Madrid - Publicado el - Actualizado
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Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la sombra de la duda se he cernido sobre el futuro de la Alianza del Atlántico Norte, donde han vuelto a aflorar las divergencias internas con ocasión de la “cumbre” celebrada ayer en Londres en su 70 aniversario. Ya no se trata del empeño del presidente de Estados Unidos de que los países europeos paguen más por el mantenimiento de la Alianza, sino de unas recientes declaraciones del presidente francés, Emmanuel Macron, en las que afirmó que la OTAN se encuentra en un estado de “muerte cerebral”. Macron ponía de manifiesto las disensiones en torno a Siria y la intervención directa de Turquía en este país para desalojar a los kurdos de su frontera con la anuencia de Estados Unidos. No obstante, la Alianza ha encontrado un motivo para restañar sus grietas en el “desafío” del creciente gasto en armas de China y sus acuerdos comerciales con Rusia.
La OTAN puede encontrar aquí una nueva razón de ser, a la que se suma el desafío de la expansión del terrorismo yihadista en los países del Sahel. Estos días, la capital de Malí ha sido escenario de masivas manifestaciones contra Macron, justo cuando en París recibían sepultura trece militares franceses muertos en el choque de dos helicópteros. Se acusa a Francia de ineficacia en la lucha contra el yihadismo a pesar de los soldados franceses muertos y de los miles de millones de euros que cuesta su misión protectora. Pero, de momento, la OTAN no ve necesario implicarse en la guerra contra el yihadismo en África donde, por cierto, no deja de crecer la influencia de China y de Rusia.