En 'El Espejo'

P. Abel Toraño, S. J.: "Herido en Pamplona, Ignacio descubrió que no estaba solo, que Dios estaba con él"

El coordinador del Año Ignaciano 'Ignatius 500' recuerda la importancia de la conversión de san Ignacio de Loyola para el nacimiento de la Compañía de Jesús y de todas sus obras

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P. Abel Toraño, S. J.: "Herido en Pamplona, Ignacio descubrió que no estaba solo, que Dios estaba con él"

Redacción Religión

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El 20 de mayo de 2021 se cumplen 500 años de la herida sufrida por Íñigo López de Loyola en la defensa del castillo de Pamplona, que fue el detonante de su conversión. De ese momento derivaría después toda una historia dentro de la Historia de la Iglesia, la historia de la Compañía de Jesús que él fundó.

Es un motivo para conmemorar y también para proyectar hacia el futuro. La Compañía de Jesús quiere hacerlo con un año jubilar cargado de iniciativas que lleva por título Ignatius 500, y que tendrá su solemne apertura en la catedral de la capital navarra con una misa presidida por el arzobispo de Pamplona, monseñor Francisco Pérez González, y por el prepósito general de la Compañía de Jesús, el P. Arturo Sosa Abascal, S. J. Este Año Ignaciano se prolongará hasta el 31 de julio de 2022. De todos los detalles del año hemos hablado con el P. Abel Toraño, S. J., coordinador de Ignatius 500.

La conversión de Ignacio de Loyola llegó en un momento de crisis para la Iglesia, en el que estaba todavía muy viva la gran ruptura de la Reforma protestante y la Iglesia necesitaba nuevos vientos. "Lo que nos ha dejado san Ignacio quizá no es tanto la experiencia mística, pero sí ir tomando nota de ella para hacer de ella un camino, un método para ofrecer a otros también la posibilidad de tener su experiencia de Dios, de ir reconociendo cómo habla Dios en la vida de cada uno y cómo decidir las cosas fundamentales de la vida e, incluso, toda la vida, desde ese encuentro corazón a corazón con Dios. Creo que esa es su aportación fundamental, que es lo que llamamos los Ejercicios Espirituales", señala el P. Abel Toraño, S. J.

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La conversión de san Ignacio fue un proceso largo que la Compañía de Jesús quiere que tenga una dimensión especial en este Año Ignaciano. "Nos mueve la misma pasión que a san Ignacio o a san Francisco Javier. La cuestión de este Año Ignaciano es 'no nos preguntemos sólo lo que hizo Ignacio, porque eso es fácil verlo, ahí están los libros de Historia y la realidad actual, si no preguntémonos qué le pasó por dentro para poder hacer todas esas cosas'. Qué le sucede a un hombre a punto de morir y al que se le rompen todos los ideales, que aspiraba a otra vida y emerge una persona nueva, desde el encuentro con Dios, capaz de soñar diferente, de ver diferente", señala el coordinador de Ignatius 500.

"Hay algo que está sucediendo por dentro, que abarca toda su vida, que le invade, le coge completamente, y tiene el valor de compartirlo con otros. El primer apostolado es llevar a Jesús a otros. Y, desde ese compartir un mismo vivir, van a hacer lo que tengan que hacer. La consecuencia de lo que sucede por dentro es lo que uno hace por fuera. Preguntémonos qué sucede por dentro, sobre todo en tiempos en los que estamos muy a lo práctico, a lo útil. Hay muchas realidades que no se ven pero que permiten que sucedan cosas. Esto es lo que queremos celebrar", explica el P. Toraño, S. J.

El coordinador del Año Ignaciano recuerda que uno de los carismas que imprimió Ignacio de Loyola en la vida de la Iglesia fue el de ir a lo que ahora denominamos 'periferias': "Quizás ahora las periferias no son geográficas, como en la época de Ignacio. Ahora tenemos foto de todos los sitios. Antes, Javier iba a sitios de donde no había foto, ni testimonio de dónde iba. Era boca a boca, y cuando le decían que había un territorio más donde no había sido anunciado el Evangelio, allí que iba".

"Pero... ¿hoy dónde están esas fronteras? Bueno, yo creo que hay una frontera de la fe. Por ejemplo, en Europa es la frontera de una interioridad deshabitada. ¡Cuánta interioridad deshabitada de Dios! Yo creo que una cosa que vivió Ignacio cuando quedó quebrado y herido en Pamplona descubrió que no estaba solo, que Dios estaba con él. Un Dios que él no conocía y que empezó a conocer. Ahí comienza la conversión. Yo creo que ésta es una grandísima frontera. Los Papas nos invitan a la evangelización, a un encuentro con el mundo de corazón a corazón, descubriendo que en la interioridad de todos no estamos solos, no estamos abandonados. Puede haber un encuentro que redimensione y llene la vida", señala el P. Toraño, S. J.

"Otra frontera es la de los jóvenes. Hay que acompañarlos en su camino, si quieres, vocacional. Por dónde orientar con sentido su vida. También acompañar a los marginados, a los más pobres, los descartados y a todo el mundo de la casa común. Vivimos en un mundo que está dañado. La pandemia es un claro exponente de que el mundo ha quedado dañado y de que lo que hacemos en él daña a todos y, principalmente, a los más necesitados. Por ahí están las fronteras hoy. Yo lo que percibo es que hay un dinamismo del espíritu que nos mueve a seguir preguntándonos 'Señor, ¿adónde nos envías hoy?'. Esto es lo que se preguntaba Ignacio una y otra vez: 'Señor, ¿qué he de hacer? ¿Hacia dónde quieres que oriente mis pasos?'. Yo creo que, en esto, la Iglesia está siendo testimonio en todo el mundo, en tantos lugares donde hay persecución, hambre, guerras... Y la Compañía, en su pequeña parte, quiere hacer lo mismo", afirma el coordinador de Ignatius 500.

El padre Abel Toraño, S. J. también ha destacado el carácter de 'compañía' de la Orden: "En un tiempo en el que hay sospecha de todo lo que es comunidad y la pandemia, en cuanto nos encierra en casa, nos hace buscar compañía, ¿verdad?. Y buscamos tacto, contacto, abrazar, besar, estar cercanos... incluso el pequeño gesto de que me vean la cara. ¡Cómo deseamos quitar ya la mascarilla, ¿no?! 'Compañía' viene del latín pans, 'aquellos que comparten', de los que se sientan a la mesa. Fíjate en el sentido eucarístico. Somos congregados por alguien que no somos nosotros ni nuestras afinidades".

"Y trabaron una amistad en el Señor. Sintieron que quien era capaz de hacer el milegro de unir lo diferente y de establecer la comunión era Dios mismo. Yo lo voy notando con tantos compañeros jesuitas, que de alguna manera reproducimos aquello de Ignacio y de los primeros compañeros, que es el milagro de ser tan diferentes en sensibilidades, en culturas... hasta en sensibilidades políticas y, a la vez, saber que hay algo mucho más grande que nos sostiene y que nos anima. Si uno mira su propia vida dice 'es que es así' y es un milagrito", concluye el coordinador de este Año Ignaciano.

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