'Crónicas perplejas', sobre un vídeo de unos niños jugando al fútbol en Aldaia: “Quizá ese partido improvisado sea solo una forma de protegerse”
“Esos niños juegan con un nudo en la garganta. Esos niños simbolizan las ganas de todo un pueblo de volver a la normalidad, o lo más parecido a ella”, dice Antonio Agredano.
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Ayer vi un vídeo en redes sociales del que quiero hablar. Cuatro niños juegan al fútbol sobre el lodo. Se ha grabado en Aldaia, uno de los municipios devastadospor la DANA. Podría ser un día otoñal cualquiera, si no fuera por el barro, por los escombros y por el dolor que, fuera de plano, se está viviendo en esa misma calle.
Esos pequeños, con su inocencia, parecen lejos del pesar de los adultos. Encerrados en una burbuja que ellos mismos han creado con su algarabía. Celebran los goles. Persiguen el balón. De alguna forma, fingen estar ajenos a la destrucción que los rodea. Y quizá ese partido improvisado, quizá esos brazos alzados al cielo tras marcar, quizá esos regates sobre el fango, son solo una forma de protegerse.
Quizá miren la pelota para no mirar a sus padres achicando agua, a veces enfadados, a veces cabizbajos, con ojeras, con rostro pálido, con esos ojos que han visto la muerte, el derrumbe de sus vidas y el adiós a un lugar que ya jamás volverá a ser el mismo.
Cada persona que sufrió las riadas, y que ahora trabaja para recuperar algo de lo perdido, está eligiendo ya, casi inconscientemente, cómo sobrevivir anímicamente a esta catástrofe. Algunos hablan alto, otros apenas han dicho una palabra desde entonces, muchos se abrazan a sus hijos o lloran en un rincón a sus madres.
Y luego están esos niños, que juegan, con un nudo en la garganta. Unos niños que simbolizan las ganas de todo un pueblo de volver a la normalidad. O a lo más parecido a ella.
Hoy ha abierto el primer colegio en la zona. Poco a poco vuelven los niños a sus rutinas. Amanece. Las mochilas aún manchadas de barro. Su merienda, para el recreo, posiblemente la haya preparado con mucho cariño algún voluntario. Las maestras en la puerta contienen las lágrimas. Se empiezan a llenar las aulas.
Cada mañana es una batalla contra la tristeza. Y, de momento, el pueblo va ganando. Sus armas son, apenas, sus manos y la esperanza.