Críticas de los estrenos de cine del 28 de marzo

Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín comenta “Capitán América: El Soldado de Invierno”, “The Informant”, “Kamikaze”, “Ida”, “Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!”, “2 francos, 40 pesetas”, “Enemy” y “Upstream Color”.

Capitán América: El soldado de invierno

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

18 min lectura

Dos años después de que Nueva York y el mundo fueran salvados por Los Vengadores de una devastadora invasión alienígena, Steve Rogers, alias Capitán América (

), sigue esforzándose en Washington D.C. por adaptarse al mundo moderno, tras haber permanecido hibernado durante décadas. Ahora trabaja para Nick Furia (

), director de S.H.I.E.L.D. (Sistema Homologado de Inteligencia, Espionaje, Logística y Defensa), que le envía a peligrosas misiones por todo el mundo. Un día, Nick enseña a Capitán América un ambicioso y secreto proyecto de seguridad mundial, ya casi operativo, que supervisa personalmente el Secretario de Defensa, Alexander Pierce (

), un veterano y prestigioso ex espía. Capitán América manifiesta a Furia sus dudas sobre la moralidad del carácter preventivo de tal proyecto, que limita las libertades en su afán por adelantarse a la comisión de los delitos. Y, en efecto, en torno a dicho proyecto se desata enseguida una violenta trama de intrigas, que amenazan con poner en peligro la paz mundial, pues están implicados en ella un grupo de asesinos profesionales, liderados por una auténtica máquina de matar al que llaman el Soldado de Invierno (

). Entonces, Capitán América les hace frente con la ayuda de la Viuda Negra (

) y de un nuevo aliado, el Halcón (

).

Lo mejor que se puede decir de esta vibrante continuación de “Capitán América: El primer vengador”, de

, y de “Los Vengadores”, de Joss Whedon, es que consolida la sólida trayectoria de las últimas adaptaciones de los cómics de Marvel. En este sentido, los hermanos estadounidenses

(“Pieces”, “Bienvenidos a Collinwood”, “Tú, yo y ahora... Dupree”), inicialmente cuestionados por los fans de Marvel, han salido tan airosos del desafío que ya están preparando la tercera aventura fílmica en solitario del intachable superhéroe antinazi. Un icono popular creado en 1941 por

y

relanzado en 1953 por el editor y guionista

—que protagoniza un cameo en la película—, y finalmente incorporado en 1964 al llamado Universo Marvel —como miembro de Los Vengadores— por los propios Stan Lee y Jack Kirby.

El primer activo de la película es el fluido e intenso guion de

y

—habituales en los filmes de la Marvel y en las versiones fílmicas de “Las Crónicas de Narnia”—, que adaptan libremente el cómic “El Soldado de Invierno”, editado por Marvel en 2005 con guion de

y dibujos de

. Markus y McFeely aciertan sobre todo al completar el atormentado aire shakesperiano del personaje original con los jugosos matices de crítica moral y política que le añadió el guionista

entre 1972 a 1975, y que están muy presentes en la moderna novela gráfica de Brukbaker y Epting. Esta opción narrativa permite a los hermanos Russo enriquecer la sucesión de espectaculares secuencias de acción —muchas de ellas, apabullantes en sus efectos en 3D estereoscópico— con pasajes más realistas y dramáticos, en los que rinden homenaje a los grandes thrillers políticos de hace cuarenta años, como “Los tres días del Cóndor” o “Todos los hombres del presidente”, ambos, por cierto, protagonizados por Robert Redford, lo que confirma que no es casual su inclusión en el reparto de “Capitán América: El Soldado de Invierno”. El veterano actor lo hace muy bien —como casi siempre—, al igual que el resto de los actores, que también se benefician de esa mayor hondura dramática del guion.

Ciertamente, el argumento de la película no es demasiado original, pues su dura crítica a las guerras preventivas, los asesinatos selectivos y, en general, al promiscuo intervencionismo militar y policial que genera la política del miedo al terrorismo es una de las señas de identidad de muchas películas estadounidenses de las últimas dos décadas. Y tampoco aporta grandes novedades este filme en lo referente a su aparatoso despliegue de efectos visuales y sonoros, o a sus constantes contrapuntos humorísticos, pues ambos elementos forman ya parte de la fórmula esencial de las recientes adaptaciones de cómics de la Marvel. Pero los hermanos Russo dosifican muy bien todos esos elementos, nunca pierden el tono ni el ritmo, subrayan acertadamente las esforzadas virtudes de sus superhéroes, potencian las peleas al viejo estilo, moderan bastante la concreta recreación de la violencia, no recurren a facilonas concesiones a la galería y logran, en fin, un atractivo producto de entretenimiento para todos los públicos.

