Toledo recuerda este miércoles la multitudinaria visita de S. Juan Pablo II hace 38 años
El Nuncio Apostólico del Papa en España preside la santa misa en la parroquia de San José Obrero
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La iglesia toledana quiere recordar con una eucaristía especial los 38 años de la multitudinaria visita a Toledo de san Juan Pablo II el 4 de noviembre de 1982, fecha en que también visitó Guadalupe, que igualmente pertenece a la Archidiócesis. Para ello, este miércoles, a las siete de la tarde, monseñor Bernardito Auza, Nuncio Apostólico del Papa en España, presidirá una santa misa en la parroquia de San José Obrero de la capital regional.
Desde las páginas del último número de la revista «Padre Nuestro», según recoge Abc, se recuerda que, en su primer viaje a España, el Papa Juan Pablo II llegó en helicóptero a las 11 de la mañana al polígono industrial de Toledo, en el barrio de Santa María de Benquerencia, procedente de Guadalupe. Iba acompañado por el cardenal Marcelo González. A su llegada, fue recibido por el entonces presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Gonzalo Payo, y por el alcalde de Toledo, Juan Ignacio de Mesa, que le hizo entrega de las llaves de la ciudad.
Decenas de miles de personas esperaban su llegada en la explanada situada ante el actual centro cívico del barrio, edificio que se adaptó para poder albergar el altar para la eucaristía. El Papa presidió allí la santa misa, en la que concelebraron el cardenal Marcelo González Martín y los obispos españoles, presididos por el toledano Gabino Díaz Merchán, así como los cardenales y obispos acompañantes en el séquito papal. Concelebraron también más de quinientos sacerdotes de la archidiócesis.
Hasta el altar montado en dicha explana llegó Juan Pablo II tras realizar un recorrido en el papamóvil por toda la explanada. En la ceremonia pronunció una homilía en la que quiso «saludar a todos los representantes del laicado de España y dirigirles desde esta histórica sede primada de Toledo un mensaje que ilumine los caminos del apostolado seglar en esta hora de gracia».
«La sede de Toledo –recordó– es lugar propicio para este encuentro, por estar íntimamente vinculada a momentos importantes de la fe y de la cultura de la Iglesia en España. No podemos olvidar los Concilios Toledanos que supieron encontrar fórmulas adecuadas para la profesión de la fe cristiana en sus fundamentales contenidos trinitarios y cristológicos».
«Toledo –añadió Juan Pablo II– fue un centro de diálogo y de convivencia entre gentes de raza y religión distintas. Fue también encrucijada de culturas que desbordaron las fronteras de España, para influir poderosamente en la cultura del Occidente europeo. Es ciudad de gran tradición cristiana, reflejada en sus monumentos artísticos y en la expresión pictórica de artistas de talla universal como el Greco».
Al finalizar la santa misa, Juan Pablo II se desplazó en papamóvil hasta la catedral primada, donde rezó ante la Virgen del Sagrario y pudo contemplar la custodia de Arfe y las pinturas de El Greco. En la catedral saludó a las religiosas de vida contemplativa. Finalmente, se dirigió al Seminario Mayor, donde los seminaristas mayores y menores le recibieron con un cántico de felicitación en polaco, por ser ese día la fiesta de san Carlos Borromeo. En la capilla del centro, el Papa saludó a los seminaristas y al claustro de profesores, impartiéndoles la bendición.
La visita a Toledo era la quinta etapa del primer viaje a España de Juan Pablo II y estuvo precedida por una breve visita a Guadalupe, a donde llegó a primera hora de la mañana en un helicóptero de la Fuerza Aérea Española. Para la ocasión la imagen de la Virgen de Guadalupe salió fuera del templo y permaneció en el atrio de acceso bajo un baldaquino. La imagen de la Virgen estaba vestida con uno de los llamados «ternos ricos» bordados en oro y con incrustaciones de piedras preciosas. En Guadalupe, Juan Pablo II presidió una liturgia de la Palabra en la plaza del santuario y centró su homilía en el drama de las migraciones.
