¿A qué nos enfrentamos en España si no se invierte en investigación?

La inversión en investigación es el 1,2 del producto interior bruto de nuestro país, menos de la mitad de la media europea

Ciencia. Archivo

Sefi García

Publicado el - Actualizado

7 min lectura

La Ciencia, así con mayúsculas, ha sido la coartada para bien y para mal durante toda la pandemia. Para justificar medidas políticas, para apoyar las decisiones, para explicar los hechos. Nunca antes se había recurrido tanto al concepto.

Los científicos son los profesionales que generan más confianza en España a raíz de la covid-19: 7 de cada 10 españoles han depositado su confianza en los científicos según el último informe IPSOS. Se sitúan por primera vez por encima de los médicos. Sin embargo la inversión en investigación es el 1,2 del producto interior bruto de nuestro país, menos de la mitad de la media europea, muy lejos de los países del norte. Los científicos piden a la sociedad a la que cuidan que no les suelten la mano.

Si en 2019 era la comunidad médica los profesionales que mayor confianza despertaban en la población española, tras la pandemia ese lugar lo ocupan los científicos, subiendo 4 puntos más respecto a 2019, mientras que los médicos se quedan prácticamente al mismo nivel que antes de la llegada del Covid-19, pasando de un 69% a un 68% actualmente. Parece que en España se ha valorado más el esfuerzo de la comunidad científica en búsqueda de una vacuna como solución a esta crisis sanitaria, que a la labor médica. Si lo comparamos con el entorno europeo, España, con un 71%, es el país con el mayor porcentaje de confianza en el colectivo científico de todo el continente.

La confianza de los ciudadanos en sus científicos no se ve correspondida en la inversión pública: en España se destina el 1,2% del Producto interior bruto a la investigación, menos de la mitad de lo que destina de media Europa (el 2,5%) y muy lejos de los países del norte (un 4%), según los datos del informe de la fundación COTEC.

Carlos Buesa es CEO y creador de Oryzon, una empresa biotecnológica con sede en Barcelona y Nueva York , que investiga tratamientos contra el cáncer y las enfermedades neurológicas. Nos cuenta que “España es una excepción en inversión en innovación academia y tecnológica en la empresa dentro de los países grandes de la Unión Europea y de los países con desarrollo tecnológico y social elevado”. Los presupuestos van encaminados, explica, a reducir la brecha, pero “por ahora la situación es esta: esteremos a medio camino de Francia, a un tercio del recorrido ya por los países del norte de la unión europea, estamos en el furgón de cola”.

Entre nuestras fortalezas reconoce el esfuerzo de la Universidad “que hoy por hoy hace buena investigación”, tenemos centros de excelencia que se codean a nivel de la primera liga mundial, está el CESIC “pero necesita una repensada, hay mucho investigador quemado y necesita un baldeo”, y tenemos los hospitales donde “a pesar de la escasez de medios la investigacion es de muy buen nivel, particularmente en Madrid, Barcelona y otras ciudades hay muy buena investigación clínica y mantienen un nivel de excelencia muy alto”, por tanto, reconoce Carlos Buesa “ Activos tenemos, sitios para agarrarnos y trepar hay, pero tampoco podemos ubicarnos en la autocomplacencia porque, la buena valoración de los ciudadanos, no se traduce en un esfuerzo inversor por parte del gobierno”.

EL CUBO DE RUBIK

No hay dinero público suficiente para ciencia, las administraciones públicas no apuestan por la investigación, pero además el tejido empresarial en nuestro país tampoco es propicio para desarrollar conocimientos, reconoce el CEO de Oryzon. “No hay que olvidar que las vacunas han salido de empresas tecnológicas: tenemos que ser conscientes de que el investigador público está haciendo una labor fabulosa para entender esos rincones de la frontera del conocimiento, pero al final donde se traduce bien un descubrimiento es a través de la empresa y aquí tenemos un déficit de parque empresarial innovador y con el tamaño suficiente para plantearse, no solo la internacionalización y la exportación, sino también la innovación y la apuesta por el producto de alto valor añadido”. Nuestras empresas en general son pequeñas y su tamaño redunda en una debilidad de la economía española “no solamente en que hay más paro cuando viene una crisis sino en la poca capacidad para innovar”.

