El cuento de Navidad de una niña que creció en la Alemania nazi: "Por una noche nos olvidábamos de la guerra. Ni las sirenas nos despertaban"
Ingeborg Schlichting conmueve a Fin de Semana: ¿Cómo vivían los niños estas fechas en plena II Guerra Mundial?
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¡Ya casi es Navidad! Uno de los momentos más preciosos del año en los que se producen reencuentros entre amigos y familias. Estos días, las casas y las calles se ponen bonitas y elegantes. Presumen de luces y colores. Las cenas y las comidas son un poco más copiosas y largas. Pero por desgracia, esto no es así en todos los sitios.
La tragedia de la DANA hará que en muchas casas valencianas estas navidades sean un poco diferentes. Igual que en los países que están en guerra. Ingeborg Schlichting sabe bien cómo es vivir la Navidad en estas circunstancias. Nació en Hamburgo y poco tiempo después estalló la II Guerra Mundial. Hoy, en este sábado navideño, la matriarca de Fin de Semana ha compartido con la audiencia un delicioso cuento de Navidad:
"¿Es posible que una niña alemana esperase la Navidad con tanta ilusión en medio de la terrible guerra mundial? Pues si, es posible. Esa niña... era yo".
Normalmente ya hacía frío por esas fechas y caían los primeros copos de nieve. Según se iba acercando la fiesta, mi casa se llenaba de unos olores inconfundibles y maravillosos a canela, clavo, nuez moscada y cardamomo. Especias exóticas que mi madre tenía costumbre de mezclar en la masa de las galletas que después horneaba. Hacía verdaderos milagros para conseguir algo de azúcar, que entonces era muy difícil de obtener. ¡Qué olor tan exquisito!
El día anterior a la Nochebuena, en mi casa todo se volvía misterioso. Mi madre pegaba papeles en los cristales de las puertas del salón, para que yo no viese cómo vestían al árbol con sus mejores galas. El abeto natural se adornaba con veinticuatro velas de cera y esparcía su olor por todas las habitaciones. En la mañana del 24 de diciembre toda la cocina olía a Navidad.
Mi madre asaba algún conejo, si nos quedaba alguno, porque solían robárnoslos poco antes de la fiesta, a pesar de los inventos de mi padre para proteger los pequeños criaderos, convirtiéndolos en verdaderos bunkers de guerra. Pero a ver, había mucha hambre.
Según mi madre, Papá Noel no llegaba hasta que había anochecido. A las tres de la tarde ya quería yo bajar a la calle, para ver si lo veía venir. "¡Vas a coger una pulmonía!" advertía mi madre, "espérate un poco". Por fin me dejaban bajar y allí me quedaba, fija en la escalera del portal. Los nervios no me dejaban notar siquiera el aire o el frío de la tarde. Estaba convencida de que me encontraría con él.
Algún libro de segunda mano de mis primos, un jersey que todos los años retejían con la misma lana, un vestido para mi muñeca Heidi y poco más... Todo lo que mis padres eran capaces de conseguir"
La matriarca de Fin de Semana
Cuando sonaba arriba la campanita y mi madre me llamaba, yo tenía los pies y las manitas heladas. ¡Ya ha venido! Pero esta vez por la ventana, decía ella. ¡Qué ilusión! Subía trompicones por la escalera. Nuestro árbol de Navidad era mejor del mundo y todo lo que había dejado Papá Noel me parecía increíble: algún libro de segunda mano de mis primos, un jersey que todos los años retejían con la misma lana, un vestido para mi muñeca Heidi y poco más. Todo lo que mis padres eran capaces de conseguir".
Las tiendas estaban desiertas y muchas habían sido presa de las bombas incendiarias que tampoco respetaban la Navidad. ¡Qué bonito era todo! Cantábamos villancicos, nos comíamos el conejo y brindábamos con un buen vino del Rin que mi padre había conseguido en alguna parte. Por un momento nos olvidábamos de la guerra y yo me iba a mi camita más feliz que nunca, y ni las sirenas de alarma eran capaces de despertarme.
Qué infancia tan inolvidable, gracias a mis padres, que lograron hacer de mí una niña muy feliz a pesar de los tiempos que corrían".