HOMILÍA DE JUAN PABLO II
Señor cardenal,
queridos hermanos y hermanas:
1. En las Palabras del Evangelio que hemos proclamado, Cristo mismo pone en evidencia a la vez la dignidad y la responsabilidad del cristiano. Cuando el Señor exclama: “Vosotros sois la sal de la tierra”, subraya al mismo tiempo que la sal no debe perder su sabor si tiene que ser útil para el hombre. Y cuando afirma: “Vosotros sois la luz del mundo”, plantea como consecuencia la necesidad de que esta luz “alumbre a todos los de casa”. Y todavía insiste a continuación: “Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos”.
Es difícil encontrar una metáfora evangélica más adecuada y bella para expresar la dignidad del discípulo de Cristo y su consecuente responsabilidad. El mismo Concilio Vaticano II se ha inspirado en este texto evangélico, al hablar del apostolado de los seglares; es decir, de su misión con la que participan en la vida de la Iglesia y en el servicio a la sociedad.
¡Vosotros sois la sal de la tierra!
¡Vosotros sois la luz del mundo!
“La vocación cristiana es, por su naturaleza misma vocación al apostolado” (Apostolicam actuositatem, 2).
2. A la luz de esta dignidad y responsabilidad, proclamada por el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, deseo saludar a todos los representantes del laicado de España y dirigirles desde esta histórica sede primada de Toledo un mensaje que ilumines los caminos del apostolado seglar en esta hora de gracia.
Saludo, ante todo, al señor cardenal arzobispo de esta diócesis, así como a los Pastores y a todo el Pueblo de Dios de Toledo y de su provincia eclesiástica aquí presentes.
La sede de Toledo es lugar propicio para este encuentro, por estar íntimamente vinculada a momentos importantes de la fe y de la cultura de la Iglesia en España. No podemos olvidar los Concilios Toledanos que supieron encontrar fórmulas adecuadas para la profesión de la fe cristiana en sus fundamentales contenidos trinitarios y cristológicos.
Toledo fue un centro de diálogo y de convivencia entre gentes de raza y religión distintas. Fue también encrucijada de culturas que desbordaron las fronteras de España, para influir poderosamente en la cultura del Occidente europeo. Es ciudad de gran tradición cristiana, reflejada en sus monumentos artísticos y en la expresión pictórica de artistas de talla universal como el Greco.
Estos valores tradicionales siguen influyendo positivamente en la vida del pueblo toledano, que mantiene el recuerdo de sus grandes pastores medievales como San Eugenio y San Ildefonso. Es la memoria de una tradición que se alarga a través de muchas generaciones de cristianos que se han extendido por todo el país, y han participado en generosos movimientos misioneros en otros continentes.
Al respecto, no puedo dejar de saludar aquí, en esta ciudad imperial, a su ilustre comunidad mozárabe, heredera de los heroicos cristianos de hace siglos y cuyos feligreses mantienen vivo, bajo la directa responsabilidad del señor cardenal primado, el patrimonio espiritual de su venerable liturgia, de gran riqueza teológica y pastoral, sin olvidar que en la liturgia posconciliar el canto del Padrenuestro en toda España es precisamente el de la liturgia mozárabe.
3. Desde esa viva tradición que alimenta vuestra fe e impulsa vuestra responsabilidad de cristianos, volvemos a las fuentes de la Palabra proclamada en esta celebración. Es el mismo Apóstol de las gentes quien nos habla para enseñarnos lo que significa ser apóstoles de Cristo; nos interpela para indicarnos lo que exige la participación en la misión de la Iglesia.
Pablo enseña con un vigor especial que somos testigos de Dios en Jesucristo, y éste “crucificado”. Quien lo reconoce y confiesa como Señor está bajo la manifestación y el poder del Espíritu.
Todos los cristianos están llamados a renovar constantemente su profesión de fe, con la palabra y con la vida, como una adhesión plena a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, crucificado para nuestra salvación y resucitado por el poder de Dios.
Tal es la “sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria”. Este es el núcleo fundamental del Evangelio que Cristo ha confiado a su Iglesia y que ésta transmite en la viva tradición y enseña en el magisterio de la sucesión apostólica, enriqueciendo así el patrimonio del Pueblo de Dios que posee el “sentido de la fe”, bajo la asistencia solícita del Espíritu Santo.
