La historia de conversión que podría ser una parábola de lo que ha sucedido en Europa desde los años 60
La revista Familia Chretienne ha contado esta historia de conversión
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La revista Famille Chretienne ha contado la vida de Xavier, nacido a principios de la década de 1960 en una familia católica de Nantes, en el noroeste de Francia. Como les sucedió a muchos católicos franceses, el influjo de Mayo del 68 provocó su alejamiento de la fe. El pequeño Xavier, con ocho años, llegó a recibir los sacramentos y la catequesis, pero asegura que nunca creyó en Dios. Después llegó la adolescencia, una etapa muy complicada ya que a los catorce años ya había experimentado con el alcohol y las drogas.
Por imitación familiar comenzó a estudiar Medicina. Fue un periodo turbulento en el que conoció a una chica con la que se casó, primero civilmente y luego en la iglesia, aunque nunca se tomaron en serio el sacramento. En la misma boda la pareja dijo a los invitados: “¡si nos separamos, os volveremos a invitar!”. Tres años después se divorciaron y él nuevamente se hundió en el abismo.
Dejó el trabajo y pasaba la noche en bares donde tocaba el piano y ahogaba su dolor en soledad con el alcohol y las drogas. Un amigo que conoció en su etapa de Educación Secundaria vio su angustia y le invitó a la Comunidad de las Bienaventuranzas, a la que ahora pertenece y que le cambió la vida. Se trata de una comunidad que reúne en la misma familia espiritual a sacerdotes, consagrados, y laicos, casados o solteros, que comparten una vida fraterna de oración y de misión.
Cuando llegó destrozado a la comunidad Xavier no creía en Dios, pero quedó impresionado por la autenticidad de la vida fraterna y la belleza de la liturgia. “Fue la belleza lo que me trajo de regreso a Dios”, explica. Más adelante inició el proceso de nulidad de su matrimonio por inmadurez, que logró obtener. Convencido de que el Señor le llamaba a estar en esta comunidad, profesó como consagrado en 1994, tomando el nombre de hermano Bernard de Jesús. Ahora ha reconciliado su doble vocación de hermano y poeta, y además acompañaba a matrimonios en dificultades a través del proyecto “Tobías y Sara”. Echando la vista atrás, sonríe y piensa que “el buen Dios no se cansa nunca de acogernos”. Afirma que el matrimonio, como la vida consagrada, se basa en el arte de perseverar, porque si hay distancia, Dios siempre viene hacia nosotros. Y en esta escuela de amor somos aprendices perpetuos.