Hacer las cosas desde el enfado no siempre es malo: Así puedes sacarle partido a tu ira

Hacer las cosas enfadado no siempre es malo. Buscar soluciones, evaluarlas para encontrar la mejor, ponerla en marcha y comprobar después si funciona. Este es el método recomendado habitualmente para resolver un problema. Pero hay un quinto elemento que se ha demostrado eficaz en la resolución de conflictos: ¿puede ayudarnos la ira? La ciencia dice que sí

Ira

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María Bandera

Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Puede resultar paradójico hablar de ira en un momentos del año marcado por la concordia y la paz. Hay que aclarar que una cosa es sentir ira y otra muy distinta, ser iracundo... La ira es un sentimiento inherente al ser humano,una emoción inscrita en nuestro ADN, que tiene una función adaptativa. 

De las cinco emociones básicas: el miedo, la tristeza, la alegría, el asco y la ira, esta es la que más energía produce muscularmente. Nos informa que algo ha ocurrido, que algo acontece, que algo se impone entre nuestros objetivos o que hay una injusticia entre lo que nosotros pensamos y lo que creemos. En esos momentos, la rabia se activa para superar esa barrera entre lo que nosotros sentimos y algo se impone, físico o moral o psicológico. 

Y esta es la grandeza de una emoción injustamente tratada.

La mala reputación

“Tiene una reputación mal ganada -asegura la profesora de psicología de la Universidad Internacional de La Rioja, Mariola Fernández- porque al final lo que pretende nuestro organismo con ella es preparar mente y cuerpo para pasar a la acción. También aparecen en nuestra vida situaciones injustas, amenazadoras y nuestro organismo tiene que saber de que recursos dispone y con qué puede gestionar las segundas emociones elaboradas, por ejemplo la frustración. Es un mecanismo de acción estupendo que nos ayuda con la motivación para poder mover cambios en nuestra vida que hasta el momento no nos habíamos pensado que nos estaban afectando para mal nos mantenían ausentes, aislados, con cierta irascibilidad pero no hasta ese punto de pensar 'tengo que salir de aquí'. Nos marca ese punto de inflexión, por eso vamos a darle su lugar porque lo merece”.

Porque es una emoción que bien gestionada, nos ayuda a resolver un 40% más de conflictos, según un estudio realizado por la Universidad de Texas.

¿Cómo nos ayuda?

Si estamos viviendo una situación que nos perjudica “la ira actúa como promotora-explica la psicóloga-es ese motor que nos empuja a ser capaces de levantarnos de la silla, a levantar la mano, nos da valentía... esa búsqueda de mejoras necesita ese impulso interno que promueve la ira, tanto en situaciones cotidianas como en caso de defensa personal: cuando somos vulnerables necesitamos tener una emoción intensa que nos ayude a establecer un límite y sobre todo un mecanismo de defensa, si no no podríamos defendernos ante situaciones de agravios porque sencillamente nos hemos educando a no establecer limites y a aceptar opiniones de todos los tipos, pero cuando sufrimos un agravio necesitamos una emoción intensa que nos ayude”. Es el punto de inflexión emocional para tomar decisiones.

¿Cómo debo usarla?

La experta nos apunta que lo primero que debemos hacer es reconocer el sentimiento. Todos sentimos ira. “Estamos educados para pensar que eso es de gente violenta, de contextos donde van a ocurrir discrepancias que van a llegar a las manos, esta violencia mucho más física. Y la verdad es que no. Eso es un extremo”. 

En cuanto reconocemos que lo que estamos sintiendo es ira, cuando le ponemos nombre “podré aprender como manejarlo y el siguiente paso es tener una alternativa para saber como poner calmarme antes de responder de forma impulsiva, en lugar de decir algo fuera de todo tomar un receso para pensar cómo calmar esta situación. Y a partir de ahí en las consultas enseñamos a las personas a expresar lo que les ocurre para que la persona pueda ir contándolo, y siempre tenemos que proponer soluciones, porque el cerebro necesita alternativas”.

El chocolate con churros, mejor para desayunar el sábado

Mariola Fernández nos invita a imaginar nuestro cerebro más primitivo, de donde surgen estas emociones, como si fuera un niño. “Un niño te puede decir que quiere chocolate con churros un miércoles a las ocho de la tarde. La respuesta inicial es imposible, esa cena con esa cantidad de azúcar por la noche. Pues la alternativa puede ser proponerle ir el sábado al parque a desayunar chocolate con churros y lago a montarse en los columpios. Esa alternativa hace que el cerebro regule ese estado inicial de frustración, y valore si le compensa la alternativa, así el pequeño se regula y podríamos iniciar con él una conversación útil, pero fíjate como esa ira inicial ha querido decir 'quiero conseguir esto, y no conozco otra forma de expresarlo'. A través de la educación nosotros vamos enseñando la manera de sacarle resultado a esa ira inicial. Pues cuando nuestro cerebro primitivo actúa debemos sacar esta parte más desarrollada para decir vale, sí, pero con unos límites”.

La Ira es una emoción primitiva “que no negativa” es inherente al ser humano, su mala gestión sí la convierte en negativa porque hemos ido evolucionando a animales racionales. Si aprendemos a manejarla para que no se convierta agresión o para que no nos quedemos atrapados en esos pensamientos rumiadores de ira, esa canalización nos va a conceder una herramienta superpoderosa para poder cambiar tanto personal como socialmente”.

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