Aquí radica el centro del anuncio y testimonio de la fe cristiana. Por eso, la primera actitud del testigo de la fe es profesar esa misma fe que predica, dejándose convertir dócilmente por el Espíritu de Dios y conformando su vida a esa Sabiduría divina.
4. En cuanto testigos de Dios, no somos propietarios discrecionales del anuncio que recibimos; somos responsables de un don que hay que transmitir con fidelidad. Con el temor y temblor de la propia fragilidad, el apóstol confía en “la manifestación del Espíritu”, en la fuerza persuasiva del “poder de Dios”.
No se trata de amoldar el Evangelio a la sabiduría del mundo. Con palabras que podrían traducir la experiencia de Pablo, hoy se podría afirmar: no son los análisis de la realidad, o el uso de las ciencias sociales, o el manejo de la estadística, o la perfección de métodos y técnicas organizativas —medios útiles e instrumentos valiosos a veces— los que determinarán los contenidos del Evangelio recibido y profesado. Y tanto menos será la connivencia con ideologías seculares la que abra los corazones al anuncio de la salvación. Como tampoco deberá dejarse seducir el apóstol por la pretendida sabiduría de “los príncipes de este siglo”, cifrada en el poder, en la riqueza y en el placer, que al proponer el espejismo de una felicidad humana, de hecho aboca, a los que sucumben a su culto, a una total destrucción.
¡Sólo Cristo! Lo proclamamos agradecidos y maravillados. En El está ya la plenitud de lo que “Dios ha preparado para los que le aman”. Es el anuncio que la Iglesia confía a todos los que están llamados a proclamar, celebrar, comunicar y vivir el Amor infinito de la Sabiduría divina. Es ésta la ciencia sublime que preserva el sabor de la sal para que no se vuelva insípida, que alimenta la luz de la lámpara para que alumbre lo más profundo del corazón humano y guíe sus secretas aspiraciones, sus búsquedas y esperanzas.
5. El Papa exhorta a todos los seglares a asumir con coherencia y vigor su dignidad y responsabilidad. ¡El Papa confía en los seglares españoles y espera grandes cosas de todos ellos para gloria de Dios y para el servicio del hombre! Sí, como he recordado ya, la vocación cristiana es esencialmente apostólica; sólo en esta dimensión de servicio al Evangelio, el cristiano encontrará la plenitud de su dignidad y responsabilidad.
En efecto, los laicos “incorporados a Cristo por el bautismo, integrados en el Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo” (Lumen gentium, 31) están llamados a la santidad y son enviados a anunciar y realizar el reino de Cristo hasta que El vuelva.
Si queréis ser fieles a esa dignidad, no es suficiente acoger pasivamente las riquezas de fe que os han legado vuestra tradición y vuestra cultura. Se os confía un tesoro, se os otorgan talentos que han de ser asumidos con responsabilidad para que fructifiquen con abundancia.
La gracia del bautismo y de la confirmación que la Eucaristía renueva y la penitencia restaura, posee vivas energías para revitalizar la fe y para orientar, con el dinamismo creador del Espíritu Santo, la actividad de los miembros del Cuerpo místico. También los seglares están llamados a ese crecimiento espiritual interior que conduce a la santidad, y a esa entrega apostólica creadora, que los hace colaboradores del Espíritu Santo, el cual con sus dones renueva, rejuvenece y leva a perfección la obra de Cristo (cf. Lumen gentium, 4).
6. ¿Será necesario confirmar, una vez más, que el crecimiento en la afirmación de la identidad cristiana del seglar no menoscaba o limita sus posibilidades; antes bien define, alimenta y potencia esa presencia y esa actividad específica y original que la Iglesia confía a sus hijos en los diversos campos de la actividad personal, profesional, social?
El mismo Evangelio nos apremia a compartir toda situación y condición del hombre, con un amor apasionado por todo lo que concierne a su dignidad y sus derechos, fundados en su condición de criatura de Dios, “hecho a su imagen y semejanza”, partícipe por la gracia de Cristo de la filiación divina.
