Críticas de los estrenos de cine del 13 de diciembre
Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín y Juan Orellana comentan “El Hobbit: La desolación de Smaug”, “12 años de esclavitud”, “Diana”, “Free Birds (Vaya pavos)”, “Lore”, “Alì, ojos azules” y “Guadalquivir”.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Tras convertirse en el rey del gore cutre —a través de películas como “Mal gusto”, “Meet the Febles” o “Braindead”—, el neozelandés Peter Jackson se moderó bastante en “Criaturas celestiales” y “Agárrame esos fantasmas”. A continuación, sorprendió a todos con sus tres excelentes adaptaciones de “El Señor de los Anillos” (2001-2003), la magistral saga de fantasía heroica del británico J.R.R. Tolkien. Después, dirigió la notable “King Kong” y la decepcionante “The Lovely Bones”, antes de rozar su mejor nivel en “El Hobbit: Un viaje inesperado”, primera de las tres partes en las que Jackson ha fragmentado la novela juvenil que Tolkien escribió para sus hijos en 1932, enriquecida con diversos elementos de “El Silmarillion”, los “Cuentos inconclusos” y los “Apéndices de El Señor de los Anillos”, con el fin de darle un mayor vuelo mitológico. Más de mil millones de dólares recaudó en todo el mundo “El Hobbit: Un viaje inesperado”, a la que ahora da continuidad “El Hobbit: La desolación de Smaug”, más sólida y entretenida que su antecesora, y que incluye un divertido cameo del propio director al más puro estilo Hitchcock.
En esta segunda entrega, prosiguen las aventuras en la Tierra Media del hobbit Bilbo Bolsón (Martin Freeman), el mago Gandalf el Gris (Ian McKellen) y los trece enanos liderados por Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage) en su épico viaje para recuperar el Reino Enano de Erebor. En su avance hacia el Este, la Compañía se encuentra con Beorn (Mikael Persbrandt), el hombre-oso, y con un enjambre de arañas gigantes en el peligroso monte Mirkwood. Tras ser capturados por los Elfos del Bosque Negro, y escapar de ellos, los enanos se dirigen hacia Ciudad del Lago, ya muy cerca de la Montaña Solitaria, dominada por el terrorífico dragón Smaug (voz de Benedict Cumberbatch).
A nivel técnico, además de la nitidez que proporciona su rodaje a 48 fotogramas por segundo —sólo apreciable plenamente en pocos cines—, lucen especialmente la impactante animación digital del dragón Smaug y los sugerentes efectos estereoscópicos de perspectiva, generados por la novedosa técnica de “motion control” (“moco”), que permite integrar en la misma imagen partes de diferentes decorados. En este sentido, es sencillamente antológica la trepidante escapada en barriles del Bosque Negro. Por su parte, los actores reales y los dobladores de los personajes animados despliegan de nuevo un alto nivel interpretativo, que les permite encarnar los diversos matices dramáticos y cómicos de los numerosos personajes. Y también mantienen su altísima calidad la banda sonora de Howard Shore, la fotografía de Andrew Lesnie, el diseño de producción de Dan Hennah y el vestuario de Ann Maskrey y Richard Taylor. Además, esta vez el guion goza de un ritmo excelente, casi sin caídas de intensidad, desde el sereno arranque hasta el abrupto desenlace abierto, aunque esta última parte se alarga en exceso, al igual que la paralela búsqueda del Nigromante (voz de Benedict Cumberbatch) por parte de Gandalf y Radagast (Sylvester McCoy). Mejor dosificada está la inventada subtrama romántica —que no aparece en la novela de Tolkien— entre la elfa Tauriel (Evangeline Lilly) y el enano Kili (Aidan Turner).
Queda en todo caso otro espectáculo audiovisual apabullante, pero con alma y certeras reflexiones morales en torno al heroísmo de las personas corrientes y el trabajo en equipo. Ojalá se mantenga o incluso se eleve este alto listón en la culminación de la trilogía, “El Hobbit: Partida y regreso”, cuyo estreno está previsto para el 17 de diciembre de 2014.
En 1941, veinte años antes del inicio de la Guerra de Secesión, Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) es un hombre negro libre, que vive tranquilamente en Nueva York con su esposa Anne (Kelsey Scott) y sus hijos Margaret (Quvenzhané Wallis) y Alonzo (Cameron Zeigler). Hasta que un día es secuestrado y vendido como esclavo en Louisiana, sin poder despedirse siquiera de su familia. Entonces, Solomon pasa por diversas plantaciones en las que debe luchar para continuar vivo e intentar preservar su propia dignidad, sobre todo frente a la crueldad del capataz Tibeats (Paul Dano) y del amo Edwin Epps (Michael Fassbender). Alimentada por inesperados gestos de amabilidad y ayuda —por ejemplo, de su amo Ford (Benedict Cumberbatch)—, su esperanza no le abandonará a lo largo de su odisea de doce años. El encuentro de Solomon con el abolicionista canadiense Bass (Brad Pitt) cambiará su vida para siempre.
