Madrid - Publicado el - Actualizado
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El único debate de estas nuevas elecciones fue largo, estuvo programado a mala hora y, sobre todo, constató que los mensajes de los cincos partidos nacionales siguen conduciendo al bloqueo. Falta coraje para decir a los electores que los acuerdos son necesarios.
Especialmente preocupante fue el discurso de Sánchez, que siguió insistiendo, como en julio, en que el partido ganador gobierne de forma automática. Es como si el candidato socialista exigiera una investidura sin bajarse de un pedestal en el que él solo se ha subido. Estamos en un sistema parlamentario, y tras una repetición electoral debería haber respondido a las preguntas sobre posibles pactos. Además no quiso cerrar la puerta a un acuerdo con el independentismo. Es posible que Sánchez gane las elecciones pero es muy dudoso que sepa negociar los apoyos, no ya para una investidura sino para una legislatura estable. Rivera seguramente fue el otro gran perdedor de la noche, no parece encontrar su sitio desde hace meses.
El discurso de Iglesias puede contentar a cierta izquierda, pero está lleno de promesas irrealizables. La suavidad de Abascal en las formas no escondió un alarmismo oportunista en algunas cuestiones, que no se corresponde con la situación real de España. Los extranjeros no son, por sí mismos, una amenaza, ni el sistema autonómico es un puro desastre. Casado fue eficaz en sus preguntas a Sánchez y mostró solvencia como hombre de Estado, aunque en algunos momentos se dejó arrastrar por el clima del debate. La partida sigue abierta.