1987. Expatriado en Gibraltar, el francés Marc Duval (

) pasa por graves dificultades económicas. De modo que cada vez le cuesta más pagar los gastos de su barco y sacar adelante el modesto bar que regenta con su esposa Clara (

), ocupada además con la atención de la pequeña bebé de ambos. Así que acepta convertirse en informador secreto de Redjani Belimane (

), un joven oficial del Servicio de Aduanas de Francia. Transportando a España pequeños alijos de droga procedentes de Marruecos, Marc se gana la confianza de Claudio Lanfredi (

), un poderoso importador de cocaína, que colabora con los cárteles colombianos. Esta profunda inmersión de Marc en el turbio y violento submundo de los narcotraficantes le hará correr cada vez más riesgos, sobre todo cuando el Servicio de Aduanas inglés comienza a seguir sus pasos.

Tras debutar en 2007 con el entretenido thriller futurista “Chrysalis”, el francés

obtuvo en 2010 un notable éxito de público con “El asalto”, intensísima intriga policiaca en torno al secuestro real de un avión en Argel en 1994. Ahora, en “The Informant”, recrea también hechos reales, relatados por su propio protagonista,

, en su novela “Gibraltar”, que ha convertido en guion

, autor del galardonado libreto de “Un profeta”. A diferencia de esa película, aquí domina el drama y la intriga sobre la acción y la violencia, aunque también se incluyen varias secuencias delimitadas por estas dos últimas coordenadas. La puesta es escena de Leclercq se adecua a ese planteamiento narrativo, y pone su esmerada planificación —inquietante en sus poderosos planos generales y opresiva en sus planos medios y primeros planos— al servicio de los angustiosos conflictos dramáticos del protagonista, cada vez más enredado en una densa tela de araña, delimitada por los millonarios intereses económicos de los despiadados narcotraficantes y por los turbios intereses políticos de los diversos servicios aduaneros, sólo preocupados por reivindicar las incautaciones con fines publicitarios. Este enfoque añade a la película un toque de denuncia, que a ratos se aprecia también en la realización, con ecos de los filmes políticos setenteros de directores como

(“Z”, “Estado de sitio”) o

(“Prisionero del mar”, “La batalla de Argel”).

A veces, este afán de realismo de Leclercq se traduce en una cierta ralentización de la acción o en una cierta confusión narrativa, que debilita un poco el resultado final. Sin embargo, sus sólidos actores mantienen el interés por la historia en esos pasajes, dotando a sus personajes de una gran veracidad. Destaca la gran caracterización del veterano Gilles Lellouche, que encarna a la perfección al desesperado Marc Duval, un corriente padre de familia cada vez más incapaz de cumplir esa máxima que le regala el misterioso Claudio Lanfredi: “Mentir siempre. No traicionar jamás”. Con lo que queda un notable thriller dramático, alejado de los efectismos habituales en el género.

Slatan (

) es un hombre corriente de Karadjistán, atormentado por un trágico hecho del pasado, que se ofrece voluntario para hacer estallar en pleno despegue un avión de pasajeros que sale de Moscú con destino a Madrid. Sin embargo, una tormenta de nieve obliga a retrasar el vuelo, y todos los pasajeros son alojados en un hotel de montaña hasta que pase el temporal. Este retraso obliga a Slatan a convivir durante tres días con sus futuras víctimas: Nancy (V

), una chica amargada con instintos suicidas; Lola (

), una extrovertida viuda, que viaja con sus dos pequeños hijos; Natalia

) y Camilo (

), unos discordantes recién casados en luna de miel; Eugene (

), un hablador vendedor de zapatos, y un anciano (

), que toca el piano y tiende a filosofar. A través de esta entrañable pandilla, Slatan descubrirá de nuevo el amor y la amistad como escalas hacia la esperanza, la ilusión y las ganas de vivir.

