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Las Divinas Palabras con Ernesto Medina. Hoy: El Agujero del Aire

Antonio Agudo
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Tiempo de lectura:2Actualizado12:11

Lo llaman “el agujero del aire”. Mi hermano Ismael y yo andábamos de excursión en bicicleta. Habíamos parado en Pegalajar a tomarnos un café con leche y media de aceite y tomate sentados a la orilla seca de la Charca. El manantial de la Fuente de la Reja sin agua. En la Charca tampoco había nada. Acaso en el centro de la misma un poco de légamo resquebrajado consecuencia del polvo que arrastraron las últimas lluvias. Estuvimos un largo rato en silencio contemplando con cara de funeral lo que podría ser un paraje maravilloso, convertido ahora en testimonio de la desidia humana y su lucha contra la naturaleza. El día, diáfano, acentuaba el dedo acusador de la Serrezuela.

Camino de Mancha Real, coronadas las Siete Pilillas, en la bajada sentí un chorro de aire frío. Inmediatamente después, una voz. “¡Para! ¿No lo has notado?”. Echamos pie a tierra para ver a qué se debía el prodigio, que según supe más tarde es bien conocido entre los manchegos y los pegalajareños. En el arcén, cerrado el boquete por unas barras para evitar accidentes, las profundidades de la tierra –“sima de la Artesilla” creo que también la denominan- vertían un chorro de brisa helada. Me acordé de mis traducciones latinas de Lucrecio, “De rerum natura”. El poeta explicaba racionalmente sucesos similares para ahuyentar de los mortales el miedo reverencial a los dioses. Por un momento me quedé en trance. Reconfortado por el frescor al fondo contemplaba el castillo de La Guardia. También la ciudad entera de Jaén. El valle del Guadalbullón se extendía a nuestros pies escoltado por los escuadrones de olivos en formación de revista. ¡Hay que lograr que los paisajes del olivar sean patrimonio mundial! Amé mi tierra sin comprender cómo, amante despechada, no nos ha abandonado hace tiempo.

Sobre estos y otros temas platicamos, ya de vuelta, en La Alameda mientras nos tomábamos dos cervezas muy frías. Consideré cuán fácil es obtener borbotones de felicidad. Jaén ofrece la belleza infinita de sus alrededores. Que cada cual busque la recompensa de su esfuerzo hasta encontrar la tranquilidad y el gozo.

Cuando me hube quedado solo, vino a mi mente nuevamente el frescor en medio de la canícula que procuraba el agujero del aire. Estimen, dilectos oyentes, la metáfora que procura el fenómeno. En cualquier lugar u ocasión los corazones atribulados pueden toparse con el milagro. Hasta es posible que justo en ese momento suene el teléfono. “Hola. Estaba pensando en ti. ¡Qué alegría!”.

Palabras, divinas palabras


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