'Crónicas perplejas': "Tenemos que darnos el derecho a nosotros mismos a ser veletas"
Habla Antonio Agredano de extravagancias
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Mi padre me contó una historia de pequeño que se me quedó clavada y, de alguna manera, me sirvió para protegerme de las críticas. Quizá hayan escuchado ya esta fábula, pero se la resumo: un padre y su hijo viajaban con su burro de pueblo en pueblo. El padre iba montado en el animal mientras el hijo caminaba y, al llegar a su primer destino, la gente criticó al señor por hacer que su chaval hiciera el trayecto a pie. Contrariados, cambiaron los roles. El padre a pie y el hijo cabalgando. Y en el siguiente pueblo, los vecinos reprocharon al chico que, con la edad que tenía su padre, le hiciera caminar tanto. "
"Tú estás fuerte, pero tu padre está ya mayor, por respeto a su edad", le dijo un vecino. Aprendieron la lección, y decidieron montarse los dos en el burro. Al llegar a su siguiente destino, les señalaron con desprecio: "Pobre animal, aguantando el peso de los dos. ¿No os da lástima?", les gritaron. Así que se bajaron y siguieron su camino los dos a pie, llevando al burro amarrado con una cuerda. Cuando llegaron al siguiente municipio, empezaron los lugareños a mofarse de ellos: "Mira que tener un burro y hacer el camino andando"
Hagas lo que hagas, digas lo que digas, lleves lo que lleves, alguien te va a criticar. Los pijos por ir muy desaliñado y los desaliñados por ir muy arreglado. Que uno no le puede gustar a todo el mundo, lo aprendí de niño. Ni lo que escribo, ni lo que cuento, ni lo que visto, ni lo que pienso. Por eso, es mejor seguir nuestro propio camino. Confiar en nuestros gustos. Dejar de escuchar a esa gente que nos quiere uniformados y predecibles.
Y tenemos que darnos el derecho a nosotros mismos a ser veletas. A cambiar de estilo y de gustos. Con 14 años era alternativo y llevaba esas camisas de leñador y vaqueros rotos. Con 18 años solo vestía de negro, con abrigos largos y las uñas pintadas. Con 25 usaba corbatas y zapatillas Converse. Con 32 me dio por los vaqueros de colores y las camisas de flores. Ahora tengo abrigos de pelo y chándales de colores. Y sigo siendo más o menos el mismo.
El verdadero mal gusto es hacerle caso a los demás. Algunos llaman extravagancia a ser libres. A gustarnos a nosotros mismos. A decidir, sin escuchar a nadie, si montarnos o no en el burro.