'Crónicas perplejas': "Las abuelas, además de darnos besos en la frente, nos dan suaves lecciones sin alardes, como si tal cosa"

Habla Antonio Agredano del ejemplo que dan las abuelas en la forma de educar a sus nietos

Antonio Agredano

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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.

“Más vale uno colorao que ciento amarillo”, decía mucho mi abuela María. “Antoñín, no vayas a poner la era donde más chinos hay”, decía mucho mi abuela Mercedes. Y así, con esa severidad, con esa calidez familiar que no estaba reñida con la dureza, uno aprendía.

Con esos dos dichos, y con muchos más, el niño que fui iba entendiendo cómo es la gente. Cómo son las cosas. Y cómo funciona este asunto tan complejo que es la vida.

Educar es proteger. Dar argumentos y herramientas. Educar es endurecer la piel. Un barco que no se rompa con las primeras olas. Mis abuelas no necesitaban libros educativos, ni moralinas, ni leían sesudos artículos del periódico, ni seguían a influencers, ni se dejaban llevar por la última moda pedagógica…

Ellas sólo tenían el aprendizaje de la vida. De sus propios vaivenes. De sus dudas. Y un amor inmenso por sus nietos. Por eso, además de cuidarnos, de besarnos en la frente, de hacernos roscos o llevarnos al mercado, nos daban estas suaves lecciones. Sin alardes. Sin afectación. Como si tal cosa.

Sólo una frase, un dicho, un refrán, que en el momento adecuado, contestaba a mis preguntas y me ayudaba a entender lo que me rodeaba. Heredé de ellas el gusto por las palabras dichas con brevedad y precisión.

      
             
      

“No me hagas comulgar con ruedas de molino”, suelo decir. “Hablas como un viejo”, me dice mucho una amiga, cuando suelto algún refrán. Y me lo tomo como un piropo. Porque de los viejos uno siempre aprende. Porque las personas mayores llevan tanto andado, llevan tanto vivido, han visto tantas cosas, que a veces, con una sola sentencia, iluminan nuestra oscuridad y nos marcan un nuevo camino.

Porque “a buen entendedor, pocas palabras bastan”. O eso, al menos, me enseñaron de niño.

Las 'Crónicas perplejas' de la semana de Antonio Agredano

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