SOCIEDAD
Un grupo de vecinas de Pontevedra se reencuentran después de 60 años y descubren cómo combatir la soledad: "Desde la infancia"
"Es muy duro estar acostumbrada a estar acompañada por tu marido y ahora estar sola", asegura Rosa, de 88 años.
Vigo - Publicado el - Actualizado
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Tres veces por semana y durante cuatro horas cada día, reabre sus puertas en Salceda de Caselas la antigua escuela de A Revolta. En esas instalaciones, cedidas por el Ayuntamiento a la asociación de vecinos, aprendieron a leer los moradores de la parroquia Parderrubias hace muchas décadas. Hoy, 15 de ellos, cuyas edades oscilan entre los 80 y los 90 años, regresan con la misma ilusión infantil con la que los niños acuden al colegio.
"Yo estoy muy contenta, la verdad. Empecé antes de la Nochebuena, no sé en qué mes, si en octubre o antes, ya no me acuerdo. Yo fui por una amiga que tengo, y entonces la hija me lo dijo, y yo dije: bueno, pues yo también voy para no dejar a Maruja sola. Y estoy muy contenta", explica María Josefa, una de las usuarias que acuden puntuales cada semana a todas sus citas con la escuela.
El caso de María Josefa es el habitual: una vecina de avanzada edad que se entera a través de un tercero de que en la que fue su escuela se producen reuniones de personas de su misma generación, octogenarias, incluso nonagenarias, las cuales lo pasan pipa participando en actividades conjuntas de todo tipo. Así que llaman a la puerta, les franquean el paso, experimentan lo que allí sucede y comienzan a señalar en rojo en el calendario cada una de las citas que tienen con sus antiguos compañeros.
terapia contra la soledad
Es el caso, por ejemplo, de Rosa, que hoy tiene 88 años y ningún pudor en reconocer que ella ha encontrado en la compañía de sus antiguas compañeras la mejor medicina contra la soledad. "¿Tú sabes lo que es estar sola en casa? Es muy duro estar acostumbrada a estar acompañada por tu marido y ahora estar sola. Es muy triste y muy duro. Por lo menos en mi caso porque yo tenía un marido desde los 20 años hasta los 88 que estoy. Él murió hace dos años y estuvimos siempre juntos. Y es muy duro quedar uno solo, ¿entiendes?", pregunta.
Usuarias de este Centro de Día vecinal
El caso de Rosa no es una excepción. Todo el mundo necesita compañía. Por ejemplo, la necesitan Salvador y Pura, a los que de algún modo deben los demás la existencia de esta suerte de Centro de Día Vecinal. Salvador y Pura acostumbraban a charlar sentados en un banco de la vía pública, hasta que un día, empujados por las inclemencias del tiempo llamaron a la puerta de la antigua escuela. Y surgió la magia.
"Vinieron por primera vez Salvador y Pura y dos personas que rondan los 90 años y empezaron a establecer conversaciones y demás", rememora en COPE María, presidenta de la asociación vecinal, según la cual "poco a poco fue surgiendo la actividad" porque los responsables de la asociación se dieron cuento de que los usuarios "estaban muy agradecidos al poder hacer actividades, al poder pintar.... Empezaron a ver que se lo pasaban muy bien y empezaron a llamar a otros amigos que también vivían solos para que pudieran venir".
Los reencuentros
Y entonces, y contra pronóstico, se produjeron reencuentros entre vecinos que hace muchas décadas habían sido compañeros de clase. "Tenemos recuerdos muy bonitos de cuando llegaron varios compañeros que se han reencontrado después de 40, 50 o 60 años sin verse. Y de los abrazos llenos de emoción, e incluso de los ojos llenos de lágrimas cuando se dieron ese abrazo y ese beso después de mucho tiempo sin verse", explica María.
María recuerda que "muchos de ellos son personas que a día de hoy no conducen", por lo que dependen de sus familiares para que los trasladen, lo que no impide que "personas que fueron amigos en su infancia, en su colegio" puedan reencontrase de forma continuada, cada semana, lo que resulta "maravilloso" no sólo por lo que este hecho supone, sino porque ellos mismos pueden ver, además, que "pueden hacer actividades bonitas que les llenen un poco más el corazón".
Claro que la escuela no es lo que era. Lo sabe bien Rosa: "Antes, cuando yo fui (a la escuela) no había carreteras ni había nada. Había un libro solo, y una pizarra. Un pizarrillo que se rompía en mil 'anacos'. Era muy difícil la cosa. Cambió muchísimo, muchísimo. Para mejor", afirma.
Cada usuario paga 55 euros mensuales para poder acudir a estos encuentros, pero el proyecto necesita más fondos porque sólo cuenta con una trabajadora social, insuficiente para atender tanta felicidad como estos vecinos veteranos han encontrado en su antigua escuela, sobre todo ante la perspectiva de que cada vez sean más.