El Concilio Vaticano II subrayó justamente que la tarea primordial de los seglares católicos es la de impregnar y transformar todo el tejido de la convivencia humana con los valores del Evangelio (cf. Lumen gentium, 36), con el anuncio de una antropología cristiana que de estos valores deriva.
Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, especifica así los campos del apostolado seglar: “El camino propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, pero también de la cultura, de las ciencias, de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social, así como otras realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento...” (Evengelii nuntiandi, 70). No hay actividad humana alguna que sea ajena a la solidaria tarea evangelizadora de los laicos.
7. De entre los cometidos más apremiantes del apostolado de los seglares quiero resaltar algunos de mayor importancia.
Pienso concretamente en el testimonio de vida y en el esfuerzo evangelizador que requiere la familia cristiana; que los cónyuges cristianos vivan el sacramento del matrimonio como una participación de la unión fecunda e indisoluble entre Cristo y la Iglesia; que sean los fundadores y animadores de la iglesia doméstica, la familia, con el compromiso de una educación integral ética y religiosa de sus hijos; que abran a los jóvenes los horizontes de las diversas vocaciones cristianas, como un desafío de plenitud a las alternativas del consumismo hedonista o del materialismo ateo.
Dirijo mi mirada al vasto campo del apostolado laical en el mundo del trabajo, sacudido por fuertes crisis y movido noblemente por aspiraciones de dignidad, de solidaridad, de fraternidad, que están llamadas, desde sus innegables y tal vez inconscientes raíces cristianas, a dar frutos de justicia y de desarrollo auténticamente humanos.
Veo también abierto al laico católico el campo de la política, en el que con frecuencia se toman las decisiones más delicadas que afectan a los problemas de la vida, de la educación, de la economía; y por lo tanto, de la dignidad y de los derechos del hombre, de la justicia y de la convivencia pacífica en la sociedad. El cristiano sabe que desde las enseñanzas luminosas de la Iglesia, y sin necesidad de seguir una fórmula política unívoca o partidista, debe contribuir a la formación de una sociedad más digna y respetuosa de los derechos humanos, asentada en los principios de justicia y de paz.
Pienso, finalmente, en el mundo de la cultura. Los laicos católicos, en sus tareas de intelectuales y de científicos, de educadores y de artistas, están llamados a crear de nuevo, desde la inmensa riqueza cultural de los pueblos de España, una auténtica cultura de la verdad y del bien, de la belleza y del progreso, que pueda contribuir al diálogo fecundo entre ciencia y fe, cultura cristiana y civilización universal.
8. Ningún cristiano está exento de su responsabilidad evangelizadora. Ninguno puede ser sustituido en las exigencias de su apostolado personal. Cada laico tiene un campo de apostolado en su experiencia personal.
El Concilio Vaticano II ha recomendado vivamente las formas asociadas del apostolado seglar (cf. Apostolicam actuositatem, 18-20). El apostolado asociado resulta fundamental para coagular y desplegar todas las energías en la vocación cristiana, para despertar y fortalecer la presencia y el testimonio de la vida cristiana en los diversos espacios y ambientes de la sociedad. A este apostolado asociado le incumbe la sensibilización y educación de todas esas energías vitales, ricas de fe y religiosidad, que están en el alma y en la cultura de vuestro pueblo.
Sé que se han ido superando entre vosotros situaciones críticas de identidad asociativa. Ha llegado la hora de superar definitivamente esas situaciones con un análisis lúcido que permita conocer las causas, y sobre todo rechazar los errores que se hayan podido infiltrar entre nosotros. Pienso, sin embargo, que son mucho más fuertes las fidelidades y renovados entusiasmos cristianos de vuestras asociaciones, que el Papa quiere alentar hoy con su presencia, con su afecto y con su oración.
9. Numerosos y varios son los grupos que hoy estáis aquí presentes, signo de la vitalidad y fecundidad de la fe de esta tierra de España. Está presente la Acción Católica en sus varias expresiones; están representados los movimientos de espiritualidad, las agrupaciones familiares, los grupos juveniles... Un vasto panorama que enriquece la vitalidad del Cuerpo de Cristo. Saludo a todos y a cada uno de los movimientos y asociaciones aquí representados. Y ante la imposibilidad de decir una palabra específica para cada uno, quiero ofreceros unas reflexiones centradas sobre lo que os caracteriza y a la vez os une: vuestra eclesialidad.