Algunos acusarán de demasiado blanda y optimista a esta primera película como director del español

, guionista de series televisivas como “Los Serrano”, “Los hombre de Paco”, “El Barco” o “Bienvenidos al Lolita”. Pero se trata de una estupenda comedia dramática para casi todos los públicos, llena de aciertos y con defectos leves. Gran parte de su atractivo reside en el ágil guion del propio Pina e

, que propone un sugerente cóctel de géneros —del thriller político a la disparatada comedia de enredo, pasando por la acción estricta, la intriga y el drama intimista—, muy eficaz tanto en sus abundantes golpes de humor como en sus pasajes emotivos, algunos de gran intensidad. Y casi siempre, en un tono inteligente y amable, sin burdas concesiones al mal gusto, que subraya constantemente aquella lúcida idea del neurólogo y psiquiatra vienés

fundador de la Logoterapia: “Por mucho que estemos sufriendo, siempre hay alguien que lo está pasando peor. De modo que, incluso en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hombre puede encontrar una razón para vivir, basada en su dimensión espiritual”.

Todos los actores responden muy bien a este audaz desafío, y componen una memorable galería de personajes, que disimulan sus perfiles arquetípicos con cercanía y veracidad. Cada uno tiene su momento de gloria, pero destaca especialmente Álex García, sensacional —hasta en el acento— en su compleja caracterización de Slatan. Una interpretación sobre todo dramática que se oxigena con los divertidos contrapuntos de Carmen Machi y el argentino Eduardo Blanco. Por su parte, Álex Pina los mima a todos en su rigurosa puesta en escena, siempre nítida en su progresión narrativa y llamativamente potente en las escenas bélicas sobre el pasado de Slatan y en el tenso desenlace. Elogios especiales merecen la generosa producción de la película —poco habitual en el cine español reciente—, así como la matizada fotografía de

, que brilla especialmente en sus bellas panorámicas del pirenáico Valle de Benasque, donde se ha rodado el filme.

En definitiva, otro paso adelante del cine español hacia la liberación de sectarias adherencias ideológicas y toscas estridencias groseras, en una línea parecida a la de “Ocho apellidos vascos”. Sería genial que tuviera un éxito similar.

Polonia, 1960, en plena dictadura comunista. Anna (

) es una joven novicia huérfana, que fue acogida en el convento cuando era un bebé, y que ahora está a punto de hacer su profesión perpetua. La superiora le ordena que, antes de dar ese paso, salga del convento y pase unos días con su tía Wanda (

), una mujer amargada y compleja, a la que Anna desconoce por completo. Esa convivencia con su tía revelará a Anna las graves razones que motivaron la decisión de la superiora. Unas razones que tienen que ver con el verdadero nombre de la chica, Ida, y con un terrible secreto de su familia, a través del que descubre los abismos de la maldad humana y también la belleza del amor conyugal.

Tras la decepcionante “La mujer del quinto”, el polaco afincado en París

(“Last Resort”, “My Summer of Love”) recupera la forma con “Ida”, premiada película que ha gozado de un notable éxito en Francia. Rodada en blanco y negro, y con escasos diálogos, en ella el director reflexiona sobre sus propias raíces polacas, marcadas por el sufrido catolicismo de la mayoría, la cruel ocupación nazi y la implacable dictadura estalinista. Además de unas sobrias pero poderosísimas interpretaciones, el filme ofrece una sensacional puesta en escena, asentada en el opresivo formato 4:3, la preciosa fotografía de

y

, y el predominio casi total de una singular planificación fija y descentrada —dos tercios de cielo y uno de suelo—, cuya arrebatadora capacidad poética es subrayada por la inteligente banda sonora, compuesta por sustanciales fragmentos de música clásica y un par de esplendidas canciones de

.

Tales opciones estéticas dotan de entidad dramática a las complejas reflexiones de Pawlikowski sobre la fe de la protagonista, mostrada con sumo respecto, aunque con cierto silencio de Dios, lo que a ratos la hace más protestante que católica. De hecho, la película está visualmente más cerca de

o

que de cualquier referente claramente “católico”, aunque también se adivina la admiración de Pawlikowski hacia

y

sobre todo en sus apabullantes secuencias en exteriores. En todo caso, el doloroso viaje existencial de Anna/Ida —en cierto modo, inverso al de

en “Historia de una monja”, de

— pondrá a prueba todas sus convicciones religiosas para, quizás, integrar en ellas el propio pasado y asumirlas con una mayor madurez. Un planteamiento no exento de cierta tristeza, pero muy sugerente y nada convencional, sobre todo en su pulso entre la esperanza de la fe y el nihilismo del escepticismo cínico.

