Puerto Hurraco: odio entre familias, un rechazo amoroso y la venganza más brutal de la España rural

Apenas 30 años después de uno de los crímenes más famosos de la historia de España, la venganza de Puerto Hurraco todavía hiela la sangre

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Paco Delgado

Madrid - Publicado el - Actualizado

10 min lectura

Encarnación y Antonia Cabanillas tienen 13 y 14 años. Es domingo, 26 de agosto de 1990, un día caluroso de verano en Puerto Hurraco, una pedanía de Badajoz en la que las dos niñas viven junto a su familia, su tercera hermana María del Carmen y su padre Antonio. El mismo 26 de agosto, Emilio y Antonio Izquierdo llegan al pueblo en su Land Rover desde Monterrubio de la Serena. Acaban de abandonar unas horas antes su casa, vestidos con sus habituales ropas de caza. “¿A dónde vais así vestidos?”, preguntaban sus hermanas. “Vamos a salir a cazar tórtolas”, contestaron ambos.

Aparcan en un callejón. Encarnación y Antonia están jugando en la plaza del pueblo, donde los vecinos se reúnen en el fresco de la noche para pasar el último día de la semana, todavía en verano. María del Carmen no está con sus hermanas porque se ha quedado jugando en casa de sus primos mientras que, Antonio, tampoco ha acompañado a sus dos hijas adolescentes.

Emilio y Antonio se bajan del vehículo, en el que llevan dos escopetas y trescientas postas, un tipo de cartucho que contiene casi una decena de balas de plomo, ligeramente mayor que los perdigones, y que se emplea para cazar jabalíes. Cuando ambos hermanos saben que la plaza está más concurrida, salen del callejón en el que esperaban, pacientes. Sin miramientos, se acercan hasta donde están jugando Encarnación y Antonia. Quizás las han reconocido. Apuntan con las dos escopetas y disparan a bocajarro. Las dos mueren en el acto. Sin embargo, el asesinato de estas dos niñas son solo los primeros de otras 7 muertes que tuvieron su origen en un corazón roto, poco más de 20 años antes.

Escena del crimen de Puerto Hurraco, con las manchas de sangre de algunas de las víctimas

Escena del crimen de Puerto Hurraco, con las manchas de sangre de algunas de las víctimas

Un desengaño amoroso

A principios de los años 60 los habitantes de Puerto Hurraco conocían a la familia Izquierdo y Cabanillas como los “Pataspelás” y los “Amadeos”. Corría 1967. Ambos clanes vivían en tierras colindantes, algo que provocaba no pocas discusiones entre vecinos. La mayor de ellas ocurrió en el momento en el que Manuel Izquierdo estalló de furia contra Amadeo Cabanillas, el mayor de los suyos, por entrar en su terreno con un arado. Lo que no sospechaba era que ese mismo Amadeo estaba enamorado de su hermana Luciana. O, al menos, eso era lo que ella suponía. Como si de un culebrón se tratase, Amadeo rechazó a Luciana apenas semanas después de haberle prometido que se casaría con ella.

Luciana y Ángela, hermanas de Emilio y Antonio Izquierdo, autores del crimen de Puerto Hurraco

Luciana y Ángela, hermanas de Emilio y Antonio Izquierdo, autores del crimen de Puerto Hurraco

El desengaño amoroso fue un mazazo para Luciana que, lejos de encajar bien el rechazo, quedó trastornada y trasladó su frustración hacia el mayor de sus hermanos, Jerónimo. El 22 de enero de ese mismo año se cometió el que sería el primero de los crímenes que desembocaría en masacre. La excusa del arado y las tierras era tan buena como cualquier otra para descargar la furia por haber “mancillado” el honor de Luciana. Jerónimo la emprendió a puñaladas con Amadeo Cabanillas en su propio terreno y lo asesinó brutalmente. Cumplió una condena de 14 años por asesinato y, tras cumplir la pena en la cárcel de Badajoz, se marchó a Barcelona. Volvería.

Un incendio misterioso

En 1984, 17 años después de que Jerónimo vengara la deshonra a su hermana asesinando a uno de los hermanos del clan de los “Amadeos” ocurrió un terrible incidente en la casa de los “Pataspelás”. Un terrible incendio. Sucedió con toda la familia en la casa pero, por alguna razón, todos se salvaron, a excepción de la matriarca de la familia. Isabel Izquierdo Caballero, madre del clan, quedó achicharrada dentro de la habitación de la casa, en la calle Carrera de Puerto Hurraco.

