La historia de tres sacerdotes españoles asesinados a principios de los años 80 en Guatemala

Su beatificación está a punto de celebrarse

La historia de tres sacerdotes españoles asesinados a principios de los años 80 en Guatemala

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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El próximo 23 de abril tendrá lugar en la diócesis de Quiché, la beatificación de diez mártires, que según proclaman los obispos de Guatemala “fueron promotores de la justicia, constructores de la paz, artesanos del bien común, defensores inclaudicables de la persona y sus derechos”. Este grupo lo forman siete catequistas y tres sacerdotes españoles, misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, asesinados durante la guerra civil que sufrió este país entre 1980 y 1991, que ha dejado profundas y duraderas cicatrices. El primero de los misioneros, José María Gran Cirera, barcelonés, llegó con 30 años a la parroquia de San Gaspar Chajul en Zacualpa. Seis años después, en 1980, fue asesinado a tiros por el ejército cuando volvía de atender a comunidades que pertenecían a su parroquia, junto a su sacristán, Domingo del Barrio. Ese mismo año fue asesinado el padre Faustino Villanueva, un navarro que había llegado en 1959 a la misión de Quiché. Vivió 21 años como misionero y era párroco de Joyabaj cuando, una noche dos hombres llamaron a su puerta y le asesinaron.

Los catequistas continuaron sosteniendo la misión sin sacerdotes. Pero la represión continuó: fue asesinado Tomás Ramírez Caba, sacristán de Chajul, que quiso defender la iglesia de los militares. Nicolás Castro, ministro de la comunión, era asesinado cuando iba a buscar las formas consagradas en las iglesias de Cobán en el departamento de Alta Verapaz. En noviembre de aquel terrible año 1980 también fue asesinado Reyes Us Hernández.

El tercer misionero del Sagrado Corazón, Juan Alonso Fernández, asturiano, fue detenido, torturado y asesinado el 15 de febrero de 1981. Había llegado en 1960 a la misma misión que José María y Faustino. Tras la muerte de estos, el resto de los sacerdotes tuvieron que abandonar Santa Cruz del Quiché, la capital de este departamento para no ser asesinados. Sin embargo, un grupo de cuatro volvió para atender a las comunidades en lo indispensable, y uno de ellos era Juan.

Los obispos guatemaltecos afirman en su mensaje para la beatificación, que “derramaron su sangre porque estaban convencidos que no hay amor más grande que dar la vida por los demás, sobre todo, cuando la Iglesia católica se empeñaba en defender los valores del Reino, proclamados por el Señor Jesús: la defensa de la dignidad humana, el respeto a la vida, la justicia social y la defensa de los más débiles y vulnerables”.

En una carta, quince días antes de su muerte, Juan Alonso escribía a su hermano: “No quiero en modo alguno que me maten, pero tampoco estoy dispuesto, por miedo, a rehuir mi presencia entre estas gentes. Una vez más pienso ahora: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”.

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