Este singular debut como director y guionista del popular cómico

—miembro de la Comedie-Française—, se ha convertido en la película gala del año, con más de tres millones de espectadores solo en su país y unos cuantos galardones, incluyendo dos premios menores en Cannes 2013 y cinco importantes Premios César: mejor película, primera película, actor, guion adaptado y montaje. Se basa en su autobiográfica obra de teatro “Les Garçons et Guillaume, à table!”, que Gallienne escribió e interpretó con gran éxito en los escenarios de París.

“El primer recuerdo que tengo de mi madre es de cuando tenía cuatro o cinco años. Nos llamaba a mis dos hermanos y a mi a la mesa diciendo: « Guillaume y los chicos, ¡a cenar!». Y la última vez que hablé con ella por teléfono, colgó diciendo: «Cuídate, mi niña grande». Y, bueno, entre estos dos momentos hubo un buen número de malentendidos”. Así sintetiza su vida Guillaume (Guillaume Gallienne), un desconcertado francés cuya posesiva y sarcástica madre (Guillaume Gallienne) le trató siempre como si fuera una mujer. Ciertamente, a él nunca le atrajeron las cosas de los chicos. Y, como idolatraba a su madre, la hizo caso y se lanzó a frecuentar los ambientes gays de París y a probar la homosexualidad. Pero algo dentro de él no le acababa de encajar.

No es fácil hincarle el diente a esta comedia, pues afronta temas complejos y delicados —el complejo de Edipo, la homosexualidad, la presión familiar y social…— desde una ligera perspectiva bufa, a menudo divertida e inteligente, pero también con abundantes pasajes zafios y desagradables, sobre todo en su planteamiento y desarrollo. Por el contrario, el desenlace plantea un notable giro hacia la seriedad, sin perder la sonrisa, sobre todo en su certera crítica a la presión actual de la ideología de género, a veces con consecuencias muy negativas. Con gracia, el propio Guillaume Gallienne ha señalado que esperaba que su película triunfara en taquilla, para poder compensar sus abundantes gastos en psicólogos y psiquiatras. Desde luego, este objetivo lo ha conseguido con creces.

Por lo demás, la película tiene una estructura narrativa original, pues Gallienne hilvana las diversas recreaciones de su vida —todas ellas, muy bien rodadas y montadas— a través de sus propios monólogos teatrales. Además, su cierto tono esperpéntico se refuerza con el hecho de que Gallienne se interpreta a sí mismo y a su madre, lo que depara situaciones muy hilarantes. Por tanto, al menos hay que reconocer a este brillante hombre orquesta su originalidad, su descarada frescura y su cierta incorrección política. No es poca cosa.

Han pasado seis años desde que Martín (

) y su familia dejaron Suiza y volvieron a Madrid. Ahora, en 1974, con motivo del bautizo del segundo hijo de su amigo Marcos (

), ambos se reencontrarán en Uzwill, donde se producirá una nueva invasión de españoles. Abuelas que llegan desde Madrid de improviso, contestatarios hijos adolescentes que se presentan con sus novias hippies, curas que fuman porros y cantan saetas, un banquero que intenta evadir dinero… Todos se darán cita en una alocada ceremonia que hará peligrar la tranquilidad de ese pequeño pueblo suizo.

Se estrella estrepitosamente el actor, guionista y director toledano Carlos Iglesias (“Ispansi!”) en esta casposa continuación de su éxito de 2006 “Un franco, 14 pesetas”. El tono humano, entrañable y desideologizado con que Iglesias retrató en aquella comedia costumbrista la España y la Europa de los años 50 y 60 del siglo pasado se transforma aquí en un indigesto potaje de zafios tópicos raciales, sexuales, políticos y anticlericales, sin ritmo ni gracia, y con unas interpretaciones insoportables, a cuál más histriónica. Qué lástima que Carlos Iglesias caiga en los endémicos defectos de tantas comedias españolas de las últimas décadas. En sus dos anteriores películas mostró cualidades para renovar de verdad el género, como sí lo ha hecho “Ocho apellidos vascos”. Pero “2 francos, 40 pesetas” derrumba esa esperanza.

Tras dirigir el duro drama “Incendies” —candidato al Oscar 2011 al mejor filme en habla no inglesa— y el intenso thriller “Prisioneros” —ninguneado en los últimos Oscar—, el canadiense

pierde varios enteros con “Enemy”, la gran triunfadora en los Canadian Screen Awards. Se trata de una adaptación libre de la novela “El hombre duplicado”, del portugués

, ganador en 1998 del Premio Nobel de Literatura, y fallecido en 2010.

