'Crónicas perplajas': "Cuando vuelvo a casa de mis padres, es cruzar el umbral de la puerta, y empequeñecer"
Habla Antonio Agredano de aquellas cosas, por mayores que seamos, no tenemos permitidas por nuestros padres o nos da vergüenza hacerlas delante de ellos.

Habla Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' de aquellas cosas que nos da vergüenza hacer delante de nuestros padres
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Hace veintitantos años que salí de casa de mis padres. He vivido en varias ciudades, en un puñado de pisos. He amueblado unos cuantos hogares, he desarrollado mis propias manías, he aplicado mis propias normas. Soy padre. He puesto reglas y límites a mis hijos. Soy, a mis 45 años, todo un adulto. Un pureta pata negra. Un señor.
Y, sin embargo, cuando vuelvo a casa de mis padres en Córdoba, algún fin de semana, es cruzar el umbral de la puerta, y empequeñecer. “No andes descalzo”, me dice mi madre. A mi edad. O “vas muy fresco”. Y da igual que estén allí mis niños o mis sobrinos. Mi hermana y yo somos de nuevo los renacuajos que se criaron en esa casa.
Por ejemplo, los tatuajes. Mi madre los odia. Y me da vergüenza que me los vea. Y si, puedo, me los tapo un poco. O salir a tomar algo con amigos y llegar a casa un poco contento y tratar de disimularlo. Como cuando tenía veinte años.
Cuando comemos, mi hermana y yo nos levantamos a recoger la mesa y en el pasillo, llevando nuestros platos al fregadero, nos miramos como diciendo: “Tampoco ha cambiado tanto la vida”.
Y es verdad. El tiempo no avanza en línea recta, es más bien un círculo. Y pasamos varias veces por el mismo punto. En ocasiones para bien y en otras para mal. Me gusta sentirme así, que vuelvo a las viejas rutinas, a las normas de mis padres, a su mundo. Que los años son compartidos. Que los hogares nunca terminan de construirse.
Sentirse pequeño a veces es un consuelo. Sentirse cuidado. Sentir que estás bajo otro paraguas. Que nada depende de ti. Que el tiempo no pasa tan rápido como dicen. Que siempre están tus padres atentos a los errores y a las penas. Al dolor y a las sonrisas. Y que hay amores que no descansan nunca.