El dilema de la derecha prisionera

"Si los tres partidos de centro-derechas cooperaran, gobernarían España los próximos cuatro años"

El dilema de la derecha prisionera

Pablo Martínez de Anguita

Publicado el - Actualizado

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Según las últimas encuestas el 52% de los españoles va a votar a uno de los tres partidos de centroderecha que se presentan a las elecciones y aun así, éstos van a perder las elecciones. La explicación reside en la ley D'Hont que favorece a los partidos más grandes y menos divididos.

John Nash, brillantemente inmortalizado por Russell Crowe en su película biográfica “Una mente maravillosa”, recibió en 1994 el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel por su análisis del equilibrio en la “Teoría de Juegos no cooperativos”. Sus aportes pueden ayudarnos a encontrar una salida a esta situación. Dicha “Teoría de juegos” es el conjunto de estrategias de los jugadores en las que ninguno de ellos puede mejorar sus ganancias, dada la estrategia del otro. Es decir, dada la estrategia del jugador A, el jugador B no puede obtener mejores resultados y, dada la estrategia de B, A tampoco puede. El llamado equilibrio de Nash, o equilibrio no cooperativo, es el resultado del juego cuando cada jugador elige la acción que maximiza su pago, tomando como dadas las decisiones de los otros jugadores, y sin tener en cuenta los efectos que su decisión pueda tener en los pagos de los demás.Esta es la situación de los tres partidos de centro-derechas. Cada uno de los tres se esfuerza por ganar votos dentro del 52% de “share” que comparten compitiendo contra los otros dos. Sin  embargo, como muestra Nash sin una actitud cooperativa, los jugadores, los tres partidos están abocados a perder.

El “dilema del prisionero “ilustra bien esta situación. Dos sospechosos zona restados por la policía. No hay pruebas suficientes para condenarlos y la policía les visita individualmente. La policía ofrece ventajas a quien confiese el crimen. Si el primero confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si el primero calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, la policía tan sólo puede encerrarlos durante un año por un cargo menor. Cada prisionero tiene dos opciones: cooperar con su cómplice y permanecer callado, o traicionar a su cómplice y confesar. El resultado de cada elección depende de la elección del cómplice. Pero por desgracia para ellos, uno no conoce qué ha elegido hacer el otro. Incluso si pudiesen hablar entre sí, no podrían estar seguros de confiar mutuamente. Confesar se convierte en la estrategia dominante de cada prisionero, y el equilibrio de Nash tiende a llevar a cada jugador a escoger traicionar al otro (confesar esperando que el otro calle), si bien ambos jugadores obtendrían un resultado mejor si colaborasen (ambos callasen).

Esta es la situación de la derecha española. Si los tres partidos de centro-derechas cooperaran, gobernarían España los próximos cuatro años, es decir, los tres partidos políticos estarían mejor que si pierden las elecciones (por no hablar del 52% de electorado que los va a votar). Sin embargo por desgracia para el electorado que los vota su estrategia dominante es la no cooperativa. Cada uno de ellos tiene razones para evitar la cooperación. Uno puede diluir su identidad, otro su primacía, y otro su posibilidad de gobernar con la izquierda. Así pues, dada la ley D'Hont y la estrategia no cooperativa con la que la afrontan las elecciones, la derecha las perderá (si bien siempre podrán achacar a los otros dos su no cooperación).

¿Cómo se sale de esta situación? Hay dos posibilidades. La primera es que ambos prisioneros confíen lo suficiente entre sí para que si se les deja comunicarse puedan hacer una apuesta de menor riesgo. Es decir, apostar por la negociación y el diálogo político entre ellos en un clima de cooperación y confianza con un objetivo. En aquellas circunscripciones pequeñas de menos de seis escaños donde la Ley d'Hont prime el castigo a la división deberían presentarse candidaturas únicas al congreso de los diputados entre al menos dos partidos (a ser posible VOX y PP pues Vox es el partido minoritario de los tres en liza y el PP el mayoritario, es decir su suma será la que pueda llevarse generalmente los escaños en disputa). A cambio de la renuncia que puede implicar para el minoritario (VOX), los tres partidos podrían abogar por pedir a sus votantes que marquen al cabeza de lista en el senado de los tres partidos (de este modo conseguirán sin problemas una holgada mayoría en el Senado que ente otras cosas será lo que permita que el artículo 155 sea aplicable de nuevo si fuera necesario). Esta solución sin embargo no parece muy factible. Desgraciadamente me temo que tenemos que asumir que los tres partidos de centro-derecha carecen de la grandeza y generosidad que implicaría asumir riesgos cooperativos con los otros dos pues pueden perder mucho como partidos buscando exclusivamente el bien común. Por otra parte el tiempo de la inscripción de coaliciones parece haber pasado ya.

