'Crónicas perplejas': "Nunca supe como se llamaba aquel bar, quizá solo el nombre de aquel hombre"
Habla Antonio Agredano nombres de los bares

Habla Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' de nombres de bares
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Mi abuelo me mandaba a la bodeguilla con una botella de cristal vacía y un puñado de monedas para que el señor que allí atendía me la llenara de fino montillano.
Los domingos por la mañana el barrio tenía bullicio en las calles. De camino a la plaza me cruzaba con compañeros del colegio. Salía la gente de la parroquia. La Yoli guapísima, con falda y blusa, caminando junto a sus padres. Lejos de los chándales del día a día, de las mochilas y de la tierra del patio en las rodillas.
Me gustaba hacer mandaos, la verdad. Llegaba, le daba la botella. "Tú eres el nieto de Antonio, ¿no?", me decía el señor. Yo decía que sí con la cabeza. Era muy pavo, muy chico, muy tímido. Se giraba el camarero, ponía la botella en el grifillo del barril, yo volcaba las pesetas en el mostrador metálico y volvía a casa con mi vino blanco, casi dorado por el sol invernal del mediodía.
Nunca supe como se llamaba aquel bar. Quizá solo el nombre de aquel hombre. Manolo, Paco, Juan… no recuerdo. No había rótulos, ni decoración, ni cartas con QR, ni gyozas, ni cebolla caramelizada, ni spritz. Solo fino, aceitunas, botellines fríos, una tabla donde cortar salchichón o chorizo, sillas y mesas metálicas, cuentas a tiza. Un mundo que ya desapareció.
Aquella bodeguilla, aquella gente jugando al dominó, aquel olor a vino al doblar la esquina. Ahora todos los bares son canallas, son modernos, son impactantes. Camareras tatuadas. Cocina a la vista. Se llaman La Mala Vida, Caña o Plomo, La Maleante, el Bar Vader, El Gimnasio, para hacer la broma en casa.
Y no es nostalgia lo mío, pero sí es el recuerdo de otro tiempo. Menos medido. Más espontáneo. Eran otros domingos. Otros sabores. Y quizá otra edad. La edad de los recados, de un tiempo que ya se fue. Porque la memoria es una jaula donde encerramos todo aquello que, sin saber muy bien por qué, echamos de menos. Bares sin nombre. Y una sencillez que parece no tener cabida ya en nuestros días.