'Crónicas perplejas': “Crecer no es una derrota, al contrario; es vencer a lo esperado”

Habla Antonio Agredano de los festivales y del paso del tiempo: "la madurez"

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Antonio Agredano y los festivales en sus 'Crónicas perplejas'

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Una vez fui joven. Era maravilloso. Dormía en tiendas de campaña. Juntaba los días con las noches. Me daban igual las colas y las aglomeraciones. Me daban igual las resacas y las mañanas dormitando bajo un árbol hasta la siguiente actuación. Me hacía amigos de desconocidos. Me bebía la cerveza a litros. Los veranos eran interminables. Las camisas estrambóticas. Bailaba hasta el amanecer. Cantaba todas las canciones.

Los festivales eran mi mundo. Estaba claro. Pero la otra tarde, echando un vistazo en la tele, vi que habían subido un resumen del último Glastonbury, que es un festivalazo en Inglaterra, al que siempre quise ir, y lo primero que pensé fue: “Cuanta gente”. Y luego pensé: “Si estoy ahí en mitad del público y me dan ganas de ir al baño, cómo voy”. Y luego pensé en esos urinarios de plástico, con ese olor que tenían, y me dije a mí mismo: “Ni muerto vuelvo yo a un festival”. Y conforme avanzaba el espectáculo, decía: “Y qué música más rara hacen ahora”.

Y al final quité la tele y abrí un libro y me tumbé en el sofá y pensé: “Cómo cambia la vida”. Y qué rápido. Un día estás con tu colega el Daviles cargando latas de cerveza en neveras y tiendas de campaña en el maletero de un coche para pasar un fin de semana salvaje en el festival Contempopránea de Alburquerque y al otro día eres un señor de cuarenta años con dos hijos que te tomas dos vinos y te pones piripi y lo más salvaje que puedes hacer un fin de semana es ir al cine a ver Oppenheimer comiendo palomitas.

Hay una edad para todo. Está bien asumirlo. No he dejado de escuchar música. De vez en cuando enchufo mi bajo Ripper en el amplificado Ampeg que tengo en el salón. Y rememoro canciones e instantes. Y sé que la juventud es un estado de ánimo. Y sé que los hay con mi edad que aún llevan con orgullo la pulserita del festival y tienen más aguante que muchos chavales. Olé por ellos.

Pero ya no cambio una botella de buen vino en un lugar tranquilo por una cerveza tibia servida en un vaso de plástico. Crecer no es una derrota, al contrario. Crecer es vencer a lo esperado. Y buscar nuestros propios espacios. Escucho el último disco de Artic Monkeys mientras me sirvo otra copa de tinto. Sopla un viento agradable en la terraza. Si de algo puedo presumir es de que siempre estuve donde quise estar. Madurar, lo llamo.

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