Nos harían falta compañías más grandes para poder competir, parecidas a esos campeones ocultos alemanes “empresas de 500 o 1.000 trabajadores que generan cientos de millones de euros de beneficios donde es muy fluida esa transición de conocimiento entre la empresa, la universidad, los hospitales y la academia, y que tienen perfectamente el músculo de sus departamentos de innovación y desarrollo y que están permanentemente a la última”.

Esta es la otra cara del cubo de Rubik que nos falta para alcanzar niveles de desarrollo para llegar, cuando menos, a la media europea.

Es la visión de un biólogo de origen, muy valiente, que se propuesto situar el nombre de nuestro país entre los grandes.

También nos hemos ido a la universidad para conocer la visión académica. Paseando por la Complutense nos hemos topado con un Catedrático de Química Orgánica: es el investigador español más citado en el mundo, Medalla de oro de química y Premio Nacional. Nazario Martín tiene uno de esos currículo que apabullan a cualquiera y es conocedor del desarrollo de la ciencia en nuestro país desde diversos puestos. Coincide el catedrático con el empresario en que “mientras no alcancemos la media europea en inversión, no estaremos en el aprobado”.

Cuando se invierte un euro en ciencia, se revierten 7, asegura. Coincide Nazario Martín con Carlos Buesa en que el desarrollo científico tienen que basarse en esas dos patas: la inversión pública y la transferencia a las empresas, y esas empresas no tiene condiciones en España para desarrollar la innovación que se genera en nuestro país. “Hay que buscar sinergias entre la investigación pública y la iniciativa privada-afirma- y las empresas tienen que tener claro que si no se suben al tren de la investigación no tienen futuro”. Pide el investigador que el apoyo público a la ciencia no dependa del color político del gobierno de turno, un pacto de estado que defina qué queremos ser porque hay mucho talento y mucha dedicación “pero los demás van en cohete y nosotros en carro”. Insiste en el diseño de país “España no es solo un país de camareros, somos mucho más”. Podríamos haber liderado algunos de los proyectos para luchar contra la Covid, pero ahí están los países del norte donde sí se invierte en ciencia, y nuestros proyectos, retrasados. “En ciencia no hay atajos, no se puede invertir mucho durante 5 años y luego dejarlos estar. Hay que darle una repensada a todo”.

Para nuestros investigadores es muy importante el apoyo ciudadano, porque saben que cuando hay una corriente social favorable los gobernantes suelen escucharla. Nazario Martín nos cuenta que en el último año del pasado siglo se hizo una encuesta entre la población norteamericana a la que se preguntó cuál era para ellos el personaje más influyente del siglo XX, y su respuesta no fue un político, no un deportista, ni una estrella del rock, “la respuesta fue Einstein, un científico”.

Sin embargo en España, tras la encuesta de confianza de IPSOS en la que los científicos eran los más valorados, acabamos de conocer otra del mismo organismo en la que los ciudadanos ya no consideran la pandemia como su mayor preocupación, a pesar de que estamos viendo venir ya la sexta ola. Ahora, y es comprensible y absolutamente humano, son el trabajo y la pobreza social lo que más angustia en nuestro país.

El catedrático recuerda que en los países más avanzados los gobiernos y los ciudadanos saben que “la ciencia les genera riqueza, empleos en las familias, y a lo mejor aquí en España falta este eslabón que para que la ciudadanía comprenda que ciencia es sinónimo de progreso, de trabajo estable, de bienestar social y de avanzar, quizá los ciudadanos españoles no lo perciban tanto”. El investigador es consciente de que hace falta un trabajo de concienciación de los propios científicos y de las administraciones públicas para hacernos comprender qué supone no invertir en investigación y así quizá “algún día podamos decir que la persona más influyente de todo el siglo ha sido un científico”.

Mientras nos piden a todos que no les soltemos la mano.

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