Nacho Abad desvela las tres reglas que pone Errejón a Elisa Mouliaá la noche del presunto acoso sexual: "En un minuto"

El reciente caso de Íñigo Errejón, en el que la actriz Elisa Mouliaá ha denunciado acoso sexual, ha desencadenado un debate intenso sobre la dinámica de poder, el consentimiento y la cultura de la violación. Durante el programa Fin de Semana, el periodista criminólogo Nacho Abad analizó los detalles de la denuncia y las implicaciones que pueden surgir de ella.

La denuncia se remonta a un episodio ocurrido en 2021, donde Elisa, tras una serie de interacciones con Errejón a través de redes sociales, asistió a la presentación de un libro del político. Según su relato, la situación se tornó incómoda cuando, tras una invitación a tomar una cerveza, Errejón estableció tres reglas que marcaron el tono de la noche. 

Estas consistían en no alejarse de él, regresar rápidamente si se hacía, y finalmente, darle un beso. Elisa se sintió violenta ante estas exigencias, un claro indicativo de que la situación estaba lejos de ser consensuada. El comportamiento de Errejón, quien ha sido un destacado defensor de los derechos feministas, añade un matiz de hipocresía a la situación.

Como apunta Abad, existe una disonancia notable entre su discurso político y las acciones descritas por la denunciante. Esto plantea interrogantes sobre la autenticidad de las posturas que algunos políticos adoptan públicamente y cómo estas pueden contrastar con sus conductas privadas.

La noche del presunto acoso sexual

El momento crítico llegó en el ascensor, donde Errejón supuestamente la besó de manera violenta, introduciendo su lengua sin consentimiento. Este acto, junto a la dinámica de control que instauró al establecer sus "reglas", es un ejemplo de lo que se entiende por agresión sexual. Abad enfatiza que la falta de consentimiento y la imposición de reglas en una interacción íntima son fundamentales para entender la gravedad de la situación.

El debate en torno a la denuncia también ha suscitado reflexiones sobre la credibilidad de las víctimas y la naturaleza del consentimiento. Algunos críticos han cuestionado la veracidad de la denuncia por haber sido presentada tres años después de los hechos. 

Sin embargo, Abad señala que la vergüenza y el miedo son factores que pueden llevar a las víctimas a demorar sus denuncias. Además, es importante reconocer que muchas agresiones sexuales ocurren en la intimidad, sin testigos, lo que dificulta la corroboración de los hechos.

Otro punto debatido es la respuesta del entorno político de Errejón. Se ha mencionado que otros miembros de su partido eran conscientes de sus conductas problemáticas, lo que plantea la cuestión del encubrimiento. Este aspecto es particularmente relevante en el contexto actual, donde se espera que las figuras públicas actúen con responsabilidad y ética en sus interacciones personales.

El caso también pone de manifiesto la necesidad de un cambio cultural que desestigmatice la denuncia de agresiones sexuales y que promueva un entendimiento claro sobre el consentimiento. Abad concluye que, aunque se debe respetar la presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario, es esencial que el sistema judicial y la sociedad en general respondan adecuadamente a las acusaciones de acoso y agresión.

El caso de Íñigo Errejón no solo es una oportunidad para reflexionar sobre las acciones de un individuo, sino que también representa un llamado a revisar y cuestionar las normas sociales que perpetúan el acoso y la violencia de género. Es un recordatorio de que el cambio comienza por el reconocimiento de las realidades que enfrentan las mujeres y la necesidad de construir espacios seguros y respetuosos para todos.