¿Dónde está mi hijo...?

por Pedro Rodríguez

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Pedro Rodríguez González

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

¿Dónde está mi hijo…?, ¿Dónde está…?, preguntaba un padre, de forma angustiosa, a unos y a otros, después de recibir la noticia de que su hijo había tenido un accidente de moto, al salirse con ella de una curva, en la carretera de Gibraleón.

Esta mañana, quiero dedicarle el BD a Alejandro, 28 años, quien ha perdido la vida, en plena juventud, cuando se dirigía a ver a su novia.

Hijo de Pedro Quintero, lo conocí siendo niño, acompañando a sus padres en las noches de mis victorias electorales.

Nos teníamos un mutuo y fuerte cariño, prolongado hasta hace unos días que estuve hablando con él, en el MÁS de calle Puerto, donde el trabajaba y nosotros vamos a comprar.

Alejandro, comenzó en el último puesto de la empresa y, a pesar de su juventud, ya había alcanzado categoría de encargado, gracias a su Ilusión, esfuerzo, trabajo, entusiasmo y disciplina.

Luchó por lo que quería. Disfrutaba en el trabajo. Amaba lo que hacía. Si las cosas no le salían bien, como esperaba, lo intentaba de nuevo. Siempre daba lo mejor, para él todo era posible.

“UNA SONRISA EN SU ROSTRO”

Alejandro, tenia siempre una sonrisa en su rostro. Era feliz, no porque todo fuera bueno, sino porque él sabia ver la parte buena, en todo. La felicidad estaba dentro de él. Y la trasladaba a sus compañero de trabajo.

Ayer, en su despedida, saludé a un grupo de ellos, vestidos con sus polos verdes (imagen corporativa de MAS), profundamente tristes y desconcertados por la muerte de Alejandro.

Antes de la misa me había unido al dolor, la pena y el desconsuelo de sus padres (Pedro y Carmen), que me decían:

“Alejandro era un niño y un hijo muy bueno, muy trabajador… Yo creía que estas cosas sólo le pasaban a los demás. Que a mi no me podía ocurrir…Y mira, también nos ha tocado a nosotros. Nos ha destrozado la vida…”

En ese momento, no me salía ninguna palabra de consuelo, sólo podía llorar, como lo estoy haciendo ahora, al mismo tiempo que escribo, y veo las palabras emborronadas, en la pantalla del iPad.

La emoción me impide seguir. Por otra parte, a Alejandro no hay que hacerle más elegía. En todo caso a los padres, novia, compañeros y amigos que nos hemos quedamos sin su sonrisa, su alegría y su bondad.

Alejandro Quintero, ya está en las marismas eternas donde no tienen en cuenta, para nada, la fama, la riqueza ni el poder.

Dios sólo mira el corazón. Y el de mi joven amigo, Alejandro, era tan grande que se le partió en el asfalto de la carretera, cuando iba a buscar a su amor. ¡BUENOS DÍAS!

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