Basada en la propia autobiografía de Solomon Northup —publicada en 1853—, esta película del londinense Steve McQueen (“Hunger”, “Shame”) es una de las cintas más duras que se hayan hecho nunca sobre la esclavitud en Estados Unidos. Se podría objetar a la película la explicitud de su violencia extrema, con algunas escenas que recuerdan demasiado a la también crudísima “La Pasión de Cristo”, de Mel Gibson. Pesa además esa bondad maniquea que se atribuye en tantos filmes a las víctimas de la Historia: judíos del Holocausto, negros de la esclavitud, republicanos en la guerra civil española...
A pesar de esos dos discutibles elementos, “12 años de esclavitud” es una película notable, muy impactante, llena de momentos de buen cine, y con una brillante gestión de la emotividad. Pilares de este éxito son actores de la talla de Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch o Brad Pitt. Estos dos últimos encarnan a los personajes más interesantes, más humanos, y que además son los más cristianos. Porque el tratamiento de la religiosidad es profuso e interesante en el filme. “12 años de esclavitud” comenzó ganando el Premio del Público en el prestigioso Festival Internacional de Cine de Toronto, ha obtenido ya diversos galardones importantes de la crítica estadounidense y ahora se perfila como una firme candidata para los Oscar, después de haber sido nominada a los Globos de Oro en siete categorías: mejor película dramática, director, guion, actor de drama (Chiwetel Ejiofor), actor secundario (Michael Fassbender), actriz secundaria (Lupita Nyong'o) y banda sonora (Hans Zimmer).
Aproximarse a una figura tan conocida como controvertida, y por otra parte, tan reciente, como la princesa Diana de Gales, es una empresa de alto riesgo. Un director de cine que asuma esa tarea sabe de antemano que siempre habrá sectores que critiquen duramente su película, y mucha gente denunciará carencias, discutirá perspectivas, harán matices o estarán en desacuerdo con múltiples aspectos. Dicho esto, y comprobando cómo efectivamente “Diana” ya ha generado polémicas, y ha sido duramente tratada por muchos comentaristas, hay que decir que en su conjunto es una película lograda. Ciertamente, la historia no está al nivel de “El hundimiento” (2004), el otro biopic del alemán Oliver Hirschbiegel. Está más cerca de otras cintas suyas interesantes, pero no redondas del todo, como “Invasión” (2007) o “Cinco minutos de gloria” (2009).
Este director alemán se basa en el libro “El último amor de Diana”, escrito por Kate Snell en 2000, y ahora convertido en guion por Stephen Jeffreys (“The Libertine”). El argumento se centra en el romance secreto que Lady Di (Naomi Watts) mantuvo con el cirujano de origen pakistaní Hasnat Khan (Naveen Andrews). Esta relación comenzó en 1995 tras hacerse público el adulterio del Príncipe de Gales, y acabó dos años después, por decisión de Hasnat, cuyas tradiciones musulmanas hacían casi inviable el enlace matrimonial. Diana era una cristiana divorciada, y la madre de Hasnat, Naheed (Usha Khan), se negaba a aprobar la relación. Es justo después de este fracaso —el enésimo mazazo emocional de la princesa— cuando ella inicia su relación con el egipcio Dodi Al-Fayed (Cas Anvar), que apenas duró unos meses.
La película tiene muchos paralelismos con el reciente biopic de Marilyn Monroe, “Mi semana con Marilyn” (Simon Curtis, 2011), en el sentido de que muestra a una mujer frágil, sinceramente deseosa de un amor verdadero, e irremediablemente rota por el cúmulo de fracasos y traiciones. El retrato que se hace de ella —portentosamente interpretada por Naomi Watts—, así como el de su amante —que interpreta Naveen Andrews—, es sustancialmente equilibrado, y ni cae en el menosprecio ni en la hagiografía fácil. La dirección artística es esmerada, y el conjunto resulta brillante. Ciertamente, la película es un poco roma desde el punto de vista del desarrollo dramático y emocional, y le falta fuerza y algo de ritmo. Pero dado lo difícil del reto, el resultado es muy aceptable, y ofrece una interesante reflexión sobre muchos aspectos que rodearon la vida de Lady Di: la presión de la prensa, el desprecio de Palacio, su conocida filantropía...
