La actuación de Blas Cantó en Eurovisión: una buena factura técnica al servicio de un mensaje difuso

La delegación española presenta este año la candidatura mejor trabajada en aspectos como iluminación o realización, pero sin capacidad efectiva de atracción

La actuación de Blas Cantó en Eurovisión: una buena factura técnica al servicio de un mensaje vacío

Javier Escartín

Publicado el - Actualizado

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El primer ensayo de Blas Cantó sobre el escenario del Ahoy de Róterdam, sede del festival de Eurovisión 2021, ha constatado una vez más el poco atino de RTVE a la hora de fabricar un producto idóneo para atraer la atención de la audiencia millonaria que sigue cada año el certamen. Ahogados en la urgencia de una buena posición que dé sentido al maltrecho proyecto eurovisivo de la cadena pública, el ente navega a la deriva sin ni siquiera la esperanza de vislumbrar tierra firme en el horizonte. Puede que se venda el mensaje de que hay un proyecto sólido detrás, pero ninguna afirmación de estas características se sostiene a la luz de los datos: España es el único país de todos los participantes en Eurovisión que no ha pasado del puesto 20 desde 2015. Un triste y deshonroso bagaje para una delegación que en este 2021 se ve precipitada a ampliar su descrédito a tenor de lo exhibido ayer en ese primer ensayo de Blas Cantó en Róterdam.

El lastre ya es abultado. El artista murciano aterrizaba en Países Bajos situándose en el penúltimo puesto de las casas de apuestas para el triunfo y con la falta de expectativas entre un público eurofan que siempre tiende a engordar las ilusiones por un proyecto de estas características. Durante las semanas previas al concurso, RTVE y el propio intérprete aseguraron que su objetivo era transmitir la emoción desbordante que ya el videoclip de "Voy a quedarme" había mostrado a través del lacrimógeno recuerdo de Blas Cantó hacia su abuela, fallecida el pasado año por la pandemia del coronavirus. Blas manifestó en varias entrevistas que era consciente de las limitaciones que a veces conlleva penetrar en las emociones y la ardua tarea de que calen entre el público europeo cuando no se interpreta el tema en inglés. La misión era clara: emocionar a Europa y transmitir el mensaje de la canción a través de las privilegiadas herramientas técnicas y de imagen que permite Eurovisión.

Además, la delegación española pregonó que se había hecho con los servicios del austriaco Marvin Dietmann, uno de los directores de escena en Eurovisión más pretendidos en los últimos años y que en esta edición colabora con otros cinco países. De hecho, las puestas en escena de Chipre, Croacia, Austria y Bulgaria - firmadas por el austriaco - han generado una ola de alabanzas en Róterdam y la escenografía de Bulgaria también se basa en la emoción familiar, en este caso la de su cantante homenejando a su padre, recientemente diagnosticado de ELA.

El producto que se verá el 22 de mayo queda muy lejos de los compromisos adquiridos. España presenta en esta edición la apuesta, quizá, con la mejor factura técnica de su historia. El trabajo de iluminación está muy cuidado y conecta con la atmósfera que se pretende crear, al igual que los portentosos visuales que se ven de fondo. Además, la realización que se verá en televisión de la actuación está muy bien pensada y en su primer ensayo ya presenta un resultado muy madurado, algo poco habitual en las primeras tomas de la delegación española en Eurovisión.

Cada plano de la actuación está medido y se presta a envolver al artista en un universo de emociones, la espiral de sentimientos a la que se lanza Blas Cantó para contar su historia. El problema radica en que ese mensaje, una vez más, no llega. El envoltorio que recubre el regalo es bonito, tal vez el mejor que hayamos presentado desde Ruth Lorenzo (2014) y su baile bajo la lluvia. Pero el fondo está vacío. No hay mensaje claro, sólo un armado concepto artístico.

Y aunque RTVE venda en su nota de prensa que la pretensión es la "ausencia de artificios" para que ese mensaje llegue al público europeo, no se entiende después la presencia sobredimensionada y superlativa de una gigante luna que poco aporta de forma positiva a la imagen visual de la actuación y que no cuenta con ningún pretexto más que su propia presencia, con el añadido de que cambia a un color rojizo al final de la canción. Poco o nada añade este elemento más que la distracción del espectador, pero sí evidencia el camino desnortado que ha tomado RTVE. Pasa de escenografías recargadas y trufadas de metáforas equivocadas (como el caso de Edurne o Miki) a una sobriedad desmesurada (Amaia y Alfred en 2018), sin explotar un concepto definido y refugiándose en trucos exgerados para captar la atención sin darse cuenta de que las sutilezas bien conjugadas, la innovación y la capacidad maestra de transmitir el mensaje puro de una canción son las verdaderas herramientas de éxito en Eurovisión.

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