El entierro de la sardina baja el telón del carnaval

Con las escamas más relucientes que nunca y unos ojitos picarones, la sardina de marras ha afrontado sus últimas horas con una entereza encomiable. A las cinco y media (esas terribles cinco y media lorquianas, minuto arriba minuto abajo), la alegre cofradía del entierro de la sardina partía de la ermita de san Antonio de la Florida rumbo a la fuente de los Pajaritos, en plena Casa de Campo, donde el pobre pescadito ha recibido sepultura entre lágrimas de cocodrilo plañidero. Adiós al carnaval. Hola doña Cuaresma. Antes de tan luctuosa noticia, la alegre cofradía rendía municipal pleitesía al regidor de la Villa y Corte, José Luis Martínez-Almeida, en sitio tan solemne como el maravilloso patio de los cristales, en el corazón de la Plaza de la Villa, justo enfrente del edificio civil más antiguo de los madriles, la casa de los Lujanes, que ancla sus cimientos en el siglo XV. La alegre cofradía ha nombrado al alcalde cofrade de honor, para mayor gloria y capricho del regidor. Y Martínez-Almeida ha recordado en su discurso los orígenes de tan celebrada tradición del entierro de la sardina. Una ceremonia que hunde sus raíces en el siglo XVIII cuando el mejor alcalde que haya tenido nunca la capital (con permiso del viejo profesor Tierno), el rey Carlos III, dio orden de enterrar una partida de pescado que estaba un tanto putrefacto. Con el entierro de la sardina en la Casa de Campo (el mayor pulmón verde de la ciudad con más de mil setecientas hectáreas), nos despedimos del carnaval y damos la bienvenida a la Cuaresma. A las siete de la tarde, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, oficiará la eucaristía del miércoles de ceniza en la catedral de la Almudena.