Isabel Izquierdo, fallecida tras un incendio en su casa de Puerto Hurraco

Isabel Izquierdo, fallecida tras un incendio en su casa de Puerto Hurraco

Eso sí, no faltaron las teorías y las habladurías del pueblo, que mantenían que los hijos se habían dedicado a “salvar muebles y objetos de valor”. “Salvaron el televisor o la nevera mientras la madre se tostaba dentro del cuarto”. Pero Emilio, Antonio, Luciana y Ángela lo tenían claro: había sido una venganza tardía por el asesinato de Amadeo. Pero no fueron ellos los que se tomarían la justicia por su mano, sino que tendría que ser el asesino original el que tendría que empuñar de nuevo el cuchillo del odio.

Dos años después, ya en libertad, Jerónimo Izquierdo emprendió la vuelta de Barcelona hasta Puerto Hurraco para ajusticiar a los asesinos de su madre. Las habladurías del pueblo señalaban hacia dos direcciones: la primera de ellas era que Isabel Izquierdo, fallecida en el fuego, había mantenido una aventura sexual con el abuelo de los Cabanillas; el otro de los rumores recaía sobre la autoría del fuego, y apuntaba directamente al hermano menor de Amadeo, Antonio. No obstante, la policía no pudo demostrar la validez de ninguna de esta dos teorías y no hubo finalmente detenidos por la muerte de la madre de los Izquierdo.

Antonio Cabanillas, hermano de Amadeo y padre de Encarnación y Antonia

Antonio Cabanillas, hermano de Amadeo y padre de Encarnación y Antonia

Por ello, tal y como hiciera casi 20 años antes, recién llegado de Barcelona, Jerónimo asaltó a Antonio Cabanillas para acuchillarle. Pero, ya sea por resistencia, o por falta de destreza, en este caso no pudo acabar con su objetivo del clan rival. Las heridas fueron de extrema gravedad, pero no acabaron con su vida. En este caso, el asaltante no terminó en la cárcel, como ya hiciera en 1967, sino que fue directamente trasladado hasta el psiquiátrico de Mérida, donde murió solo unos días después del ataque. Tal fue la vergüenza para el clan de los “Pataspelás” que huyeron del pueblo para instalarse en Monterubio de la Serena. Allí se coció un odio descarnado, no solo hacia los 'Amadeos', sino hacia todo el pueblo de Puerto Hurraco.

26 de agosto de 1990

Emilio Izquierdo confesó un día: “Fuimos en agosto porque en invierno, con el frío, se me agarrotan los dedos y no tengo puntería”. El 26 de agosto de 1990 Emilio y Antonio llegaron a Puerto Hurraco decididos a traer al espíritu de su madre la justicia que Jerónimo no había conseguido. Dispararon a las dos hijas pequeñas de Antonio Cabanillas hasta en 18 ocasiones en el pecho con balas que perforarían la piel de un jabalí. Las destrozaron. Su hermana María del Carmen, que estaba jugando con sus primas, salió corriendo a la calle al escuchar el estruendo de los disparos, pero no le alcanzó ninguno.

Velatorio de Encarnación Cabanillas y fotografía de las tres hermanas, dos de ellas asesinadas

Velatorio de Encarnación Cabanillas y fotografía de las tres hermanas, dos de ellas asesinadas

Tanto el tío de las niñas, Manuel Cabanillas, como su hijo caen entre los balazos. Un niño de 6 años recibe un balazo que le impacta en la cabeza y le deja en coma. Una mujer, Araceli Murillo, que estaba sentada tomando el fresco en la puerta de su casa, les recrimina a gritos que paren y también recibe una lluvia de disparos que acaba con su vida. Los disparos se suceden. Ya no hay freno y los hermanos disparan contra todo lo que alcanzan sus ojos: terrazas, paredes, ventanas. Todo ellos mientras llaman a Antonio Cabanillas entre gritos. Ni siquiera querían matar a sus tres hijas pequeñas. Le querían a él. Los querían a todos.

Un vecino del pueblo, José Penco Rosales, consigue llevarse en su coche a dos heridos y ponerlos a salvo en Castuera, uno de los pueblos vecinos. Pero, al volver a Puerto Hurraco a por más víctimas, es acribillado dentro de su vehículo y cae muerto sobre el volante. Dan la alerta a la Guardia Civil, que manda a un coche patrulla hasta el lugar del incidente. También reciben una lluvia de disparos sin que pudieran bajarse o da poder dar el alto. Los dos quedaron gravemente heridos. Cuando los refuerzos de la benemérita llegaron hasta Puerto Hurraco varias horas después había cadáveres por todas partes, sangre en las calles, pero ni rastro de Antonio y Emilio Izquierdo.

