Madrid - Publicado el - Actualizado
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El debate de investidura de esta semana ha dejado el mal sabor de boca de una polarización que parece no tener fin. Polarización especialmente potenciada por parte del ya presidente del Gobierno. El que la vida política o los partidos en el Gobierno alimenten la polarización no significa necesariamente que haya una tendencia a la polarización de los ciudadanos y de la sociedad civil. Hay que ser cautos con respecto a una supuesta tendencia a los extremos políticos. Durante el debate vimos una constante apelación a las etiquetas de izquierda y derecha. Pero todas las encuestas y todos los estudios de opinión muestran que en España hay todavía una sensibilidad mayoritaria moderada, que no se manifiesta, sobre todo, en la orientación del voto sino en el deseo de una confrontación pacífica y civilizada entre las fuerzas políticas. España se encuentra todavía alejada de otros países más polarizados como Estados Unidos.
Eso no significa que seamos inmunes a la polarización. La disputa constante entre los políticos y sus discursos llenos de descalificaciones y demonizaciones propicia la percepción de un enfrentamiento irreconciliable y se transforma en polarización de los sentimientos. La polarización es resultado de un proceso complejo de retroalimentación que se genera entre aquellos votantes que apoyan las posiciones más extremistas y la reacción que esto genera entre los votantes de otros partidos.
La única vacuna frente a este espiral es no dejarse llevar por la comunidad política pensada y volvernos hacia la comunidad política vivida, que es mucho menos dialéctica.