‘Crónicas perplejas’: “Cuando llame el jefe un domingo que tu hijo te haga de secretario: ‘Papá está reunido'"

Habla Antonio Agredano del trabajo, de la jornada laboral, las pausas y los compañeros

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Dice Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' que "lo peor del trabajo es la gente"

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.

“Mira si será malo el trabajo, que deben pagarte para que lo hagas”, dicen que dijo el cantautor Facundo Cabral. El trabajo es una cosa horrorosa. Y quien defiende eso de que le gusta ir a trabajar, es porque el trabajo se lo está haciendo otro. Al menos, ya están hablando de la jornada laboral de cuatro días en semana. Muchos me parecen, pero por algo hay que empezar.

Lo peor del trabajo, como con casi todo, no es el propio trabajo, sino la gente. Compañeros y clientes, los jefes... No hay nadie normal. Esa llamada de tu jefe un domingo por la tarde, que estás tumbado en el sofá, viendo una película de sobremesa de esas, en la que una niñera esconde un secreto. “Perdona que te moleste, ¿te pillo bien? Es que quiero tener una cosa para mañana temprano y es que es importante de verdad, sino no te molestaría, de verdad”. Y qué haces ante eso. Pues al día siguiente, en la hora del desayuno, equilibras, y a lo mejor te pasas quince minutos. Te regodeas con la tostada. La pides de zurrapa, en plan extraluxury. En plan: “Me lo merezco”. Y a seguir con la vida. Una de cal, y otra de arena.

Las pausas en el trabajo son como el Almax tras una copiosa comida. Las pausas en el trabajo son como cuando las ballenas salen a la superficie y echan un chorro por el agujero ese del lomo que se quedan a gusto, las pobres. Las pausas en el trabajo son como cuando las mujeres llegan a casa y se quitan el sujetador sin ni siquiera soltar el bolso. Es lo que hay. Trabajar es una cosa muy tediosa. Con el nuevo plan de pensiones, además, vamos a tener que ir a trabajar como el Cid cuando peleó contra los almorávides, muertos y atados al caballo.

Así que vamos a tomarnos la vida con más calma. Eso de comer delante del teclado pinchando el tenedor en un tupper con una horripilante ensalada de garbanzos, se acabó. Que vivan los menús del día. Los melocotones en almíbar de postre. Ese café relajado. Si vamos a estar toda la vida trabajando, habrá que dosificar un poquito. Y cuando llame el jefe un domingo, y tú andes medio dormido en el sofá, que tu hijo coja el teléfono y te haga de secretario: “Papá está reunido. Le llamará en cuanto termine”. Y ya hasta el lunes. Donde las dan, las toman.

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