Madrid - Publicado el - Actualizado
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Estamos ante días muy duros. La curva de la propagación de la pandemia, de momento, no va a decrecer, y es posible que el aislamiento se extienda más allá de los quince días inicialmente previstos. Lo primero es un recuerdo para los 300 muertos que ya ha dejado el coronavirus. No podemos pensar con alivio en que tenían enfermedades previas. No son números, son nuestros padres, nuestras madres, nuestros seres queridos. Podemos y debemos acompañar a esos familiares que apenas han podido despedirse de los suyos.
Desde hace dos días salimos a las ventanas a aplaudir a nuestros médicos y sanitarios. Este simple gesto es una indicación, un método para afrontar la lucha contra la enfermedad. Cuando aplaudimos, mientras nos reconocemos con nuestros vecinos, estamos diciendo que lo determinante ante la desgracia y el dolor, no es la rabia, ni la queja, ni la crítica sino el agradecimiento a los que están dando lo mejor de sí mismos. Al aplaudir y mirarnos a la cara con aquellos que son nuestros compañeros de ascensor o de escalera nos descubrimos con una mirada nueva. De pronto descubrimos que estamos unidos en el deseo de destino bueno para los que sufren, para los que combaten con la enfermedad, para todos.
Esa mirada de ventana a ventana es la fuerza de un pueblo, la invitación a la unidad de los políticos desde la base, y la invitación a sacar lo mejor de nosotros mismos.