Adam (

) es un inestable profesor universitario de Literatura, a punto de convertirse en padre y adicto al sexo. Un día, viendo una película, descubre la existencia de Anthony (

), un actor de reparto que es físicamente igual que él. Consumido por el deseo de conocer a su doble, Adam sigue la pista de Anthony, y ambos se ven abocados a un obsesivo enfrentamiento que tendrá inesperadas consecuencias para ellos mismos y para sus respectivas parejas: Mary (

) y Helen (

).

No está claro si el problema está en la propia novela original o en el guion del español

(“El rey de la montaña”, “Invasor”); pero “Enemy” no engancha en absoluto al desconcertado espectador. Es más, quizás lo acabe irritando con su ritmo tedioso, su sexo explícito, su reiterativa banda sonora y sus pedantes disquisiciones psicologistas, supuestamente en torno a la identidad y el autoconocimiento, pero, en realidad, sobre no se sabe qué y hacia no se sabe dónde. Como es habitual en él, Villeneuve se luce tras la cámara: exprime al director de fotografía

y despliega una malsana atmósfera entre kafkiana y hitchcockiana—muy a tono con el paranoico argumento— y una rigurosa dirección de actores, a través de la que arranca otra espléndida interpretación al estadounidense Jake Gyllenhaal. Pero estos esfuerzos sólo alivian un poco la cargante vacuidad de la película.

En 2004, el californiano

—un matemático e ingeniero informático— debutó como director de cine con “Primer”, modestísima y hermética película “indie” de ciencia-ficción, en torno a dos inventores que modificaban las leyes del tiempo a través de un extraño artilugio. Con ella ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance y los elogios entusiastas de una parte de la crítica. Nueve años después, Carruth ha vuelto a epatar al público y a dividir a la crítica con “Upstream Color”, otra película futurista tremendamente críptica y experimental, que ha escrito, dirigido, protagonizado, producido, fotografiado, montado y musicalizado. También fue galardonada en Sundance —con el Premio Especial del Jurado al mejor diseño de sonido—, así como en el Festival de Sitges 2013, donde obtuvo el Premio Citizen Kane de la Crítica al mejor director novel.

Esta vez la protagonista en Kris (

), una diseñadora gráfica al que un misterioso ladrón (

) le anula su personalidad introduciéndole en el cuerpo un gusano con extrañas propiedades alucinógenas. La joven sigue todas las instrucciones que le da el ladrón, y cae finalmente en manos de un singular granjero-grabador de sonidos (

), que le extrae la hipnótica larva y se la inocula a una cerda. Cuando Kris se despierta, descubre que ha perdido su trabajo y está arruinada. Un tiempo después conoce a Jeff (

), un hombre con quien conecta hasta un desconcertante nivel metafísico. Ambos se ayudarán mutuamente para intentar dejar atrás sus malas experiencias.

Aunque esta vez ha contado con un mayor presupuesto, Carruth repite una puesta en escena hiperrealista y minimalista, de planificación siempre inquietante y muy vigorosa en su resolución fotográfica, sonora y musical. Y la impregna de un aparente simbolismo filosófico, relacionado con el trascendentalismo naturalista de

, cuya obra cumbre, “Walden” (1854.), tiene un papel determinante en el argumento. Todo esto ha llevado a algunos críticos a invocar similitudes con películas como “Vinieron de dentro de...” y “La mosca”, de

; “Cabeza borradora”, de

; “Stalker”, de

; “Memento” y “Origen”, de

; “Pi” y “La fuente de la vida”, de

, e incluso, “El árbol de la vida” y “To The Wonder”, de

.

No sé si Carruth ha tenido estos filmes como punto de referencia. Quizás sí. En todo caso, y una vez más, su singular narrativa —elíptica, hiperfragmentada, inconexa, llena de silencios— y su etérea dirección de actores —más inexpresiva que sobria— sólo le funcionan durante los 45 minutos que dura el planteamiento de este rompecabezas, en los que se mantiene más o menos la intriga sobre su sentido. Pero, después, ese pedante y aburrido cripticismo se acrecienta hasta un desenlace porcino en el límite mismo de lo ridículo, más animista —la interconexión existencial con la naturaleza— que estrictamente panteísta, insuficiente como posible parábola de la alienación que provocan las adicciones o el control social, y casi vacío de sentimientos reales, reflexiones éticas mínimamente profundas y auténtica trascendencia religiosa. Ante él, Chesterton, con su rotunda lucidez habitual, volvería a sentenciar: “Cuando la gente no cree en Dios, no es que no crea en nada, es que se cree cualquier cosa”. Pues eso.

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