Reggie (voz de Owen Wilson) es un debilucho e inquieto pavo estadounidense que se rebela contra la estupidez de sus compañeros de granja, ilusionados con El Paraíso de los Pavos cuando, en realidad, su destino es acabar cocinados en un plato el Día de Acción de Gracias. Así que huye en busca de respuestas, es adoptado por la pequeña hija del Presidente de Estados Unidos y, finalmente, su camino se cruza con el de Jake (voz de Woody Harrelson), un atlético pavo-ranger, que ha escapado de un laboratorio militar en el que están a punto de probar una máquina del tiempo. Los dos pavos intentarán resolver sus diferencias para viajar juntos al pasado, en concreto a 1631, con el objetivo de eliminar el pavo del menú del primer Día de Acción de Gracias.
Este primer largometraje de ficción de la productora publicitaria Reel FX goza de un sugerente punto de partida y de una notable animación 3D, de estilo cartoon, bien coordinada por el canadiense Jimmy Hayward, ex animador de Pixar que ya dirigió la exitosa producción animada “Horton” y la fallida película de acción real “Jonah Hex”. Su esfuerzo genera un fresco relato pacifista y antibelicista, con varias secuencias espectaculares, algunos diálogos ingeniosos —con ciertos toques irónicos a lo Woody Allen— y unos cuantos gags divertidos, que a ratos recuerdan a clásicos como “Regreso al futuro”, sobre todo en su juego con las paradojas espacio-temporales, las alteraciones del curso de la historia o las diversas versiones de un mismo personaje. Sin embargo, el conjunto se ve debilitado por la cierta confusión narrativa del guion —sobre todo en su recta final—, por su exceso de estereotipos raciales, por la mejorable animación de los personajes humanos —algo todavía usual en la animación por ordenador— y, sobre todo, por la condición superestadounidense del argumento, que perderá interés en los países donde no se celebre el Día de Acción de Gracias.
Sur de Alemania, 1945, nada más acabar la Segunda Guerra Mundial. Antes de ocultarse, para no ser capturados por las tropas aliadas, el oficial de la SS Vati (Hans-Jocken Wagner) y su esposa Mutti (Ursina Lardi) obligan a sus cinco hijos a huir y atravesar el devastado país para reunirse con su abuela Omi (Eva-Maria Hagen), que vive cerca de Hamburgo, a 900 kilómetros al norte de donde se encuentran. De este modo, Hannelore, “Lore” (Saskia Rosendahl), la hija mayor, de 16 años, queda a cargo de sus cuatro hermanos: la preadolescente Liesel (Nele Trebs), los gemelos Gunter (André Frid) y Jürgen (Mika Seidel), y el bebé Peter (Nick Leander Holaschke). Durante su agónica escapada por Alemania —ya dividida en zonas controladas por Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia y Francia—, los cinco hermanos descubrirán las dantescas consecuencias de la guerra y, en concreto, de las acciones de sus padres, que ellos desconocían totalmente. En este proceso de desamparo, miedo, hambre, pérdida de la inocencia y maduración ética, serán ayudados por Thomas (Kai-Peter Malina), un joven carismático y misterioso, que dice ser un refugiado judío procedente de un campo de concentración nazi.
Era muy atractivo el planteamiento de esta adaptación fílmica de la novela “The Dark Room”, de la inglesa Rachel Seiffert. Y, ciertamente, la cineasta australiana Cate Shortland (“Somersault”) obtiene vigorosos logros parciales en su trabajo como directora y guionista, que justifican en parte los numerosos galardones que ha recibido la película, como el Premio del Público en el Festival de Locarno 2012, el Premio Pilar Miró a la mejor nueva directora en la Seminci de Valladolid 2012 o los Premios 2013 del Australian Film Institute a mejor película, director, joven intérprete (Saskia Rosendahl) y guion adaptado. En este sentido, cabe elogiar la atmósfera opresiva de la puesta en escena y la cierta hondura de los conflictos dramáticos y morales que sufren los personajes, todos ellos muy bien interpretados, con una memorable Saskia Roshendal a la cabeza. También se agradecen ciertos insertos poéticos al estilo Terrence Malick —subrayados con fuerza por la sugerente partitura de Max Richter—, que oxigenan un poco la dureza y amargura de la trama.
Sin embargo, el conjunto se ve perjudicado por su escasez de diálogos —que torna artificiosa alguna situación— y por un ritmo demasiado lento y reiterativo, a menudo, tedioso. Además, su excesiva insistencia y delectación en los pasajes sexuales de la trama —relacionados con el despertar afectivo de Lore— acaba por resultar más desagradable que las crudas recreaciones de la brutalidad bélica.
