4ª FERIA DE SANTIAGO

Todos son contingentes, pero Morante es necesario

Ocho orejas se reparten Enrique Ponce, Morante de la Puebla y Fernando Adrián ante una noble corrida de Domingo Hernández.

Enrique Ponce, Fernando Adrián y Morante de la Puebla, a hombros este martes en Santander

Sixto Naranjo Sanchidrian

Publicado el - Actualizado

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Desde el 31 de mayo no se había vuelto a vestir de luces. Santander como meta final de un camino recorrido en búsqueda de esa salud mental de la que tanto se habla y poco se conoce. Morante de la Puebla opacó el adiós de Enrique Ponce de una de sus plazas talismán, Santander. Cuando el torero cigarrero dijo que Cuatro Caminos vería su nuevo alumbramiento, todo cobró sentido. Como también los empresarios vieron la luz ante la incertidumbre de su regreso.

Fue abrirse de capote Morante con su primero y aquello rezumó la torería que perdimos durante estos casi dos meses. Ese embroque, esa cadencia manejando el percal. Como la delicadeza a la hora de volar el capote en unas chicuelinas primorosas o el inicio de faena preñado de gusto y encaje. Lástima que el de Domingo Hernández no sirviese para entrar en muchas profundidades muleteriles, pero hubo un natural que valió por una faena entera. Y una tanda en redondo alegrando la embestida del astado ligando los muletazos en un palmo de terreno con ceñimiento máximo. Y una coda final de nuevo al natural para dejar claro que el concepto se mantiene intacto. La estocada viajó caída pero no importó para la concesión de la oreja paseada.

El quinto fue un animal impresentable. Anovillado, de escasa carnes y una cornamenta bizca para afearle aún más. Un choto, que dirían en mi pueblo. Le tuvo que parar Curro Javier tras una salida incierta en la que quiso hasta saltar al callejón. Sacó nobleza pajuna el de Domingo, y Morante esta vez dejó goterones de toreo carísimo. Muletazos ralentizando las embestidas y chispazos de improvisación en los remates. El pasodoble “Suspiros de España” acompañando con torería la sinfonía de toreo tan auténtico y puro. No fue una faena rotunda, pero todo estuvo presidido por el sello del artista sevillano. La oreja cayó tras una estocada casi entera cobrada al encuentro. Mas allá de despojos y la salida a hombros, lo importante es que la persona ha vuelto, que es la que debe tirar del torero que siempre ha estado ahí. ¡Qué necesario es Morante!

Enrique Ponce sacó a sus compañeros a saludar tras el paseíllo y brindó a Morante su primera faena a un toro de Domingo Hernández de buena condición pero cogido con alfileres. El valenciano se mostró más vistoso que profundo antes de ver como el animal caía patas arriba tras un pase de pecho. Hasta ahí duró el astado, que se afligió y comenzó a agarrase al piso. Un final acompañando la embestida con la pierna flexionada y una estocada atravesada pero efectiva elevaron al conjunto al premio de una liviana oreja.

Con la salida del cuarto se desbordaron los cánticos por los tendidos del coso de Cuatro Caminos. “Santander la marinera” y “La fuente de Cacho” brotaron desde las gargantas de los aficionados, tifo incluido, como homenaje y despedida a Ponce. Y para completar el concierto musical en el que se convirtió la lidia a este toro, la banda atacó “La Misión” en cuanto el de Chiva inició la faena de muleta. Entre tanta música accesoria, el toreo fundamental apareció con cuentagotas. Estuvo paciente el diestro con un toro muy justo de fuerzas al que toreó con mimo y elegancia hasta las ‘poncinas’ finales. De nuevo la espada funcionó con eficacia y esta vez los dos pañuelos asomaron desde el palco. El adiós soñado para Ponce de Santander con un público volcado y él, emocionado.

Fernando Adrián recibió a su primero con tres faroles de rodillas que pudieron acabar de mala manera cuando el toro se le vino directo al pecho. Salvó con facultades la tarascada el diestro madrileño. Se le olvidó después a Adrián pedir permiso a la presidencia antes de brindar el toro a sus dos compañeros de terna y firmar un explosivo

prólogo muleteril en el que alternó pases cambiados con una granadina antes del de pecho. Muy firme, encajado de riñones y mandando siempre por abajo las notables embestidas del toro de Domingo Hernández por el pitón derecho. Por el izquierdo, el exceso de arrebato en las formas descarrilaron en un par ocasiones los viajes del toro, pero la emoción que imprimió en un final por circulares ligadísimo hizo que los tendidos se pusiesen en pie. La estocada tendida que cobró con fe le pusieron en bandeja el doble trofeo. También se ovacionó con justicia al toro en el arrastre.

El vareado de carnes que hizo sexto arrolló a Fernando Adrián cuando se le vino cruzado en el capote. Terrible la voltereta en el aire y el porrazo contra el duro ruedo santanderino. Salió del trance con la cara magullada el torero para ver como el toro estuvo a punto de llevarse también por delante a su subalterno Diego Valladar al coger el olivo después del segundo par de banderillas. Lejos de calmarse la cosa, el de Torres de la Alameda subió las revoluciones de la plaza con un inicio de faena con las dos rodillas en tierra y varios muletazos cambiados por la espalda. Volvió a mostrase muy asentado, tirando de las embestidas con largura y cierta ‘electricidad’ fruto de las ganas por agradar. El cierre por bernadinas de espacios imposibles precedió a un pinchazo y a un espadazo letal. Un nuevo trofeo fue a parar al esportón de Fernando Adrián..

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