Madrid - Publicado el - Actualizado
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Ayer el ex Presidente Puigdemont no compareció, el Pleno de investidura fue aplazado, el Gobierno de la Generalitat sigue intervenido y ERC gana tiempo. Esta es la lección: no se puede gobernar desde Bruselas, pero se puede gobernar desde Madrid. La cuestión es hasta cuándo, porque Cataluña necesita retornar a la normalidad institucional y los catalanes volver al diálogo y a la construcción social, amparados por la legalidad.
La dinámica propia del Estado de Derecho exige respeto absoluto a las normas y a los procedimientos. De no hacerse así, cualquier intervención indebida en el funcionamiento de la maquinaria institucional podría afectar al sistema de garantías, por eso hay que tener paciencia.
Debido a la insensata deriva de Puigdemont y a la falta de valentía de los líderes del secesionismo, la representación de esta tragicomedia se augura larga. Sin embargo merece la pena esperar con la menor ansiedad posible. Esperar a que la tozuda realidad se imponga sobre una ensoñación que ha tomado como rehenes, en primer lugar, a los propios catalanes. Cada uno deberá asumir sus responsabilidades, sabiendo que no hay salida ni futuro basado en la ruptura de la legalidad.