Publicado el - Actualizado
2 min lectura
¡Vaya lio nos tiene formado el dichoso Coronavirus!. Fue en China donde empezó todo. La noticia la vimos lejana en España.
Cuando saltó, hace unos días, a Italia la sentimos más cercana. Ahora, en nuestro país hay doscientos casos. El virus ya está aquí.
En China, hay ciudades enteras vacías, con la población confinadas sin salir de casa. En la mayoría del país la gente va con mascarillas.
La producción industrial cae y la economía mundial sufre los efectos del virus desconocido. Muchas empresas se ven obligadas a parar su actividad ante la falta de materia prima tecnológica.
En Italia, han suspendido los espectáculos deportivos masivos y han cerrado cines, teatros, colegios y Universidades.
En España, algunos medios de comunicación, especialmente en televisión, han abordado la cuestión de forma sensacionalista, ayudando al pase de un miedo individual a un pánico colectivo. Sin ser conscientes de que el contagio más peligroso es el del miedo.
Precisamente para evitar contagios el partido de baloncesto de hoy, entre el Valencia con un equipo italiano, se jugara a puerta cerrada.
El Coronavirus ha llegado hasta la misma Iglesia, donde la gente no pueden darse la paz con besos y abrazos, ni recibir la comunión con la lengua, para evitar contagios con la saliva.
En los besapiés organizados por las Hermandades no se podrá besar la imagen, quedando en una leve reverencia.
Y aquí no se terminan las medidas sencillas de higienes. Seguro que habrá otras extraordinarias en función del comportamiento del virus desconocido, que es lo grave del asunto.
Termino con un brevísimo cuento : “Había una vez en el s. XX! (2020) una ciudad milenaria llamada Huelva.
Bueno, ya no era ni siquiera una ciudad, sino un conjunto de casas, parques y avenidas separados entre si, por la epidemia del Coronavirus. Había que evitar la influencia excesivamente humana.
La ciudad había perdido su identidad. No sólo por la frialdad de sus calles y plazas sino por la de sus gentes, las cuales estaban obligadas a mirar hacia delante sin besar, abrazar y dar la mano por miedo al contagio.
¡Qué dolor más grande!. La ciudad había perdido el paisaje urbano y, sobre todo, la calidad humana de los onubenses. Su señas de identidad. Gente acogedoras, sencillas y hospitalarias.
¿Será solo un cuento...? ¡BUENAS TARDES!