EDITORIAL EL ALBERO
"Tardes de soledad": una cinta sin épica prefabricada, solo la verdad y la esencia más pura de la tauromaquia
Analizamos la obra de Albert Serra estrenada el pasado viernes y premiada con la Concha de Oro del Festival de San Sebastián.

Tardes de soledad
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Hay películas que trascienden la pantalla, que no solo cuentan una historia, sino que muestran una verdad desnuda, sin artificios ni concesiones. "Tardes de soledad" de Albert Serra, estrenada este pasado viernes, es una de ellas. Su mirada a la tauromaquia es descarnada, directa y real como nunca antes se había visto en el cine. Aquí no hay épica prefabricada ni concesiones estéticas para dulcificar la Fiesta; hay verdad, crudeza y la esencia más pura de lo que significa ponerse delante de un toro bravo.
Que un cineasta como Serra se acerque a la tauromaquia con este nivel de compromiso es un acontecimiento en sí mismo. La Fiesta necesita miradas externas que la retraten sin prejuicios ni tergiversaciones, y en "Tardes de soledad" encontramos exactamente eso: la exposición de un rito milenario donde el hombre se enfrenta al toro con la única compañía de su valor y su arte.
En ese marco emerge la figura de Andrés Roca Rey, el último torero-héroe del siglo XXI, destinado a ser el estandarte de la tauromaquia para los jóvenes y los nuevos públicos. Su papel en la película es el de un guerrero moderno que, tarde tras tarde, se juega la vida sin otra protección que su capote, su muleta y su espada. No es casualidad que Serra haya encontrado en Roca Rey el protagonista ideal para este relato: su entrega, su ambición y su conexión con el público lo convierten en la gran figura llamada a marcar una época.
No obstante, "Tardes de soledad" no es una obra perfecta, y el aficionado más purista notará ciertas ausencias que podrían haber elevado aún más la experiencia cinematográfica. La falta de sonido ambiente en algunas secuencias resta autenticidad a la atmósfera de las plazas. Madrid, epicentro del toreo, es el escenario donde se mide con mayor rigor a los diestros, y la película pierde parte de esa intensidad al privarnos de la reacción del tendido en esas tardes cruciales de Roca Rey. El montaje sonoro, solo se centra en las figuras de toro y torero y ahí, el relato puede perder cierta fuerza.
También hay una ausencia de cronología clara, con saltos en el calendario taurino que los más entendidos pueden detectar, y que en ocasiones dificultan seguir el hilo de la temporada del torero. Sin embargo, estos detalles no empañan el logro principal de la película: mostrar la tauromaquia en su dimensión ética más profunda. Porque "Tardes de soledad" nos recuerda, con su lenguaje visual implacable, que este espectáculo es, ante todo, la historia de un hombre dispuesto a jugarse la vida ante un animal totémico, el toro bravo.
Esta obra no es solo para los aficionados, sino para aquellos que aún no comprenden la tauromaquia. Es una invitación a mirar sin prejuicios, a entender la grandeza y la tragedia de este arte. "Tardes de soledad" no embellece la realidad, la muestra tal cual es. Y en estos tiempos de superficialidad, eso es un acto de valentía artística que merece ser reconocido.