Toque de oración y silencio

El director general de Publicaciones de la CEE, Manuel Fanjul, analiza el profundo significado de la imagen de los Reyes guardando luto por las víctimas de la pandemia

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El 28 de abril de 1503, en lo que hoy es la ciudad de Ceriñola, en la Apulia italiana, se enfrentaban las tropas españolas mandadas por don Gonzalo Fernández de Córdoba contra las francesas con el duque de Nemours al frente. Contra toda previsión numérica, las españolas vencieron y los españoles celebraron la victoria cerca del campo de batalla con una buena cena.

Fue entonces cuando el Gran Capitán observó que uno de sus pajes lucía ricas vestiduras impropias de su condición. Cuando escuchó de labios de aquel hombre que las había despojado del cuerpo sin vida de Nemours ordenó suspender los festejos. Recogieron su cadáver y, con toda solemnidad y en silencio, lo llevaron a hombros de capitanes españoles a su campamento, donde mandó que se le rindieran honores militares. Dicen que el Gran Capitán costeó personalmente las honras fúnebres, pagó a los habitantes de la región para que enterraran los cuerpos de los 4.000 franceses muertos y regaló dos barcos apresados en las costas de Nápoles para que los enemigos derrotados volvieran a Francia. El rey Luis XII alabó por escrito la humildad y piedad del militar español, y su propio rey, Fernando el Católico, le recriminó el regalo de las embarcaciones al enemigo, a lo que don Gonzalo respondió: «A Dios le gusta más usar la misericordia que la justicia; imitémosle en ello, ya que nos ha dado la victoria».

Batalla de Ceriñola

Aquel gran hombre pasó la noche de la victoria meditando en todo lo vivido, y al día siguiente resolvió que, desde entonces y a la puesta del sol, se dieran en sus ejércitos tres toques largos de caja de guerra en memoria de todos los caídos en combate, tanto en sus ejércitos como en el de los enemigos. Seguían así la secular costumbre de llamar a oración con el repique de las campanas de las iglesias al alba, al mediodía y a la puesta del sol. Este último se conoce como toque de oración, con la intención de invitar a la plegaria por los fieles difuntos.

Nunca unos toques de caja contuvieron tantos sentimientos de piedad y respeto por los hermanos caídos, pero también por aquellos que fueron enemigos en vida. Esta piadosa costumbre se extendió por todos los ejércitos españoles y los de otros países, y ha llegado hasta la actualidad: en todas las instalaciones militares españolas en suelo patrio o extranjero se interpreta diariamente, ahora con corneta, después de haber arriado la bandera.

El pasado 27 de mayo este toque de oración se escuchó a una hora inusual, a la misma que repican las campanas cada mediodía para invitar a la plegaria. Ese día comenzaron en España los diez días de luto oficial decretados por el Gobierno de la nación en todo el país por los fallecidos a causa de la pandemia COVID-19. Momentos antes, Sus Majestades los reyes y Sus Altezas reales la princesa de Asturias y la infanta Sofía salían del edificio de la Casa de SM el rey, en el palacio de la Zarzuela, pasando junto a su equipo más cercano y el personal que trabaja en las dependencias de la Jefatura del Estado.

En la sobriedad de aquellos padres acompañados de sus hijas, vestidos de respetuoso luto, se imponía la imagen de una de las mejores armas contra toda pandemia y sus consecuencias, la de la unidad familiar; el primero y más irreductible refugio de todo ser humano. No solo era un homenaje a todas las familias que han tenido que permanecer confinadas casi tres meses, sufriendo muchas innumerables adversidades, sino también un aliento de confianza en que serán ellas, las estructuras familiares, quienes antes que nadie y nada servirán de nuevo a las personas el ámbito más seguro y humano para continuar cuanto aún queda por luchar y sufrir.

Los Reyes y sus hijas se colocaron juntos frente a la enseña nacional que ondeaba a media asta. Dispuesta en la posición de luto en presencia del jefe del Estado, la bandera se erigió en el símbolo de una España que llora por tantos miles de compatriotas que han caído en el campo de batalla de esta pandemia.

La colocación de la familia real, con la princesa situada a la derecha de su padre, a cuya izquierda se encontraban la reina y la infanta, es relativamente novedosa. La primera ocasión en que se pudo contemplar esta disposición fue ante la imagen de la Santina en su santuario de Covadonga, el 8 de septiembre de 2018, con motivo de los actos conmemorativos del Reino de Asturias, de la coronación canónica de la Virgen de Covadonga y del Parque Nacional de Picos de Europa.

Toque de oración y silencio

Situada de esta manera la familia real y con la inconfundible imagen de la ciudad de Madrid al fondo, icono de tanto sufrimiento en las últimas semanas, el cornetín de un guardia real interpretó el toque de oración. El rey, en posición firme y sin retirar la mirada elevada hacia la bandera, expresó en lenguaje no verbal su actitud de permanecer junto a los que padecen sin perder la esperanza de que su país saldrá adelante. Minutos después, Felipe VI completó este gesto con un mensaje que puso palabras al contenido de aquel imponente silencio, y en el que recordaba a los miles de compatriotas muertos, a los que lloran su muerte y a los que siguen haciendo frente a esta situación para vencerla. «A todos, junto a sus familias, les debemos nuestro recuerdo, nuestro duelo y nuestro cariño».

Si en aquella soleada e histórica jornada en Covadonga el arzobispo de Oviedo, monseñor Jesús Sanz Montes, agradecía al monarca «su valentía y clarividencia en la defensa de la libertad de nuestro pueblo, de su paz y de su plural convivencia democrática en un Estado de derecho», no deberían hacerse esperar ahora otras voces agradecidas que supieran reconocer la labor llevada a cabo durante estas semanas por el primero de los españoles para vertebrar el país y dirigir sus sentimientos a los valores más profundos de nuestra sociedad, en el deseo de que de todo esto salgamos con lecciones aprendidas y más unidos. Una labor esencial que se sitúa más allá de todo tipo de oportunismo o populismo que pretenda sacar renta del sufrimiento y el miedo de los españoles y de cuantos con nosotros están viviendo las terribles consecuencias de la pandemia, alentando en muchos casos una debilidad y división cuyas terribles consecuencias nadie quiere imaginar.

Si nunca tanto se pudo decir en tres toques de caja como lo que dispuso hace más de quinientos años aquel gran militar español, sería difícil decir más que lo que un gran rey, a quien Dios guarde, ha dicho con un toque de corneta, un minuto de silencio y una familia reunida en torno a una bandera. A quienes creemos en la fecundidad del silencio, nos conforta encontrar razones para seguir creyendo que la oración y el silencio volverán a salvar al mundo.

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