Madrid - Publicado el
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Un día como hoy, 31 de octubre, de 1617, fallecía en Palma de Mallorca San Alfonso Rodríguez. Nacido en julio de 1531 en el barrio de El Salvador de nuestra ciudad de Segovia, fue el segundo de once hermanos, dedicado, humildemente a la industria pañera de la ciudad. Rondando la cuarentena, la desgracia llegó a su vida: la crisis económica de la época le arruinó y, todavía pero, vio morir a su mujer e hijos.
En medio de esta crisis personal, abandonó Segovia, siendo admitido en la Compañía de Jesús y santificando su figura trabajando cuarenta años como portero del colegio jesuita Monte Sión, en Palma de Mallorca, atendiendo con sencillez a todo el que llamaba a su puerta.
En 2017, con motivo del cuarto centenario de su muerte, la Diócesis instituyó el premio San Alfonso Rodríguez. Un galardón con el que reconocer, anualmente, la labor silenciosa de esos fieles que dedican su tiempo a los servicios cotidianos en favor de la Iglesia y la sociedad. En esta quinta edición, es Esperanza Diéguez quien la elegida para recibir el “llamador” como agradecimiento por su trabajo desinteresado en favor de mujeres, niños y todo aquel que la ha necesitado. Enhorabuena, Esperanza.
Sirve este «Iglesia Noticia» para que Laura García vuelva a tomar las riendas del programa tras su recién estrenada maternidad. Con gratitud hacia Juan Cruz Arnanz por haber recogido el testigo durante este tiempo.
Y, en víspera del día de Todos los Santos, en el que tradicionalmente honramos y recordamos a nuestros difuntos de una manera un poco más especial, hablamos en este programa con una mujer que sabe, y mucho, de cementerios, arte funerario... ella es Mercedes Sanz de Andrés, historiadora y guía de la Catedral.
Como experta en historia, y amante de los cementerios, Mercedes asegura que éstos aportan por un lado soluciones de salud pública, siendo un bien patrimonial de gran importancia antropológica y de gran belleza artística. Asimismo, son un lugar sagrado que es «necesario para poder superar el dolor» que supone la pérdida de un ser querido. Y, paradójicamente, también son lugares en los que aprender a «valorar la vida como un regalo de Dios».
A lo largo de la historia, la forma de enterrar a los seres humanos ha evolucionado partiendo de la base de que «el cuerpo siempre ha sido un problema, ¿qué hacemos con él cuando alguien muere?». Por ello, más allá del carácter higiénico y estético del enterramiento, hay que recordar que también es una «obra de misericordia» para con nuestros seres queridos.
Y es que desde las culturas antiguas, los enterramientos se han hecho pensando tanto hacia el interior -en caso de los egipcios- como hacia el exterior, como los griegos de los que somos herederos. Sin embargo, se ha ido perdiendo mucho de todo ese patrimonio funerario, llegando hasta nuestros días los epitafios, los columbarios o la idea de decorar las lápidas, dejando por el camino otras tradiciones como las del ajuar funerario.
En nuestros días, la cremación de los fallecidos ha cobrado más presencia, aunque Juan Cruz nos recuerda que la Iglesia favorece la inhumación, siendo la incineración también aceptada. No obstante, subraya que, como cristianos, es importante recordar la fe en la vida eterna y la relevancia de la comunión de la Iglesia peregrina, gloriosa y purgante.
Por eso, «el amor es más fuerte que la muerte» y, tanto Juan Cruz como Mercedes aseguran que mantener y cuidar la memoria de nuestros antepasados es importante, porque no los olvidamos y necesitamos de un lugar sagrado al que acudir para honrar a quienes partieron de este mundo a la vida eterna.