¡Sois Iglesia! De esa nota fundamental brotan las características de una vida, de un amor, de un servicio y de una presencia que tienen que ser auténticamente eclesiales. De ahí la necesidad de una comunión sin fisuras con la de la Iglesia, de una vida nutrida en las fuentes de los sacramentos, de una obediencia impregnada de amor y responsabilidad hacia los pastores de la Iglesia.
¡Sois Iglesia! Debéis demostrarlo también en una abierta comunión y colaboración entre vuestros diversos carismas, apostolados y servicios, promoviendo vuestra integración en las Iglesias particulares y en las comunidades parroquiales, donde se reúne y congrega visiblemente la familia de Dios.
Los sacerdotes a quienes se encomienda la tarea de animación espiritual de los grupos y movimientos, deben ser en medio de vosotros esa garantía de eclesialidad y de comunión. A vosotros, consiliarios y asistentes del apostolado laical, queridísimos sacerdotes que trabajáis en fraterna comunión con los seglares, os digo: Sentíos plenamente identificados con la asociación o grupo que se os ha encomendado; participad en sus afanes y preocupaciones; sed signo de unidad y de comunión eclesial, educadores de la fe, animadores del auténtico espíritu apostólico y misionero de la Iglesia.
10. Quiero terminar con una recomendación especial que confío al corazón cristiano de todos los seglares de España.
No existe, no puede existir apostolado alguno (tanto para los sacerdotes como para los seglares) sin la vida interior, sin la oración, sin una perseverante aspiración a la santidad. Esta santidad, en las palabras que hemos proclamado en esta celebración, es el don de la Sabiduría, que para el cristiano es una particular actuación del Espíritu Santo recibido en el bautismo y en la confirmación: “Concédame Dios hablar juiciosamente y pensar dignamente de los dones recibidos, porque El es el guía de la sabiduría y el que corrige a los sabios. Porque en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras y toda la prudencia y la pericia de nuestras obras”.
¡Estáis llamados todos a la santidad! Así como florecieron magníficos testimonios de santidad en la España del Siglo de Oro por la reforma católica y el Concilio de Trento, florezcan ahora, en la época de la renovación eclesial del Vaticano II, nuevos testimonios de santidad, especialmente entre los seglares de España.
¡Necesitáis la abundancia del Espíritu Santo para realizar con su sabiduría la tarea nueva y original del apostolado laical! Por eso, debéis estar unidos a Cristo, para participar de su función sacerdotal, profética y real, en las difíciles y maravillosas circunstancias de la Iglesia y del mundo de hoy.
11. Sí. ¡Debemos estar en sus manos, para poder realizar la propia vocación cristiana!
¡En sus manos para llevar a todos a Dios!
¡En manos de la Sabiduría eterna para participar fructuosamente de la misión del mismo Cristo!
¡En las manos de Dios para construir su reino en las realidades temporales de este mundo!
Queridos hermanos y hermanas:
Pido hoy al Señor, para todos vosotros, para todos los seglares, una santidad que florezca en un apostolado original y creador, impregnado de sabiduría divina.
Lo imploro por la intercesión de la Virgen, Nuestra Señora, que aquí en Toledo tiene, entre otras advocaciones, el hermoso título evangélico de la Paz, para que seáis en el mundo constructores de la paz de Cristo.
Con El os recuerdo vuestra dignidad y responsabilidad:
¡Vosotros sois la sal de la tierra!
¡Vosotros sois la luz del mundo!
Antes de terminar mis palabras, quiero invitaros a elevar nuestra oración por la última víctima y por todas las víctimas del terrorismo en España, para que la nación, que se siente herida en sus profundas aspiraciones de paz y concordia, obtenga del Señor verse libre del doloroso fenómeno del terrorismo, y todos comprendan que la violencia no es camino de solución a los problemas humanos, además de ser siempre anticristiana. Amén.