Nader (Nader Sarhan) y Stefano (Stefano Rabatti) son dos íntimos amigos de 16 años que viven en una barriada popular de Ostia, ciudad costera cercana a Roma. Su vida transcurre entre clases en el instituto, peleas en discotecas y robos a prostitutas y pequeños comerciantes. Nader nació en Roma en una familia egipcia de religión islámica, aunque él se siente italiano, lleva lentillas azules, cede al consumismo y no respeta el Ramadán. Por el contrario, Stefano es italiano de pura cepa y católico no practicante, al igual que Brigitte (Brigitte Apruzzesi), la novia de Nader. Los padres de éste (Cesare Hosny Sarhan y Fatima Mouhaseb) se oponen frontalmente a esa relación, de modo que el chaval escapa de casa y malvive como puede en la calle, exponiéndose así a los diversos peligros que acechan en ella. Sobre todo cuando sale en defensa de Stefano, acuchilla a un joven rumano y es perseguido por la familia del agredido. Todo esto llevará a Nader a una profunda crisis de identidad.
Este segundo largometraje de ficción del romano Claudio Giovannesi (“La casa sulle nuvole”) ganó el Premio Especial del Jurado y el Premio al mejor debut y segundo filme en el Festival de Roma 2012, y optó al David di Donatello 2012 al mejor productor. Se trata de una interesante disección de ciertos adolescentes problemáticos en la compleja sociedad multicultural de Italia y, por extensión, de los demás países occidentales. La falta de atención de los padres, el choque de culturas, el materialismo hedonismo dominante y la falta de referentes éticos son analizados con cierta hondura por Giovannesi a través de una austera puesta en escena hiperrealista —a lo “Gomorra”, de Matteo Garrone—, una sólida dirección de actores —sobre todo de los no-actores protagonistas— y una mirada ponderada, crítica y comprensiva a la vez. Este enfoque consigue que el espectador sintonice con los conflictos dramáticos y morales de los personajes. Sin embargo, su análisis resulta un tanto superficial en lo referente a la religión —especialmente respecto a los símbolos religiosos—, y no acaba de ofrecer respuestas certeras a los problemas que plantea. Pesa también el tono grosero de abundantes diálogos y situaciones en torno al descontrolado despertar sexual de los protagonistas.
“Más que un río, el Guadalquivir es el cauce que une tres de los espacios naturales más importantes de España: Cazorla, Sierra Morena y Doñana. Esta película nos muestra la vida al paso de la corriente, los paisajes de esos tres grandes espacios en las diferentes épocas del año. Comienza en otoño en las sierras de Cazorla y Segura, donde nace el gran río, y el agua, más que fluir, se despeña por los riscos y cortados de piedra; son las tierras del águila real, el ciervo y la cabra montés. Siguen las laderas suaves y ásperas de Sierra Morena en invierno, los paisajes de las grullas, el buitre negro y el lince ibérico. El viaje aguas abajo concluye en Doñana, en primavera y verano, allí donde una barrera de dunas detiene al río antes de disolverse en el mar, las aguas se desbordan en las marismas y la biodiversidad alcanza los máximos niveles de toda Europa. En esta película las imágenes y los sonidos de la naturaleza se combinan para ofrecer una experiencia sensorial, una inmersión en el medio natural a través de los sentidos”.
Esta es la presentación oficial de este impresionante documental, producido por José María Morales para el nuevo sello Wanda Natura, y dirigido por el madrileño Joaquín Gutiérrez Acha, prestigioso naturalista, productor y cámara de documentales de vida salvaje, que ya ha mostrado su alta calidad en producciones para National Geographic TV, BBC, CANAL+ España y Francia…, así como en el largometraje de ficción “Entrelobos”, de Gerardo Olivares, en el que dirigió la unidad especial de naturaleza. Aquí vuelve a lucirse en numerosas secuencias muy bellas —todos los planos subjetivos aéreos son sensacionales— y en otras que muestran en toda su crudeza la lucha por la supervivencia. En este sentido, resultan especialmente impactantes la persecución de un precioso ciervo por una jauría de perros, la ralentizada pelea entre dos zorros contemplada por una imponente águila real y la partida de caza de un camaleón de las marismas de Doñana.
Todo esto se hilvana a través de la leve trama sobre el largo viaje de un zorro por todo el Guadalquivir, desarrollada por el guion de Fernando López-Mirones con un tono poético y literario, atractivo en sí, aunque quizás canse o distancie a los más jóvenes. Lo narra con vigor la cantaora granadina Estrella Morente, , que además interpreta la canción “Oh Guadalquivir”, con Josemi Carmona a la guitarra, como guinda de la brillante partitura de Pablo Martín Caminero.