Cristina L. Schlichting, sobre Juan Carlos I: "No entiendo cómo podemos cargarnos lo que funciona"
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¡Muy buenos días España! Me encanta saludaros este 8 de agosto y agradezco a la genial Rosa Rosado esta posibilidad de saltar al programa desde mi verano. La razón, os la podéis imaginar, la dolorosa noticia de que Don Juan Carlos se va a vivir, al menos temporalmente, fuera de España. Sencillamente, no me lo puedo creer. Que un hombre de 82 años cuya vida ha transcurrido en el servicio público a todos nosotros tenga que dejar su casa y su patria, sencillamente me deja helada.
Desde luego, abandonar tu residencia de décadas cuando tienes más de 80 años, es durísimo, da igual lo alto y lo hermoso que sea el alojamiento sustitutorio y más si lo que cambias es la belleza de España, su luz, su gente, por un lugar extraño. Debe de ser gravísimo el motivo y probadísimas las razones.
Mirad, estoy harta. Harta de tumbas fuera de España, de tumbas en el extranjero. ¿Qué hace Manuel Godoy, que fuera ministro de Carlos IV, este extremeño ejemplar, enterrado en París donde murió, alejado de todos y abandonado de todos? ¿Qué hace Antonio Machado enterrado en Francia? ¿Es que no vamos a parar de vomitar a los mejores de nosotros sencillamente porque son humanos, porque tienen, como todos nosotros, debilidades?
Me dicen que Don Juan Carlos podría haber cobrado comisiones por conseguir que nuestras empresas, empresas españolas, realizasen la obra del AVE a la meca, una de las más grandes obras de ingeniería de ferrocarril del mundo. Yo no sé si hubo o no pago de dineros, pero parece más bien que fue el Rey saudí quien dispuso en su testamento dinero para nuestro Rey, un regalo entre primos.
En cualquier caso, serán los fiscales y los jueces quienes se pronuncien al respecto. Pero es hora de decir que nada de esto, absolutamente nada reduce un ápice la obra monumental de una vida crucial en la construcción de lo que nosotros hoy disfrutamos. En la construcción de España, de la España democrática.
La trayectoria de Don Juan Carlos
Vamos a dejarnos de generalidades, vamos a recorrer la vida de Don Juan Carlos. De este niño que nace en el exilio en Roma, justamente un exilio de la Corona por culpa de las peleas seculares entre españoles que, desgraciadamente, nos vienen caracterizando. A los 10 años, dispone el dictador Francisco Franco que regrese a España y deja a padres y a hermanos y es traído aquí para que se eduque en su patria. Tenía, repito, 10 años. Pensemos en nuestros hijos. Y ya estaba claro que, lo que importaba de su vida, es que sirviese a la institución para la que había nacido, la Corona, y sirviese a nuestro país. Y aquí, a solas, se educó y creció.
Finalmente, Franco lo confirma como sucesor, es verdad, muy bien. Tenía en sus manos todos los poderes y todos los recursos para perpetuar la dictadura, para hacer su santa voluntad y desarrollar la trayectoria de una Monarquía autoritaria e hizo exactamente lo contrario con el consiguiente disgusto de los sectores ultrafranquistas, que siempre lo han visto como un traidor. A saber, los sectores falangistas, los sectores carlistas y los sectores ultras. Decidió que España iba a ser otra cosa, que iba a ser una democracia.
Don Juan Carlos I no es un genio, no es un intelectual. Es un hombre sin retórica pero con una enorme intuición para detectar personas, no ideas. Personas por encima de sus ideas. Y, precisamente, una de sus grandes aportaciones ha sido la elección de estas personas que han resultado cruciales para España. Amigos tan distintos como Monseñor Tarancón en la Iglesia o como Santiago Carrillo en el Partido Comunista. Y, precisamente, porque nuestro Rey era así, porque Don Juan Carlos tenía este don, la Iglesia, por ejemplo, y el Partido Comunista se dieron la mano en España, cosa impensable en muchísimos otros países.
El Rey eligió, además, confiar la Transición a otro hombre crucial: Adolfo Suárez. Es él que se encargó de desmontar la dictadura y de generar la Constitución monárquica y parlamentaria que se sometió a referéndum en 1978 y que, todavía hoy, nos une y nos sostiene.
Del cabreo de ciertos sectores militares por todo esto y del disgusto que tenían además, lógico, de las muertes que estaba provocando el terrorismo en España, la ETA en aquellos años, nació el golpe de Estado de Tejero, el de 1981. Y de nuevo, ahí, el Rey fue el quitafuegos. Ordenó a los sublevados volver a los cuarteles. Era ya el tiempo de Leopoldo Calvo Sotelo, ya no estaba Suárez. Y hay que decir que muchos miembros de aquel ejército actuaron más por obediencia al jefe de Estado que por lealtad a la Constitución.
Desde entonces, Don Juan Carlos se pasó casi 40 años dando la vuelta al mundo como embajador de España, abriendo mercados para nuestra sempresas y recibiendo día tras día delegaciones de deportistas, jubilados, enfermos, españoles... Gente española de todo tipo y condición que le pedía presidir ceremonias e inauguraciones, actos culturales, políticos o deportivos de resultas de todo este trabajo ingente. Décadas enormes de Don Juan Carlos y Doña Sofía.