2ª FERIA DE ABRIL
La obra de David de Miranda y la bravura de “Tabarro”
Extraordinaria corrida de Santiago Domecq a la que David de Miranda le ha cortado dos orejas y una José Garrido.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Centrémonos de inmediato en lo que interesa. En lo sucedido con la gran corrida de toros de Santiago Domecq lidiada en la Maestranza. En la bravura simbolizada en “Tabarro”, el magnífico toro del ganadero gaditano, al que David de Miranda le ha cortado las dos orejas pese a pinchar en el primer intento de hundir la espada. En la versión de natural. Porque el torero onubense logró sumergir a toda una plaza en estado de suspensión. La verosimilitud que hace creíble las situaciones más soñadas. A ello contribuyó la tauromaquia que confiere a quien la ve el enorme placer de sentir, gozar y emocionarse. Auténtica magia que alimenta el alma.
Naturales para remarcar, profundos, lentísimos, eternos. Trazos que fueron crescendo hasta alcanzar altísima cota. Naturales interpretados con una sensibilidad exquisita. De lentitud desesperante hasta desaparecer detrás de la cadera. Hubo tensión emocional en lo que ocurría en el ruedo y el espectador, entre el instante fugaz en el que se produjo.
Hablar de lo hecho por David de Miranda al “gran quinto” es algo más que definir su toreo. El motivo que realmente le lleva a volcar toda la intensidad de la lidia en un concepto tan clásico como auténtico. Un toreo que contuvo empero todos los significados capaces de enriquecerlo. La quietud en los lances a pie juntos marcaron el inicio de una lidia que acabaría apoteósica. La derecha viajó sincera, con muletazos luminosos, ingeniosos, hilvanados y de una emotividad directa y generosa. Y la izquierda impecable para transmitir una veracidad escalofriante. ¡Qué toro! y ¡qué torero! Dos pañuelos blancos en el balconcillo del presidente, tras el errar con la espada, y ocultado el azul. Cuantificar la calidad de las embestidas de un toro es el paso inicial para poder valorar la bravura y, por tanto, premiarla. ¿Quién falló?
Santiago Domecq trajo a Sevilla una corrida de Sevilla. De bonitas hechuras, seria y brava. Toros para el toreo, para el disfrute y la emoción. Bueno fue el segundo, noble y bravo en la muleta. David hizo gala en todo momento de un toreo sólido pero con demasiadas intermitencias. Buscó en la quietud y el ajuste su arma para convencer, epilogando faena de manera emotiva. La espada y el descabello malograron lo hecho.
José Garrido caminó dispuesto a la puerta de chiqueros para hacer suya la tarde. Larga cambiada y vibrante lancear. Presentación de lo que quería conseguir. Consiguió una oreja a un toro de dos. Porque el buen toro primero ya dijo sobre el albero maestrante lo que habría de venir después con una corrida que coje nota muy alta nada más empezar el ciclo. Tuvo la lidia momentos importantes. Muletazos templados, ligados, ajenos a esquematismos preconcebidos, y naturales con los que consiguió los fragmentos más interesantes de la faena. De todas formas, faltó algo. Hundió el acero y paseó una oreja.
Menos calidad en las embestidas tuvo el cuarto. Si embargo, galopó de largo al caballo para alegría del público. El diestro pacense hilvanó una faena muy suya, de cites con muleta adelantada, elegante y templada. También con la izquierda logró algún que otro natural expresivo. Un feo bajonazo malogró lo hecho.
Leo Valadez también tuvo toros para el triunfo. El sexto mostró calidad en su noble embestida. El mexicano lo toreó despacio con la derecha e incluso con la izquierda, pero todo demasiado mecánico. Y además lo pinchó. Al tercero, de embestidas nobles aunque con una pizca de sosería, lo lidió con ambas manos sin llegar a convencer. Quizá, la falta de sentimiento en la expresión de la lidia llegó más a los tendidos que su toreo.