Casi el 32% de los adolescentes entre 14 y 18 años ha practicado un "atracón de alcohol" en el último mes

Conocido como "binge drinking" consiste en beber cinco o más vasos de alcohol en dos horas o menos

Imagen de un botellón celebrado en Sevilla hace unos años

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

6 min lectura

El próximo viernes, 15 de noviembre, se celebra el Día Mundial Sin Alcohol. En vísperas de tal celebración hemos conocido datos preocupantes, un año más sobre el consumo de alcohol entre los jóvenes españoles. Aunque esos datos apuntan a una ligera tendencia a la baja del consumo, la ingesta de alcohol entre nuestros jóvenes, más bien adolescentes, sigue siendo un serio problema de salud pública. Aún queda mucho por hacer, sobre todo teniendo en cuenta sus efectos y consecuencias a todos los niveles en este sector de la población.

Así, y según la XII Encuesta sobre uso de drogas en enseñanzas secundarias en España (ESTUDES 2016-2017), realizada por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad entre jóvenes de 14 a 18 años, si bien se mantiene la tendencia a la baja iniciada en 2012, la prevalencia del consumo de alcohol sigue siendo muy elevada: el 76,9 % de los estudiantes ha probado alguna vez en su vida el alcohol; el 75,6 % lo ha consumido en el último año, y el 67 % lo ha hecho en el último mes. Además, un 31,7 % afirma que en el último mes ha practicado un atracón de alcohol (binge drinking), es decir, ha bebido cinco o más copas de alcohol en un intervalo de dos horas.

"La edad media de inicio del consumo de alcohol en España son los 14,0 años, y alrededor del 25 % de los adolescentes ha probado el alcohol antes de los 13 años, siendo esta situación similar a la media global en Europa", comenta Marina Bosque Prous, profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC y coordinadora del Grupo de Trabajo sobre Alcohol de la Sociedad Española de Epidemiología.

Entre las razones que favorecen el inicio y el mantenimiento del consumo a estas edades destacan, por un lado, la baja percepción del riesgo que hay en torno a este hábito y, por otro, el fácil acceso que se tiene a esta sustancia.

En cuanto a la primera, según ESTUDES, el alcohol es la sustancia que se percibe como menos peligrosa, con una diferencia notable frente a todas las demás (tabaco, cannabis, hipnosedantes, cocaína…), tal y como demuestra el hecho de que solo el 56,1 % atribuya muchos o bastantes problemas al consumo de 5 o 6 unidades de bebidas alcohólicas (cañas o copas) en el fin de semana.

Respecto a la accesibilidad, 9 de cada 10 estudiantes afirma que no encuentra ninguna dificultad para adquirir estas bebidas, una facilidad que resulta especialmente significativa en el grupo de edad de entre 14 y 17 años, jóvenes a los que la ley prohíbe vender o facilitar alcohol y que, sin embargo, afirman conseguirlo ellos mismos en el 34,9 % de los casos.

Efectos neurocognitivos (entre otros). Todos estos datos evidencian la necesidad de hacer hincapié en los efectos perjudiciales que se asocian a este hábito tanto a corto como a largo plazo. «El consumo de alcohol en la adolescencia tiene importantes consecuencias negativas para la salud, tanto física como mental y social. En concreto, se ha relacionado con diferentes lesiones (tanto mortales como no mortales), comportamientos violentos y delictivos, conductas sexuales de riesgo, intentos de suicidio, uso de otras drogas, fracaso escolar y problemas físicos y emocionales. Las consecuencias de este consumo serán más graves cuanto más joven sea el adolescente», explica Marina Bosque.

Asimismo, las numerosas investigaciones dirigidas a medir el impacto de este tóxico sobre el desarrollo de varios órganos corporales han sido rotundas: en un menor de edad, el consumo de alcohol debe ser cero. En este sentido, Marina Bosque destaca que el cerebro adolescente es particularmente vulnerable a los efectos del alcohol, por lo que su consumo a estas edades puede dar lugar a problemas de salud mental y neurocognitivos, tanto a corto como a largo plazo: «Se sabe que puede producir cambios funcionales y estructurales en el cerebro que pueden persistir en la edad adulta. Además, el cerebro de los adolescentes también es más vulnerable a los efectos adictivos del alcohol y otras drogas durante el periodo de neurodesarrollo. Por otro lado, y a largo plazo, el consumo en la adolescencia se ha relacionado con un mayor riesgo de dependencia de esta sustancia en la edad adulta».

Necesidad de una ley específica. El reto es, por tanto, reducir el consumo de alcohol entre los jóvenes españoles y para ello es necesario actuar en tres frentes concretos: «Los estudios científicos demuestran que disminuir la accesibilidad (subida de tasas y precios mínimos) y la disponibilidad (control estricto de la venta y consumo a menores), así como regular o disminuir la publicidad y la promoción del alcohol (limitar la presencia de marcas y logotipos en el ambiente urbano) y el patrocinio de cualquier actividad de ocio por la industria alcohólica, permitirían reducir significativamente el consumo de alcohol entre los menores», señala la profesora de la UOC.

«Por ello, desde el punto de vista de la salud pública, está muy clara la necesidad de una ley específica para reducir el consumo de alcohol en menores», añade Marina Bosque, para quien, sin embargo, existen intereses en contra de la aprobación de una legislación en esta línea: «Por un lado, España es un país productor de bebidas alcohólicas, principalmente vino, y hay una presión por parte del lobby de la industria alcoholera para evitar endurecer estas políticas en relación con el consumo de alcohol. Esto ha producido que nuestras políticas sean mucho más laxas que la media europea y que tengamos mucho margen de mejora al respecto».

Normalización y arraigo cultural: un cambio necesario. En cuanto al posible papel «disuasorio» que tendría el hacer más hincapié sobre los efectos negativos del alcohol en las campañas y los mensajes que se transmiten a los jóvenes (de forma similar a lo que se hace con el tabaco o con los accidentes de tráfico), Marina Bosque opina que, más que endurecer los mensajes, la raíz del problema está en que el alcohol está muy arraigado y, también, normalizado en nuestra cultura (por ejemplo, la bebida está tradicionalmente asociada a las celebraciones y los padres tienden a ser más permisivos con el alcohol que con otras sustancias), lo que favorece que niños y jóvenes estén expuestos de forma continua a esta sustancia. Es necesario, por tanto, un cambio de la percepción que se tiene de este hábito: "No se debería pensar en el alcohol como un problema individual, sino que habría que realizar acciones dirigidas a concienciar a la sociedad en su conjunto sobre las consecuencias de ese consumo. Por ejemplo, promover un ambiente urbano sin exposición a la publicidad de bebidas alcohólicas; prohibir la venta y el consumo en la vía pública; aumentar el control de la venta y el consumo en menores, etc.", dice Marina Bosque.

Asimismo, la experta incide en la necesidad de recordar a la población que el alcohol es uno de los principales factores de riesgo de enfermedad y mortalidad a escala mundial: "Su consumo está relacionado con más de doscientas enfermedades, como por ejemplo diferentes tipos de cáncer. Sin embargo, parece que solo somos conscientes de las consecuencias en personas que sufren una adicción, aunque estas son una parte pequeña de los consumidores. No hay que olvidar que cualquier persona que consuma alcohol asume un riesgo para su salud, ya que no existe una cantidad de consumo que pueda considerarse beneficiosa o sin efectos perjudiciales, pues las consecuencias superan con creces a los beneficios potenciales de su ingesta", comenta Marina Bosque.

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