Infiernos olvidados

En la liturgia de la Iglesia católica el Sábado Santo es el día en el que se recuerda la bajada de Jesús a los infiernos. En este comienzo del siglo XXI hay auténticos infiernos en los que la dignidad humana es ultrajada de forma sistemática. Estamos informados de lo que sucede en Gaza y en Ucrania. Prestamos menos atención a otras situaciones. Sudán sufrirá pronto la peor crisis de hambre del mundo, dieciocho millones de personas se enfrentan a la inseguridad alimentaria. Los informes de los campos de refugiados de Darfur describen niños que mueren de desnutrición cada dos horas. En Nigeria los secuestros masivos son muy frecuentes. Yihadistas y otros grupos armados secuestraron a comienzos de marzo a unas 500 mujeres y niños. La guerra entre el gobierno de Etiopía y el Frente de Liberación del Pueblo Tigray, que comenzó en noviembre de 2020, ha costado ya alrededor de 600.000 vidas sin que el último acuerdo de paz haya servido para detener la violencia.

Las noticias de estos y otros conflictos difícilmente nos llegan porque estamos sometidos a lo que algunos llaman geopolítica de la identidad. Es mucho más probable que un conflicto despierte la preocupación y la indignación internacionales si un gran número de personas se identifica con los que luchan o sufren. Los europeos miramos a los ucranianos e imaginamos nuestras propias ciudades bajo los bombardeos. Muchos musulmanes y judíos se identifican con los bandos enfrentados en Gaza. Pero otros infiernos se olvidan porque no sirven para levantar ninguna bandera.