En memoria de un político bueno

Gregorio Ordóñez nació en Caracas un 21 de julio de 1958. Cuatro años más tarde llegó a San Sebastián y, desde entonces, jamás se separó de su ciudad. Periodista de profesión, Ordóñez dedicó su vida a la política en una ciudad marcada por la presión abertzale y la casi omnipresencia del terrorismo etarra. Fue concejal, teniente de alcalde y diputado. Un 22 de enero de 1995, los etarras Lasarte, Zapata y Txapote decidieron darle muerte. Han pasado treinta años desde el asesinato de Gregorio Ordóñez, Lasarte y Zapata viven en libertad. Txapote sigue en la cárcel desde donde lidera a los nostálgicos del terrorismo etarra. 

Ordóñez, como Enrique Casas, Fernando Múgica, Miguel Àngel Blanco, y otros muchos hombres y mujeres de bien, fue víctima de lo que ETA denominó «socialización del sufrimiento». Cuando asesinar a policías, guardia civiles y militares dejó de ser funcional, ETA decidió asesinar a políticos, jueces y fiscales para aumentar el impacto de sus atentados y expandir el terror para que nadie se sintiera seguro. Todos eran víctimas potenciales de la banda.

Gregorio Ordóñez no les temía, se movía libremente y no quería más escolta que la que requería su función pública. Rendirle homenaje y tributo públicamente es un deber moral para una sociedad decente. Los terroristas y quienes les encubrieron y justificaron deberían, sin embargo, expiar sus culpas en silencio. Se lo deben a las víctimas, a sus familias y a la sociedad española.