegó al poder como consecuencia de los equilibrios entre las distintas facciones del régimen. De hecho, el favorito de su antecesor, el presidente Hu Jintao, era el actual primer ministro, Li Keqiang, que acabó relegado al segundo puesto y ha sido totalmente eclipsado por Xi. Además, la sucesión de Hu Jintao quedó empañada por el caso de corrupción de Bo Xilai, el alto cargo del régimen cuya esposa fue condenada por haber matado al empresario británico que les ayudaba a sacar su dinero negro de China. Con rumores de golpe de Estado incluidos, tan sonado escándalo desató una lucha de poder en la cúpula del régimen que le sirvió a Xi Jinping para purgar a sus enemigos internos, como el anterior responsable de Seguridad Zhou Yongkang y a los máximos responsables del Ejército. Con todos ellos en la cárcel y su facción del Partido neutralizada, ha atesorado un poder absoluto para sorpresa de propios y extraños.
Y es que a Xi Jinping, que nació el 15 de junio de 1953 en Pekín, se le conocía más por su esposa, la famosa cantante Peng Liyuan, que por su carisma político. De hecho, era uno de los “principitos” del régimen porque su padre, Xi Zhongxun, había luchado junto a Mao Zedong en la guerra civil (1945-49) y ocupado altos cargos en el nuevo Estado comunista. Sin embargo, pronto descubrió que el poder también podía ser muy peligroso en China porque su progenitor fue purgado durante la “Revolución Cultural” (1966-76) y él acabó trabajando en el campo en la provincia agrícola de Shaanxi cuando era sólo un adolescente. Antes de ser finalmente aceptado en el Partido Comunista de China en 1974, su solicitud fue rechazada hasta nueve veces porque su padre, un héroe de la Revolución, era uno de los millones de apestados políticos que había dejado la “Revolución Cultural” de Mao Zedong.
Tras licenciarse en Ingeniería Química por la prestigiosa Universidad de Tsinghua en 1979, cuando Deng Xiaoping empezaba a abrir el país al capitalismo, su padre aprovechó que había sido rehabilitado para ayudarle a escalar posiciones en el régimen. Con la consigna del desarrollo económico, contribuyó a la industrialización de las provincias costeras de Fujian y Zhejiang, que albergan buena parte de las cadenas de montaje de la “fábrica global” junto a Cantón (Guangdong). Gracias a sus éxitos, reemplazó en 2006 a Chen Liangyu, el influyente secretario local de Shanghái defenestrado por corrupción. A partir de ahí, su ascenso fue meteórico y en octubre de 2007, con motivo del XVII Congreso del Partido Comunista, entró en el todopoderoso Comité Permanente del Politburó, donde ya se posicionó como el sucesor del entonces presidente, Hu Jintao. Un año después, pasó una crucial prueba de fuego al encargarse con éxito de la organización y seguridad de los Juegos Olímpicos de Pekín, ocupando la vicepresidencia de China en 2008 y de la Comisión Militar Central en 2010.
Casado en segundas nupcias con Peng Liyuan, una estrella de la música que pertenece al Ejército, tiene una hija, Xi Mingze, que estudió en Harvard bajo un nombre falso. De carácter pragmático, serio y trabajador, es un gran aficionado al cine de Hollywood y a la serie “House of cards”. Quizás por ese motivo, ha hecho de su cruzada anticorrupción un arma política para librarse de sus enemigos internos, pero no le ha impedido a su familia amasar una fortuna millonaria, como desveló Bloomberg en 2012. Una información que, como no podía ser de otra manera, fue censurada en China, donde nada puede enturbiar la imagen inmaculada, casi como de un Buda, de Xi Jinping, el nuevo “emperador rojo”.