Memoria del 11-M

Un 11 de marzo, hace dieciséis años, España se despertó con el estruendo de las bombas del que fue el mayor atentado terrorista de la historia de este gran país, que dejó 193 muertos y más de 1.800 heridos. Alejados de toda teoría basada en la conspiración, el atentado se produjo cuando falataban tres días para las elecciones generales, y su onda expansiva cambió el rumbo de la política española y, en buena parte, el de nuestra convivencia. Aunque aún, pasado el tiempo, se discutan algunos aspectos que van más allá de la verdad judicial, el caso está cerrado y no tiene causas pendientes.

La crisis del coronavirus ha hecho que se suspendan los actos de homenaje a las víctimas de esta sangrienta masacre, pero la memoria de las víctimas debe ser prioridad para nuestra sociedad, que articula su convivencia sobre el anhelo de justicia. La memoria y la justicia para las víctimas forman parte del proceso de la curación de las profundas heridas que ese atentado causó en el tejido social de España. Nuestra sociedad, castigada como pocas, sabe que la cruedad de la violencia terrorista tiene un límite en el Estado de Derecho y en el respeto a la dignidad de toda persona.

La respuesta al terrorismo, también al que se pretende legitimar pervirtiendo la naturaleza de lo sagrado, debe trascender las diferencias políticas y convertirse en un objetivo de todos los que quieren vivir en una democracia libre y segura. Debemos trabajar en todos los campos (policial, jurídico, educativo y cultural) para combatir esta lacra que aquel 11 de marzo, hoy hace dieciséis años, heló el corazón de España.