La verdadera historia del rescate de los niños tailandeses atrapados en la cueva
Por fin conocemos lo que realmente pasó en aquellos 17 días de angustia, en los que la vida de 13 niños estuvo en juego
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Ake Chanthawong había perdido a sus padres siendo niño. Tuvo que huir de las selvas de Myanmar para buscarse la vida. Sin nadie que cuidara de él, sin pasaporte ni nacionalidad, Ake ingresó en un monasterio budista, donde pasó varios años de su vida antes de llegar a la pequeña ciudad tailandesa de Chiang Rai. Allí, se convirtió en el entrenador auxiliar de un equipo de fútbol para niños. La vida de Ake nunca había sido fácil y, sin embargo, nunca había sentido tanto miedo, tanta responsabilidad, como aquellos días del verano de 2018. A oscuras, en silencio, varios días sin comer, rodeado de 12 niños que habían llegado hasta allí por su culpa, porque estaban a su cargo, porque él era su entrenador, porque dependían de él.
Ake recordó su época de monje y enseñó a los pequeños a meditar. Con poco oxígeno, con poca comida, con los nervios a flor de piel, era la solución ideal para ahorrar energía y mantener la calma.
A pocos metros de ellos, pero a muchos litros de distancia, dos buceadores británicos desesperaban. John y Rick llevaban días recorriendo las distintas galerías de la cueva, nadando, gateando por estrechos pasadizos, intentando encontrar la ubicación exacta de esos niños a los que todo el mundo buscaba.
A punto de retornar a la zona de la cueva donde habían instalado la base, decidieron hacer un último intento. "La última y volvemos". Una galería más, inundada, como todas...
Salieron a la superficie y encendieron sus lintenas. Lo que vieron quedó registrado en este vídeo.
Habían pasado 8 días desde que los pequeños habían desaparecido. 8 días desde aquel 23 de junio de 2018
El día en que uno de los pupilos de Ake, Night Sompiangjai, cumplía 17 años. Junto a 11 compañeros de su equipo de fútbol los "Wild Boars", decidieron festejar la efeméride en la cercana cueva de Tham Luang.
Los chicos conocían bien el lugar, habían ido muchas veces de excursión, a perderse por las misteriosas galerías de esta gran caverna, excavada por el agua en las montañas que separan Myanmar y Tailandia.
Se adentraron poco a poco, buscando un sitio donde pararse a merendar. De repente, un ruido. Fuerte, salvaje, inesperado. El agua empezó a fluir a toda velocidad hacia ellos. Desesperados, fueron penetrando en la cueva, huyendo del peligro inminente, pero alejándose cada vez más de la salida. Más de cuatro kilómetros recorrieron hasta el lugar donde John y Rick los encontraron.
Por fin. Localizados. Vivos. Sanos. Y juntos. Empezaron a llevarles agua, comida. Lo necesario para sobrevivir. Les trajeron esperanza en forma de cartas escritas por sus familiares. La respuesta del cumpleañero Night resume el carácter de aquel grupo de adolescentes.
"Night quiere a mamá, papá y a su hermana mayor. No os preocupéis por Night. Night os quiere a todos".
Los padres también escribieron una carta para el entrenador Ake:
"Los padres y las madres pedimos al entrenador Ake que cuide de los niños. Entrenador, no se culpe a sí mismo. Queremos que esté relajado. Ninguna madre ni ningún padre está enfadado con usted. Y todos le entendemos y le mandamos valor y buenos deseos. Gracias por ayudarnos a cuidar de nuestros hijos. Entrenador, usted entró con ellos, usted debe salir con ellos también. Y debe salir de forma segura".
Salir de forma segura. Ese era el mayor reto. Sacar a trece personas sin entrenamiento previo y hacer con ellas un viaje subacuático de más de dos horas, por galerías estrechas, en las que si algo sale mal, sale muy mal.
Los niños estaban alimentados por fin, pero el riesgo de una inundación en la zona en la que vivían aumentaba. En tres días, estaba prevista una gran tormenta, que podría arrasar el recodo de la cueva en el que malvivían.
El equipo de rescate tenía tres posibilidades:
-Entrenar a los chicos para poder bucear por las zonas inundadas.
-Extraer agua de la cueva, hasta que los pequeños pudieran salir a pie. Un proceso que podría durar meses.
-Encontrar o excavar una salida alternativa.
Ninguna de las tres opciones parecía buena, todas conducían a un callejón sin salida. Mientras tanto, los días pasaban, y el aire fresco se agotaba.
Es horrible lo que le pasa a un cuerpo cuando se va quedando sin oxígeno. Primero, se acelera el corazón, la respiración se hace más intensa y empiezas a notar cómo te ahogas. Poco después, la falta de oxígeno empieza a afectarte al cerebro, comienzas a enloquecer y a perder el equilibrio. Te mareas, tienes ganas de vomitar y finalmente, pierdes el conocimiento.
Los primeros síntomas empezaban a aflorar en los pequeños. El tiempo se acababa. Había que tomar una decisión.
A cada niño se le dio un equipo completo de buceo. Traje, mascarilla, bombona, gafas. Todo lo necesario para sobrevivir bajo el agua de la cueva. Se les envolvió en una camilla de tela y, así, "como si fueran en una bolsa de la compra", declaró uno de los rescatadores, fueron transportados durante más de dos horas por aquellas aguas oscuras y heladas.
Para evitar su sufrimiento, se les administró medicación sedante que hiciera más llevadera la experiencia. Los rescatadores cargaron con cada niño bajo el agua, a cuestas en las zonas emergidas, con la ayuda de cuerdas en las que tenían pendiente. Un trabajo de casi seis horas con cada niño, que llevó un total de tres días hasta sacarlos a todos.
Finalmente, un país entero respiró. Habían sobrevivido.