Ser buen padre no te cuesta solo a ti: a los romanos de hace más de 2.000 años también les pasaba
Paco Álvarez, historiador, divulgador y autor de 'Mitomorfosis' cuenta en Fin de Semana con Cristina por qué las pasaban "canutas" nuestros antepasados en su labor paterna
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Viene por Fin de Semana con Cristina un romano de Hispania que lleva tiempo intentándonos convencer de que somos todavía muy romanos después de dos mil años y que casi nada ha cambiado. Esta semana nos quiere convencer de que ser padre ya era difícil en la Roma antigua. Él es Paco Álvarez, autor de “Mitomorfosis”, y cuenta que ser padre era también complicado en la antigüedad, aunque los hijos parezcan más rebeldes ahora: “Puede que lo sean, pero eso es sólo desde nuestro punto de vista. Ya en la antigua Roma se quejaba Amiano Marcelino de que ‘las calles están llenas de jóvenes haciendo ruido tocando el tambor, van vestidos como los bárbaros y cantan hasta la madrugada y molestan a los vecinos’. Es decir, que ya había Botellón o escándalos nocturnos, organizados por los jóvenes hace unos miles de años”.
Desde luego qué juerguistas los antiguos, ¿pero los padres no tenían mucho más poder sobre los hijos? “Bueno, en teoría sí, pero en la práctica… aunque se conserva una pintura en la que Venus está ‘castigando’ con la clásica zapatilla a Cupido, lo que hacemos los padres, más que corregir, es sobre todo preocuparnos. Ovidio en el siglo lo resume perfectamente: ‘La preocupación (por los hijos) no puede ser curada por ninguna ciencia’. Y preocupación es lo que uno siente todas las noches desde que es padre. Lucano, cordobés y sobrino de Séneca, en el siglo primero dijo algo tan serio como: ‘Tengo mujer, tengo hijos: todos ellos rehenes entregados al destino’. Los antiguos romanos eran en esto, también como nosotros, de preocuparse”.
Sí que se preocupaban, recuerdan a alguna frase de El Padrino: “Ya sé cuál dices”, asegura Paco, “cuando Michael Corleone dice eso de ‘ardería en el infierno para asegurarme de que mis hijos están a salvo’. Cicerón, unos pocos siglos antes se preguntaba: «¿Qué regalo le ha dado la providencia al hombre que le sea más querido que sus hijos?», rezar, aunque no está de más, tampoco parece la solución a los miedos que produce la paternidad. El poeta épico Virgilio (70-19 a.C.) dijo ‘deja de pensar que los decretos de los dioses pueden cambiarse rezando’, así que es mejor hacerle caso a Ovidio y tener siempre esperanza como cuando decía: ‘Mis esperanzas no siempre se cumplen, pero siempre las tengo’. O mejor, como decía el teólogo y escritor Tertuliano: ‘Esperanza es tener paciencia, con la lámpara encendida’”
Y además los padres, es un clásico, dejan una luz encendida por la noche, cuando salen los hijos: “Desde luego, como si pudiera guiarles al hogar sanos y salvos; mientras tanto ellos se lo están pasando bomba, suelen, como decía Cicerón, ‘pasarse toda la noche despiertos al son de la música muy alta, (…) gastan dinero hasta arruinarse (…) y luego, acompañados por gritos y chillidos, de los silbidos de las mujeres y de música ensordecedora, bailar locamente sobre las mesas’. Os prometo que son textos del siglo primero antes de Cristo, que no me los he inventado. Nihil novum sub sole, es decir, nada nuevo bajo el sol, o en este caso, bajo la luna”.
Desde luego qué juerguistas los jóvenes romanos pero, ¿no se supone que el Pater Familias tenía derecho de vida y muerte? “Eso es, se supone, pero yo más bien me fío de lo que dijo otro romano, Woody Allen, nacido en Brooklyn, eso de que ‘las canas ya no se respetan, ahora se tiñen’, como cuando Cicerón, otra vez, dijo hace 2.100 años: “Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros’, el caso es que generación tras generación, nos quejamos de lo mismo, que los padres no se enteran, y luego, cuando somos, padres de que los hijos no hacen caso”.
Pues sí que parece que en esto de preocuparnos por los hijos y que no nos hagan ni caso tampoco hemos cambiado mucho, pero seguramente el historiador tendrá que venir otro día e intentar convencernos de que seguimos siendo romanos: “Pues sí, y os dejo que tengo que ir a llevar a mis hijas a una fiesta. Valete omnes, adiós a todos, amigos romanos”.