'Crónicas perplejas': "Hay palabras que no suenan bonitas, pero que me llevan a la infancia"

Recuerda Antonio Agredano algunas palabras que ya no se dicen o hemos olvidado

Antonio Agredano
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Habla Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' de palabras que ya no decimos o que hemos olvidado

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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.

Hay palabras de las que no me canso. Como fruslería, que es una forma de llamar a las cosas de poco valor. Y que pronunciada, al menos a mí, me suena como a cascabeleo. Fruslería. Tiene la palabra esa alegría que tienen también las cosas insignificantes. Esa bendita levedad. Porque no todo en la vida debe ser tan hondo, tan serio y tan inaccesible.

Odio por ejemplo la palabra petricor, que ni siquiera está en el diccionario de la Real Academia. Que es un invento moderno. Es como llaman los cursis al olor de la tierra recién mojada por la lluvia. Petricor. Suena a redicho. A señor con gorra y gafas redondas.

Sin embargo, es preciosa la palabra rosicler. Que es el color rosa, pálido, suave, que tiene la aurora. Rosicler. También me gusta mucho la rotundidad de la palabra luz. Tan sencilla, tan breve, pero cuánto alberga dentro de sí. Luz.

Luego hay palabras que no suenan bonitas, pero que me llevan a la infancia. Como taquillón, aquel mueble robusto y oscuro en la entrada de casa, o talega. Aquella bolsa donde llevaba la barra de pan y las vienas cuando mi abuela me ponía a hacer mandados.

Yo digo mucho fetén, que ya se dice poco, y que viene del caló. Y también uso cuchipanda, cuando nos juntamos los amigos para beber algo. También le digo panoja al dinero. Y chicharro cuando alguien mete un buen gol. O el "qué lache" que me pegaron mis gitanas de Málaga cuando en los talleres los monitores hacíamos alguna tontería y ellas se morían de la vergüenza.

Y luego mis cosas de Córdoba, como el fartusco, que lo uso mucho, para referirme a esa gente sin gracia y desagradable que me encuentro por ahí.

No sé qué quedarán de estas palabras cuando mis hijos sean mayores. Que el mundo cambie es inevitable, así que me conformaré con agarrarme a un puñado de letras y a su memoria.

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