Madrid - Publicado el
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La caída del régimen de Al Asad supone la desaparición de una dictadura que se mantenía en el poder conculcando los más elementales derechos humanos. La inmensa mayoría de la población ha celebrado la huida del tirano a Rusia como una gran liberación después de 13 años de guerra. Pero en este momento las incertidumbres son muchas, y no es descabellado pensar que las cosas puedan incluso empeorar. Muchos medios occidentales denominan “rebeldes” a las diferentes milicias que han tomado el control del país. Es una forma imprecisa de designarlas. La milicia dominante, encabezada por Al Jolani, es heredera directa de Al Qaeda, es una de las mutaciones surgidas de la organización yihadista de Bin Laden.
Tras las primeras protestas inspiradas por la Primavera Árabe, en 2011, los movimientos democráticos fueran rápidamente sustituidos por organizaciones islamistas radicales en Siria. Y eso no ha cambiado desde entonces. Al Jolani, de momento, ha tenido buenas palabras y se ha mostrado tolerante con la minoría cristiana del país. El tiempo dirá si sus milicianos se convierten en la fuerza dominante y si mantienen las mismas posiciones.
La rápida caída de Al Assad, que ha estado al frente de un régimen muy sólido, certifica la debilidad de Irán y de Rusia, los socios de los que recibía ayuda. Es muy probable que esta no sea la última jugada, en este caso apoyada por Turquía, en la redefinición de Oriente Próximo.