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Fiel a la tradición, la COP28 acabó el pasado miércoles en Dubai con prórroga en las negociaciones y un acuerdo insuficiente a última hora. Tras un año en el que medio mundo ha visto como se materializa a las puertas de su casa la crisis climática, la cita estaba llamada a ser crucial, pero no parece que vaya a pasar a los anales de la historia. ¿Cuántas cumbres serán necesarias para afrontar definitivamente el calentamiento global? De ello habla Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente.
La COP28 acabó con un acuerdo insuficiente que, pese a poner tímidamente el foco en el empleo de los combustibles fósiles, no incluye compromisos concretos para su reducción. Ante la tentación de la frustración, no está de más recordar que en Navarra quedan pendientes algunos deberes.
Claro que toda valoración depende de las expectativas. La estrategia emiratí fue tan infantil como efectiva: presentar un primer borrador inadmisible y convertirlo en la base sobre la que negociar a la baja. Evidentemente, un acuerdo que incluye una vaga y algo barroca referencia a la necesidad de “transitar para dejar atrás los combustibles fósiles” es mejor que un pacto que ni siquiera los mencionaba, pero ello no lo convierte en un buen acuerdo.
Que el pacto es insuficiente lo reconocen hasta los más optimistas. Voces autorizadas advierten de que “el acuerdo de la COP28 no permitirá al mundo mantener el límite de 1,5 °C”, que es el acuerdo que se aprobó en la Cumbre del Clima en París en 2015.
Parte del problema es quizá la configuración de las propias conferencias climáticas. Las decisiones se toman por consenso, lo cual parece una buena idea, pero entrega poder de veto a cualquier país con una mínima posición de fuerza.
Además, no contar con un órgano con capacidad sancionadora que vele por el cumplimiento de los acuerdos, deja todo al albur de los estados. Ocho años después del Acuerdo de París, el primer balance sobre su desarrollo mostró este año que la acción climática de los estados está muy lejos de acercarse a lo necesario para limitar el calentamiento global a los 1,5 °C pactados en la capital francesa en 2015.
No va a ser diferente ahora. De hecho, el mismo día en el que se cerró el acuerdo presentado como el principio del fin de los combustibles fósiles, la OPEP anunció que prevé un aumento de la demanda en 2024.
No es fácil acertar en la fórmula. Foros como los de la COP son necesarios, pero cabe preguntarse si, en su actual formato, van a aportar soluciones reales. Es muy difícil aunar los intereses de Vanuatu, un país condenado a desaparecer en el océano, y un gran productor de fósiles como Qatar.
En este sentido, estos días se ha criticado el papel obstructor de Arabia Saudí, así como el hecho de que la cumbre se celebrase en un país productor de combustibles fósiles y fuese presidida
por el jefe de la petrolera estatal. No era un gran augurio, desde luego. Recordaba, si se permite, a Maradona como estrella de un partido contra la droga.
La información científica cada día es más relevante y más contundente. No vamos en la buena dirección: los actuales planes que tienen los países llevarían a un calentamiento entre 2,1 y 2,8 °C, muy por encima del objetivo del Acuerdo de París de no sobrepasar los 2ºC y aspirar a los 1,5 °C. Los científicos nos siguen avisando que el cambio se acelera y cada vez son mayores los efectos y las consecuencias de la crisis climática. Aumentan los eventos meteorológicos y los fenómenos extremos que están afectando a todos los rincones del planeta. Además, el año 2023 es el más caluroso a nivel global desde que hay registros. Y los últimos nueve años desde 2015 a 2023 han sido los años más cálidos jamás registrados. Por otra parte, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ya supera las 420 partes por millón frente a las 280 partes por millón de la época preindustrial y lejos del valor seguro considerado que se sitúa en las 350 partes por millón. Y de acuerdo con el Balance Global, presentado en Dubai, las emisiones de GEI siguen aumentando.
Ante la frustración que pueden generar citas como las de la COP28, no está de más recordar que los deberes domésticos se amontonan. Reducir al mínimo el consumo de fósiles en países desarrollados como el nuestro no depende de lo que se pacte en una COP, sino de los compromisos que se fuercen y adquieran aquí.
La Ley Foral de Cambio Climático y Transición Energética aprobada por unanimidad del Parlamento de Navarra el 22 de marzo de 2022, es una ley que a mi juicio no entrañaba la necesaria ambición para una acción climática coherente con los objetivos de mitigación y adaptación que la propia ley consagra. Pero como lo ha dicho la Alianza por el clima de Navarra, esta ley está siendo incumplida por el Gobierno de Navarra: plazos incumplidos, presupuestos escasos, recursos mínimos, emisiones que aumentan, consumos que se disparan, proyectos faraónicos alejados de la necesaria contención y del respeto a la tierra…
¿Será necesario que Navarra sufra incendios devastadores como Canadá o Australia? ¿O sequías como las que sufre el Mediterráneo para que haya una acción decidida? Esperemos que no tanto. Es necesario y urgente que Navarra cuente con un plan de adaptación, con dotación presupuestaria y voluntad de cumplimiento; la constitución de una Asamblea Ciudadana por el clima, artículo 15 de la Ley foral de cambio climático, que ofrezca consenso y compromiso con el clima; es necesaria la fiscalidad ambiental, porque sabemos que por ahora el bolsillo duele más que el clima. Que premie a quien reduzca su impacto en el clima y que haga pagar a quien más contamina...