La otra solución en lugar de pasar por los prisioneros lo hace por la policía. Si los carceleros quisieran podrían generar unos incentivos que invitaran al comportamiento cooperativo entre los prisioneros. Podrían ofrecer (lo que resulta un tanto extraño) beneficios si ambos decidiesen cooperar y defender al otro. Pues bien, resulta que los carceleros somos los votantes. Nosotros somos los que ponemos determinadas condiciones. Si los partidos de centro-derecha prefieren correr el riesgo de perder el gobierno (por mucho que juren y perjuren lo contrario) antes que tener un comportamiento verdaderamente cooperativo, los votantes podemos forzarlo. ¿Cómo? En el Senado es fácil. Nos comprometemos a sostener la fórmula mencionada. Un voto por senador de cada partido. Esto hace grande la tarta que se repartirán los tres partidos (la gran mayoría del Senado tendería a estar dividida en tres partes semejantes) repartirá y les generará más incentivos a negociar entre los partidos pues ganarán mucho más que si no lo hacen. De este modo trasladamos la responsabilidad de la cooperación al votante, lo que entiendo que no es fácil, si bien nuestros incentivos pueden ser más eficientes que los de los partidos. Tenemos menos que perder por votar a un partido que no nos gusta del todo que lo que pierden un partido por confiar en otro: En mi caso de los tres partidos que se presentan por el centro derecha, personalmente uno me gusta algo, otro poco y al tercero no querría tener que votarlo. Pero personalmente estoy dispuesto a hacerlo si el precio de no hacerlo es tener otros cuatro años de “sanchismo”.

¿Y en el congreso? Pues los votantes deberíamos tener una guía clara de que pasará en cada provincia en función de los mejores sondeos disponibles en función de la división del voto de centroderecha y decidir nuestro voto de un modo cooperativo ¿Cómo? Yo estaría dispuesto a cambiar mi voto en Madrid (circunscripción en la que da igual a quien vote dado su gran tamaño) y votar a uno de los dos partidos que no iba a votar (incluso al que menos me gusta) si alguien de una circunscripción pequeña vota en ella al que maximice las posibilidades del triunfo del centro-derecha. Es decir, estoy dispuesto a intercambiar mi voto. ¿Cómo hacerlo? Necesitamos aceptar una base común, una encuesta razonable y asumible de partida sobre la que los votantes “negocien”. Un grupo de votantes independientes crea una web de “intercambiodevotos.org” en la cual yo entro con mi DNI, digo a quien quiero votar en mi circunscripción (en mi caso una grande) y ofrezco un intercambio con alguien de una circunscripción pequeña que maximice el triunfo del centro-derecha. Yo me fio de él y él de mi (aunque algunos quieran engañar el nivel de confianza en relaciones uno a uno es menor pues, aunque sea el nuestro, sólo estamos jugando un voto). Con este intercambio los partidos siguen recibiendo nuestro voto, pero lo hacen en el lugar que maximiza el bien común buscado. Con que lo hiciera un 10% de la población el 52% de los españoles que quieren un gobierno de centroderecha conseguirían su objetivo.

Es muy posible que esta opción sea muy criticada. Pero sería al precio de hablar de ella, de darle en el fondo protagonismo a los votantes en lugar de a los partidos, de darla en fin a conocer. Incluso aunque fuera proscrita, nada podría detener a ciudadanos que quisieran intercambiar sus votos entre familiares o amigos de distintos tamaños de circunscripción. Quizá incluso por wasup (lo cual generaría más confianza al hacerlo entre quienes conocemos). En el fondo nos empoderaríamos como ciudadanos frente a los partidos y estaríamos forzando el cambio de una ley electoral hacia un sistema más justos donde los ciudadanos podamos tener más libertad de elección, donde podamos elegir superando algunas imitaciones de la ley D'Hont que tienden a empoderar a los partidos grandes. Personalmente preferiría votar a personas dentro de partidos que a listas cerradas. Si los partidos no cooperan, los votantes si podemos hacerlo. Y quizá nuestra cooperación ciudadana sea la futura base que aliente muchas otras formas de cooperación política.

Pablo Martínez de Anguita es profesor titular de la Universidad Rey Juan Carlos

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