MEDIOAMBIENTE

El sonido de las aves y su observación

Julen Rekondo, experto medioambiental, se detiene en los sonidos de la naturaleza, en los ruidos emitidos por las aves concretamente

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Sonidos del otoño

Fermín Astráin

Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Escuchar la naturaleza es un gran placer estético. Pero, además, muchos animales son más patentes por sus emisiones sonoras que por otras actividades. Todo lo cual proporciona mucha información sobre su estado, sobre su abundancia, y también sirven para comunicarse entre ellos, entre otras cosas. De todo ello vamos a hablar hoy con Julen Rekondo, premio nacional de Medioambiente.

Los ornitólogos y amantes de la naturaleza en general, sabemos que a veces es más fiable la cita de una especie detectada por su canto que a través de la vista. Además, muchos animales son más patentes por sus emisiones sonoras que por otras actividades. Todo lo cual convierte a los sonidos animales y a los registros que se hacen de ellos en una herramienta valiosísima para cualquier estudio sobre presencia y abundancia, así como para detectar cambios de tendencia a lo largo del tiempo. En otras palabras, para estudiar la biodiversidad.

Escuchar la naturaleza es un gran placer estético. Las vibraciones de las moléculas de aire (o de agua) que llamamos sonido encierran no sólo belleza, sino también mucha información. En todo tipo de medios se escucha cómo los animales tratan de comunicarse a distancia sobre el ruido de fondo, causado tanto por otros animales (incluso los humanos y sus actividades) como por el medio físico (agua, viento). El sonido es un sistema de comunicación valioso, pues evita los obstáculos y puede alcanzar grandes distancias. Los grupos más puramente acústicos dentro de los animales son los ortópteros, las cigarras, los anuros (anfibios sin cola) y las aves.

La mayoría de las señales acústicas a larga distancia tienen un mensaje único: “soy un macho de la especie X, si eres una hembra receptiva de mi especie acércate, si eres otro macho de mi especie, aléjate”. Por consiguiente, la información sobre la identidad de la especie es muy importante en estos mensajes. El canto es, pues, algo así como la firma de identidad de las especies, la característica que utilizan las hembras para decidir con quién aparearse.

Por otro lado, el sonido es efímero y puede ser difícil de localizar, tanto por el receptor como por potenciales depredadores, pero los sistemas de grabación de audio permiten capturar y estudiar con detenimiento estos sonidos y los registros pueden ser de gran utilidad para mejorar el conocimiento de la naturaleza. Hoy en día hay importantes estudios científicos sobre los sonidos naturales, tanto en medios terrestres como en el medio marino. Las colecciones científicas de sonidos son los depósitos de estos materiales y permiten investigar diferentes aspectos de la naturaleza.

Las colecciones de sonidos emitidos por animales recopilan, clasifican y almacenan los registros de las principales especies que usan señales acústicas, así como paisajes sonoros de los medios naturales. Todo este material se reúne en las denominadas “colecciones bioacústicas”, donde se conserva y actualiza la información, garantizando su acceso y ofreciendo una herramienta sumamente útil para el estudio y la conservación de la biodiversidad. Además, por supuesto, tiene un gran interés como recurso educativo.

Un paseo por las estaciones del año disfrutando de los sonidos de la naturaleza, con el divulgador de la naturaleza Carlos de Hita, especialista en la grabación del paisaje, permite conocer los sonidos de la naturaleza, de los animales, de la biodiversidad. Carlos Hita en 2022 publicó un nuevo libro titulado “El sonido de la naturaleza” (Anaya Touring), ilustrado por el artista de la naturaleza Francisco J. Hernández, en el que nos propone un viaje por la geografía española para, siguiendo el pulso de las estaciones y su paisaje sonoro, descubrir su banda sonora y reconocer a los protagonistas. "La riqueza de la banda sonora de la naturaleza es también la medida de su biodiversidad". En este libro iremos descubriendo de forma amena y en un cuidadoso libro el calendario natural de los sonidos de la naturaleza, Así, enero es el mes del silencio. Febrero es tiempo de indicios. En marzo es todo inevitable: el deshielo y las grullas vocingleras.

En abril los campos y bosques asisten a la llegada por oleadas de los que se fueron. Cada día asoman nuevas golondrinas, cucos, currucas, mosquiteros, papamoscas, codornices, abejarucos, carracas, chotacabras... Cada día una nueva voz se une al concierto natural.

En mayo todo se consolida. El concierto es un jolgorio, animado por la incorporación de las voces de los recién nacidos. Junio trae los primeros calores severos, y el calor en el campo también suena: rasca la sierra sin fin de las chicharras, bordonean los insectos polinizadores. Los campos se agostan en julio: la mayoría de las aves ya han terminado de criar y no encuentran motivo para disputar y los corzos, ellos si?, ladran sus celos por los bosques. Si julio pasa rápido, en agosto, en realidad, es como si no sucediera nada. Exhaustos los campos, secas las charcas y lagunas, se interrumpen las cantatas de voz rota de los anfibios, y la mayor parte de las aves migrantes hacen mutis por el foro, sin mucho que decir en la despedida. Solo los insectos y el zumbido de las moscas rellenan el fondo sonoro.

Septiembre, es tiempo de berrea. No hay acontecimiento sonoro que marque más nítidamente el cambio de estación. Por los montes de media España resuenan los bramidos de los ciervos, que, para demostrar una vez más que el calendario es una cinta continua, entran en celo cuando la mayoría se prepara para la pausa invernal en ciernes.

Con la llegada de octubre y las noches de niebla, pronto lo serán de escarcha, y son muchos los animales que se dedican a comer, a engordar, en previsión del mal tiempo por venir. En noviembre vuelven los grandes estrépitos, pero concentrados en unos pocos puntos calientes: algunas lagunas, en una tierra cada vez más seca, y en las dehesas por las que deambulan las bandadas de palomas torcaces. O en los dormideros, donde formidables concentraciones de aves realizan sus danzas vespertinas envueltas en el griterío ensordecedor que emerge de miles de gargantas. Llega, al fin, diciembre y el año no descansa. Así que, unos días después, podremos decir aquello de 'año nuevo, la vida como siempre'.

Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente

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