El PSOE regresa a La Moncloa pero la aventura solo dura ocho meses
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Quien se lo iba a decir a Pedro Sánchez tras sus dos derrotas estrepitosas en las elecciones generales de 2015 y de 2016, y después de pasar “las de Caín” con sus enemigos del aparato. Lo logró el uno de junio de 2018 tras la moción de censura que presentó contra el Gobierno de Rajoy, ocho días después de que el PP fuera condenado por la trama Gürtel, y que obtuvo el apoyo de 180 diputados. Es la primera vez que en España prosperaba esta fórmula democrática, gracias al apoyo de Podemos, pero también al de los partidos que pretenden independizarse de España como ERC y el PdeCAT o el de Bildu. Precisamente los grupos que incendió al PSOE cuando tras las elecciones de junio de 2016 una parte de la dirigencia del partido temió que Sánchez llegara a La Moncloa con un pacto con los secesionistas.
Para tranquilizar a propios y extraños, Sánchez aseguró que no había negociado con los independentistas catalanes, y que cumpliría y haría cumplir la Constitución. Un Gobierno en cualquier caso débil e inestable, dado los 84 escaños con los que cuenta el partido. Un hecho que reconoció la por entonces portavoz socialista en el Congreso, Margarita Robles y que confirmó luego el propio Sánchez, que dejó la puerta abierta a convocar elecciones.
Pese a todo, se convirtió en el séptimo presidente de la Democracia. Siempre con respiración asistida, es un hombre acostumbrado a caminar sobre el alambre. No todo el mundo sirve para eso. Sánchez, sí. Su espíritu deportista quizá le ayude a ello (fue jugador del Estudiantes hasta los 21 años): “solo alguien que apuesta tan fuerte como Pedro puede salirle esto”, reconoció aquellos días un dirigente del partido.
Sánchez cumplió así el sueño que mantenía desde 2015. Ser presidente del Gobierno. Un camino lleno de espinas, al igual que su gestión. Tras ocho meses en La Moncloa ni siquiera ha tenido capacidad parlamentaria para reformar, y mucho menos abolir, la tan criticada Reforma Laboral de Rajoy o rematar su gran apuesta simbólica, como sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos. Se abonó, especialmente en las últimas semanas, a la fórmula del decreto para sacar adelante algunas de sus medidas en el Consejo de Ministros. Lo que se ha hecho llamar “viernes sociales”.
Pero ha sido su gestión de Cataluña lo que he le ha obligado a hacer lo que pretendía evitar hasta 2020. Adelantar los comicios al 28 de abril, solo ocho meses después de acceder al Ejecutivo. Los mismos que le auparon, le traicionaron no apoyando los presupuestos de 2019, que contenía un gran gasto social. Gobierno y Generalitat negociaron una salida a la crisis catalana, pero la negativa del primero a traspasar la línea roja de la autodeterminación rompió el diálogo.