Uno de los coches tiroteados en la noche del 26 de agosto de 1990 en Puerto Hurraco

Uno de los coches tiroteados en la noche del 26 de agosto de 1990 en Puerto Hurraco

Incitados por sus hermanas

Tardaron caso 10 horas en localizar a los hermanos entre los olivos de la Sierra del Oro, donde se habían quedado dormidos. Ellos mismo mantenían que, de no haber sido detenidos por la Guardia Civil, habrían vuelto para volver a matar en el funeral. El juicio no se celebró hasta tres años después, en 1994, y en el que el magistrado, Casiano Rojas, encontró indicios que le llevaban a pensar que la hermanas, no solo conocían el plan, sino que habían sido partícipes del ardid. Ambas desaparecieron misteriosamente de Monterrubio el día después de la masacre para que las encontraran apenas unos días después en Madrid, donde aseguraban que se habían trasladado para, mantienen, para visitar al ex presidente del Gobierno, Felipe González.

Momento de la detención de Emilio y Antonio Izquierdo por 10 agentes de la Guardia Civil

Momento de la detención de Emilio y Antonio Izquierdo por 10 agentes de la Guardia Civil

A la vuelta hasta Castuera, donde se encontraban retenidos sus hermanos, Luciana y Ángela concedieron una entrevista en el tren a Antena 3 en la que se defendían de las acusaciones del pueblo de ser las verdaderas autoras. “Que lo digan delante de nosotras si se atreven”, replicaba Ángela, la menor de las dos, y de 49 años entonces.

“Con lo que hemos sufrido nosotras por mi madre, que solo nosotros lo sabemos. Con el dolor que tiene una solo puede pensar en sus hermanos, el dolor que están sufriendo ellos. Estamos sin vida. Somos creyentes, y solo queremos que se cumpla la voluntad de Dios”, respondía Luciana.

Ninguna de las dos fueron condenadas por su papel durante los asesinatos, pero fueron enviadas hasta el psiquiátrico de Mérida, donde había fallecido casi 10 años antes su hermano Jerónimo. Allí le diagnosticaron un trastorno paranoide alimentado por la venganza entre los dos clanes alimentados desde el aislamiento tras haber abandonado Puerto Hurraco.

El fin de un ciclo de venganza

Un primitivismo cultural y un empobrecimiento afectivo que determina el desprecio por la vida humana. Los acusados alimentaban sus propias fobias y obsesiones debido a un anormal aislamiento social y a la convivencia en un grupo cerrado (en referencia a todos los hermanos)”. Estas eran las palabras del juez Rojas tras condenar a los hermanos Izquierdo a 684 años de prisión y a pagar una indemnización de 300 millones de pesetas. No obstante, una de las frases que se escuchó durante el proceso en boca de uno de los Izquierdo fue: “Ya nos hemos vengado. Ahora que sufra el pueblo”.

Antonio Cabanillas, hermano de Amadeo y padre de las niñas asesinadas, fue detenido a las puertas del juzgado cuando llevaba un cuchillo escondido. Al ser interrogado no reveló intención alguna de ejecutar la misma venganza que habían intentado contra él en 1986 o el brutal asesinato de su familia, sino que buscaba increpar e intimidar a Luciana y Ángela, “al menos por el momento”.

Sea como fuere, nadie terminó por quitar la vida de los hermanos Izquierdo, sino que fueron ellos mismos los que se fueron de este mundo en una franja de apenas 5 años. En 2005 ambas hermanas murieron en el psiquiátrico de Mérida, al igual que Jerónimo en 1986. Lo cual resulta curioso, teniendo en cuenta que, entre ellas, se llevaban una considerable diferencia de edad de 13 años. Por su parte, Emilio Izquierdo murió a los 72 años de un infarto en la cárcel de Badajoz. En su entierro, los asistentes escucharon a su hermano Antonio susurrarle a la lápida: “Hermano, te vas con la satisfacción de que tu madre ha sido vengada”.

Antonio falleció solo 4 años después, el día en el que hubiera quedado en libertad de no ser por la conocida doctrina Parot. Se quitó la vida en su propia celda. Una muerte que dio punto y final a una lucha entre clanes que a lo largo de 30 años dejó 13 muertos a sus espaldas, varios heridos graves y la mancha en la historia de un pueblo para siempre.

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