CORRIDA PICASSIANA CRISOL
Obra cumbre de Enrique Ponce en Málaga
El diestro valenciano cuaja una tarde histórica en La Malagueta cortando cuatro orejas e indultando un toro de Juan Pedro Domecq.
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La tradicional Corrida Picassiana se fraguó este año como un ‘Crisol’ en el que se entremezclarían toreo, flamenco, ópera, pintura… todo para enriquecer la lidia y dotar de un poso cultural lo que ya de por sí es cultura. Porque el toreo, no lo olvidemos, pese a los adornos que le pongamos, es parte del ser cultural de nuestra España.
Y el toreo puede sublimarse como hizo Enrique Ponce con el nobilísimo quinto de Juan Pedro Domecq. Un toro de calidad y duración excelsa al que cuajó una de las grandes faena de su ya larga y extensa carrera. Con la estética y el temple por bandera, el valenciano fue construyendo una faena de intensidad siempre creciente. Con golpes de inspiración, como esa manera de torear al natural bamboleando los vuelos de la muleta para enganchar la embestida del toro. O como una vez cuajado el toro con la franela, volver a sacar el capote para firmar un quite de temple e inspiración sublime y después otra tanda de muleta de rodillas. El delirio estaba desatado en La Malagueta y todo desembocó en un indulto quizá excesivo pero pedido en el trance de lo que estaba sucediendo. Con el pañuelo naranja ya asomado y con el show desbocado, hasta incluso Conde quiso poner delante del toro para dejar una pincelada sin suerte en la resolución. Ponce dio una parsimoniosa y emocionada vuelta al ruedo después de que ‘Jaraiz’ regresara a los chiqueros.
Ponce había paseado la primera oreja del festejo en el abreplaza de Juan Pedro Domecq, un animal ofensivo por delante aunque algo escurrido de carnes por detrás. Tuvo nobleza el astado y lo aprovechó el valenciano para levantar una faena basada en el temple, el relajo y las buenas formas. Mejor a derechas, por donde llegaron los momentos más redondos del conjunto. Se gustó y gustaron las poncinas finales antes de agarrar una estocada perpendicular que tumbó al toro.
El tercero fue otro animal de Daniel Ruiz de discreta presencia y escasa fortaleza en los primeros tercios tras dos vueltas de campana. Ponce cuidó mucho al toro en el inicio de su faena. Siempre a media altura, sin apretar al toro del hierro albaceteño. Lo mejor llegó cuando, una vez sujetado el toro, lo obligó el de Chiva en varias tandas en las que se metió mucho con el toro. Un cambio de mano puso en pie a La Malagueta. Fue hábil con un espadazo desprendido y paseó un nuevo trofeo.
El primero del lote de Javier Conde fue un toro de Daniel Ruiz escurrido pero de gran nobleza en el último tercio. El malagueño mostró su particular concepto del toreo, sobresaliendo en el toreo al natural. Por este pitón Conde firmó varios pasajes discontinuos pero de gran expresión y temple. Mató de media estocada y un descabello y dio una vuelta al ruedo como premio.
El desfondado cuarto de Juan Pedro sólo dejó a Javier Conde mostrar algún destello de su personalidad pero también afloraron ciertas dudas en el sitio a pisar. No estuvo fino con la espada y fue silenciado.
El sexto, serio de cabeza y con alegría en los primeros tercios, mantuvo su buen son en el tercio de muleta. Conde, arreado por el triunfo de Ponce, estuvo muy voluntarioso. Hubo derechazos muy acompasados y naturales plenos de inspiración alternados con otros momentos de más inseguridad de plantas. Un pinchazo hondo hizo necesario de un golpe de verdiguillo.
Málaga, jueves 17 de agosto de 2017. 5ª de Feria. Tres cuartos de plaza.
Cuatro toros de
(1º, 4º, 5º y 6º), bien presentados y de desiguales hechuras. De buen juego en conjunto, destacando el noble quinto ‘Jaraiz’, nº 53, negro mulato, 12/12, de 554 kg, que fue indultado. Dos toros de
(2º y 3º), manejables.
Enrique Ponce, oreja, oreja y dos orejas simbólicas.
Javier Conde, vuelta, silencio y silencio.